La urgencia de una nueva identificación para las fuerzas de izquierda

La urgencia de una nueva identificación para las fuerzas de izquierda

Por: Estefanía Andahur | 05.12.2016
La derecha ha sido hábil en llegar al sujeto a través de la satisfacción de lo inmediato, montados en el código de un mercado que puede satisfacer todas las necesidades, hasta las más superfluas o ingenuas.

Si existe un consenso en el mundo occidental es que el mejor régimen para gobernar es el democrático. Pero a estas alturas ¿qué hace a la democracia democrática?

En una democracia liberal, pareciera que esta se ha tornado en procedimientos, olvidando que la promesa de la democracia se funda en valores y una cultura democrática y no solo en la garantía de sus mecanismos. En otra esfera, el consenso entre las fuerzas, que incluso ha sido considerado como algo virtuoso y signo de madurez política, ha degradado el posicionamiento haciendo que el enfrentamiento de ideas se considere algo conflictivo. Digamos que la democracia liberal se olvidó en el camino -por su pretensión de perfeccionamiento- de los sujetos y de la política misma.

Así, las instituciones democráticas están en peligro. Si en algún momento creímos que un “germen democrático” era intrínseco a la experiencia humana, con los resultados actuales; Trump en Estados Unidos, Brexit en Inglaterra y la destitución de la presidenta Rousseff en Brasil… vemos que no. Surge la necesidad, entonces, de que volvamos a la idea de que la democracia es una práctica cotidiana, que circula en el territorio y en las mismas relaciones sociales, más que una estructura macro predeterminada. La historia ha demostrado que esos mecanismos son frágiles si no existe una masa que los sostenga.

Si lo que vemos hoy es una crisis entre clase política y ciudadanía con los altos niveles de abstención, no hablamos únicamente de un vínculo roto entre representantes y ciudadanos, sino un vínculo que está sufriendo perturbaciones entre democracia y ciudadano, cuando entre tanto consenso la incapacidad de tomar posición y enfrentar ideas, ha generado un desencantamiento casi radical, restándole valor a la democracia misma.

¿Qué significa esto para la izquierda? La urgencia de una nueva identificación para los ciudadanos y ciudadanas. La creación de una identificación y discurso que se funde en una nueva articulación entre lo universal (la política) y lo particular (sujeto). Cuando hablamos de sujeto, de ciudadano ¿de quién hablamos? La respuesta ya no es en un sujeto homogéneo y universal como en algún momento lo permitió el clivaje clásico capital/proletariado, hoy, pareciera necesario tomar esa identidad y nutrirla en base a las posiciones subjetivas que implica la pluralidad de sujetos que se encuentran en desigualdad, no solo por las que en algún momento se consideraron como “construidas”, sino también por aquellas que fueron construidas como naturales (género/sexo, etnia) pero que hoy sabemos que también son culturales.

El desafío hoy es cómo articular esto y darle un sentido. La izquierda no puede recogerlas en la lógica de suma de intereses, sino articularlas en un gran proyecto, donde esas posiciones efectivamente se plasmen en una transversalidad en el discurso y acción del proyecto de izquierda, donde el fin sea la igualdad. Esto exige una ampliación del concepto de igualdad y a la vez, implica dos esfuerzos para las élites de izquierda; permitir la presencia de esos sujetos en la toma de decisiones y no solo representarlos, para que en la acción política esa construcción de sujeto plural encuentre cabida, donde algo de sí mismo lo identifique en un proyecto político integrador, y no representativo solamente, para que no genere, lo que bien presenciamos ahora, luchas políticas intraclase, es decir, la sectorialización.

Lo anterior crea riesgos, porque si no se concentran en esfuerzos transversales, se puede alcanzar derechos para algunos en desmedro de otros, fragmentando a los grupos que viven desigualdad, lo que fortalecería el proyecto liberal; una lucha individual por derechos, sin un horizonte genuinamente democrático. Un proyecto así solo crea sucedáneos de igualdad y libertad. Si la izquierda no es capaz de crear una identidad en base a esa pluralidad, difícilmente será capaz de construir un nuevo sentido común que tenga pretensión hegemónica y que reactive el valor de la democracia, donde la desigualdad encuentre un significado que quiera ser nuevamente politizado.

La derecha ha sido hábil en llegar al sujeto a través de la satisfacción de lo inmediato, montados en el código de un mercado que puede satisfacer todas las necesidades, hasta las más superfluas o ingenuas. En el caso de Estados Unidos, la derecha ha permitido el triunfo de un discurso que tiene permitido todo, derribando las barreras de la civilidad. El gran riesgo para la izquierda, en este contexto, es estancarse en un discurso moral.

El desafío entonces, es aportar a esa refundación, donde, a pesar de lo evidente, se vuelva a lo más humano, para volver a activar una maquinaria que crea en un proyecto democrático, instalando una pequeña chispa de esperanza en aquellos que hoy solo buscan sobrevivir, para volver a creer en una emancipación real.  Y un sujeto esperanzado es imbatible.