La última escena del documental Salvador Allende
Vemos sobre una mesa la banda presidencial, una billetera y un reloj. Son los efectos personales que se encontraron en el cuerpo sin vida del presidente. Pasamos a otra escena, la imagen hace un zoom a sus anteojos, más bien se trata de un fragmento de sus lentes, que sobrevivió al bombardeo.
Este es más o menos el prólogo del documental realizado por Patricio Guzmán. Después se imprime en blanco sobre fondo negro el nombre de Salvador Allende. Entonces vienen las primeras escenas, donde el director relata la angustia que experimentó en el proceso de salvar las cintas de La Batalla de Chile y su peripecia para salir al exilio. Digamos que son los titulares.
A finales de 1972 la situación en Chile era a lo menos alarmante, Guzmán y todo su equipo había sido despedido de Chile Films, la empresa no pudo resistir el paro organizado por la derecha y el gobierno había prohibido las importaciones de películas vírgenes. Estaban sin ninguna posibilidad de realizar La Batalla de Chile. Guzmán prueba enviarle una carta a Chris Marker donde le explica la precaria situación del país y de su equipo y la ambición de filmar una película muralista, que indague en los grandes escenarios, cuyo protagonista fuera el pueblo. Le cuenta La Batalla de Chile o lo que él ve en su cabeza como diagrama de operación. Cuento corto, al mes de enviada la carta a Marker, llega a Santiago una caja que venía directamente de Kodak con 43 mil pies de película (aproximadamente 14 horas), más 134 cintas magnéticas para Nagra. Gracias a la generosidad de Marker, pudo ser filmada La Batalla de Chile.
Aunque Patricio Guzmán no explica demasiado la prehistoria de su film anterior, su objetivo, ahora, es Allende y su entorno, le interesa el proceso de las ideas del ex presidente, en el fondo quiere entenderlo. Tenemos como inicio dos elementos: el fragmento y el exilio. Pertenencias personales, el trozo de un anteojo y el rescate de las cintas. Reparo en estos fragmentos porque nos conectan, desde ya, con la poesía de Gonzalo Millán, y en específico con su libro La Ciudad.
Pero no vayamos tan rápido. Este documental está cargado de imágenes, la iconografía de una épica histórica, de cómo el doctor Allende fue “enamorando al pueblo” hasta llegar a ser presidente de Chile tras varios intentos eleccionarios. Guzmán describe su gobierno como “tiempos de los grandes pasos históricos. Allende cumplió su programa. Estatizó fábricas y empresas monopólicas, nacionalizó la banca, el salitre, el acero, el carbón y el cobre. No olvidó sus promesas. Durante el primer año de gobierno Chile vivió una situación de gran prosperidad, la energía podía tocarse con las manos”, asegura.
Hacia la mitad del documental, Guzmán recurre a una toma panorámica a color del Santiago actual y sitúa su relato esta vez en el presente: “me siento como un extranjero -dice- errando por una geografía hostil, no puedo olvidar que la dictadura aplastó la vida, hundió la vivencia democrática. Impuso el dinero y el consumo como único valor”. Luego de eso vuelve con algunas entrevistas e imágenes de archivo en blanco y negro, incluida la toma del camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, cuando firma su propia muerte tras la sublevación o Tanquetazo del 29 de junio de 1973, en las cercanías de La Moneda, días antes del Golpe.
El documental adquiere un estatura emocional y anuda no sólo la historia de Allende, sino que también la de una época. Estamos casi llegando al final, Guzmán recurre a Balmes que dibuja La Moneda en llamas a carboncillo. Después dice algo que aparentemente no tiene importancia, pero resulta en su sonoridad y significado todo lo contrario: “El pasado no pasa”. Y de esta manera entramos a la última escena.
Cuando vi por primera vez este notable documental no sabía, ni tenía algún indicio, que cerraría el poeta Gonzalo Millán. Recuerdo el momento, casi salto de mi asiento en el cine. Se enlazaba poesía y política, poesía y sociedad, poesía e historia, poesía y memoria. Había una trenza de alto valor simbólico que indudablemente Guzmán captó en la poesía de Millán. Pero ya no se trataba de una imagen nerudiana, ni mucho menos de sus presupuestos líricos. Se diría incluso que hay una oposición a esa manera de hacer poesía, una renuncia al yo lírico. El cierre tiene otro contenido, otro peso estético en la construcción sintáctica. Estamos de alguna forma ante lo que Roberto Bolaño llamaba “poesía civil”, una poesía capaz de circular por los intestinos del ciudadano común, entrar en los espacios sociales e históricos desde una perspectiva comunitaria, contraria a lo que podría señalarse como poesía sacerdotal o del Olimpo, que ostenta una mirada de la historia amplificada por la voz entonada del poeta, que encarna la tragedia, donde está ausente el cotidiano y el fragmento.
La lectura del final del documental es precisamente un fragmento del libro La Ciudad, y es muy probable que la filmación corresponda a un recital desde Canadá, país donde se exilió el poeta durante un tiempo, y el texto haya estado aún inédito. Vemos a un Gonzalo Millán treintañero, con una camisa negra, -aunque es difícil asegurar, porque se trata de un registro en blanco y negro-, el cabello crecido y un mechón que le cae por el costado de la frente.
El documental de Allende está terminando y el director Patricio Guzmán decide, entre un sin número de alternativas de cierre a su película, el poema de Millán.
Estoy en la sala de cine y ya a con los primeros versos tengo un nudo en la garganta. Guzmán me ha pillado muy mal parado, Allende y Gonzalo Millán juntos sobrepasan por mucho mis expectativas del documental. Me transpiran las manos, la lectura del poeta es pausada, enfática, perfecta. Un texto que en su dispositivo técnico imita al cine, paradójicamente está siendo filmado. Digamos que se produce un encuentro feliz y triste al mismo tiempo, porque el poema es triste. Este país tuvo un sueño y Salvador Allende no quiso renunciar a él y el poeta Gonzalo Millán, en su lectura, capta esto y compone lo que podría decirse un retroceso, un echar atrás la cinta, torcer la línea de tiempo. Pero la verdad de las cosas es que sólo podemos retroceder lo que ya está grabado. Tal vez sea un síntoma del exiliado: volver recursivamente una y otra vez su cinta mental al país que lo ha expulsado.
El final con La Moneda en llamas es por todos conocido o de alguna manera ese final lo vivimos todos días, dadas las condiciones sociales y culturales en las que estamos inmersos. Entonces el gesto de rebobinar que plantea el poema se hace preciso, se trata de una acción del tiempo elocuente. Pienso en la memoria como un disparador hacia el futuro, un doble movimiento que recompone o restablece la imagen histórica para dar un brinco que irrumpe en el estado actual de las cosas, que indudablemente las torna vigentes. Las desnuda, es decir, deshace el nudo y vuelve reales.
A eso, creo, apuntaba el poeta Gonzalo Millán. Más aún cuando lo escuchamos leyendo, en la última escena del documental Salvador Allende:
El río invierte el cauce de su corriente/ El agua de las cascadas sube/ la gente empieza a caminar retrocediendo/ Los caballos caminan hacia atrás/ los militares deshacen lo desfilado/ las balas salen de las carnes/ Las balas entran en los cañones/ Los oficiales enfundan sus pistolas/ La corriente penetra los enchufes/ Los torturadores dejan de agitarse/ Los torturados cierran sus bocas/ Los campos de concentración se vacían/Aparecen los desaparecidos/Los muertos salen de sus tumbas/Los aviones vuelan hacia atrás/ Los roket suben a los aviones/ Allende dispara/ Las llamas se apagan/ Se saca el casco/ La Moneda se reconstituye íntegra/ Su cráneo se recompone/ Sale a un balcón/ Allende retrocede hacia Tomás Moro/ Los detenidos salen de espalda de los estadios/11 de septiembre/Las fuerzas armadas respetan la Constitución/ Los militares vuelven a sus cuarteles/ Renace Neruda/ Víctor Jara toca la guitarra/ Canta/ Los obreros desfilan cantando/ Venceremos!