Femicidio de Lucía en Argentina: No quiero creer que son tus bajos instintos
“#MeSientoMorirCuando” es el hashtag que anda rondando en Twitter, donde la gente comenta momentos de vergüenza, pudor o incomodidad. Pero hoy me siento morir un poco por algo diferente. Algo que ocurrió hace unos días en Mar del Plata, Argentina.
Una chica de 16 años salió de su casa para encontrarse con dos tipos que la drogaron, abusaron de ella y luego la empalaron, tomaron su cuerpo maltrecho, la bañaron y la fueron a dejar a un centro asistencial, como si nada hubiese pasado, como si sólo fuera una sobredosis que le pudo pasar a alguien cualquiera. La autopsia y la declaración de la fiscal señalan que murió de un paro cardíaco por el dolor lacerante y profundo que estas bestias le provocaron.
Digo bestias, pero no lo son. Son dos hombres de clase media argentina, que sienten placer con el sometimiento, con la doblegación de un otro que siempre estará en desventaja con ellos. Una niña, una mujer, un o una trans, un homosexual, una chica lesbiana. Somos cuerpos mirados como posibles de someter, de vulnerar, de ser heridos y mutilados. Son vejámenes que se han practicado a lo largo de los siglos por “estrategas” militares, por dictadores, por fanáticos religiosos. Tortura, lapidación, elevar un discurso por sobre todo.
Yo también tuve 16 años. Y era torpe y obstinada. Sentía que me podía defender, que nada me iba a pasar. Quería salir más y conocer el mundo. Cada fiesta a la que no pude ir, sentía que me estaba quedando al margen de vivir. Escribía posteos enormes en Fotolog, y publicaba fotografías de las cuales hoy me arrepentiría. Salí con gente que no debía, compartí con amigos que no eran amigos, a veces creí que por conocer a alguien desde una red social ya no tenía nada que temer.
Porque precisamente debería ser así. No deberíamos nunca vivir con miedo. Ese miedo que ya te ronda pasados los 26 y que piensas ¿cómo me metí en ese antro tan chica? ¿De verdad confiaba en ese tipo con el que me tomé una cerveza a escondidas?
La maternidad no me ronda, pero aún así, cuando veo a las hijas de mis amigas no puedo sentir más que temor, porque ojalá no le toque conocer a esas bestias, porque las cosas avancen un poco más cuando ellas crezcan. Esperanza de que no les dejemos un mundo más podrido aún.
Pero las esperanzas se diluyen cuando esa niña de 11 años escucha a un tipo en la calle mencionando sus incipientes senos. Y tiene miedo, y empieza a cubrirse. Esa niña que debe tironear de la falda cuando sube las escaleras en el colegio, porque no vaya a ser que alguien la acuse de mostrar los calzones. A ella, que deberá rogarle a la inspectora de turno que la deje ir con pantalones, porque es más cómodo, aunque desentone con el uniforme militarizado del colegio. Esa niña que se ruborizará cuando suba al metro en horario punta, lleno de gente, tratando de quedar a la par con otras mujeres, para no sentir que alguien puede rozarla tratando de invadir su intimidad. Esa niña que verá miles de comerciales durante su vida, que le dirán que debe limpiar toda la grasa de la cocina, encontrar a su príncipe azul y después aprender a mantenerlo contento con los 69 tips sexies de revista Cosmopolitan. Esa niña cumple 16 y quiere sentir que es libre, que nada de esto la oprime, que por una vez es dueña de sus decisiones. Que puede confiar, que no todo el mundo es una boca de lobo.
Pero los hay. Los hay más de lo que uno cree. Y reaccionan como bestias cuando intentamos reunirnos, ser muchas más, cuando exigimos derechos sobre nuestro cuerpo, sobre nuestra capacidad de elegir, cuando exigimos y decidimos alzar la voz y reclamar.
Y nos intentan callar con burlas, comparándonos con ideólogos genocidas. Ellos nos dicen feminazis cuando los de su especie, los de su sexo están empalando niñas, gritándole a sus parejas, dominando la sexualidad a través del dinero, ellos que legislan a puertas cerradas negándonos la posibilidad del aborto en tres causales. Ellos, que con sotanas largas intentan decirnos qué es moral o inmoral. Hay cómplices pasivos de estas bestias. Esos cómplices pasivos están a esta hora buscando el video sexual de Tiziana, la joven italiana que se suicidó tras la filtración que su ex hizo de vídeos íntimos, esos cómplices pasivos andan como trolls en Internet criticando a cualquier chica que se diga feminista, esos cómplices pasivos viven por ahí diciendo que somos provocadoras, que estamos buscando que nos pase algo, que mejor no salgamos solas, porque somos la tentación.
“Dieron rienda a sus más bajos instintos”, decía un párrafo de la noticia de Lucía en un medio argentino. No. No quiero creer que bajo cada hombre exista este instinto asesino y misógino. Por eso creo que el término está mal empleado. Eso espero, agradeciendo a todos los hombres de mi vida que me han querido y respetado, a mi padre, mis abuelos, a mi compañero y pareja. Y recordando cuando tuve 13 y alguien me forzó a mi primer beso, o cuando tuve una mala relación que me dejó creyendo que vivía en el subsuelo, o cuando tenía 22 y alguien me acosó durante más de seis meses, y así podría seguir. Pero no, quiero creer que los hombres que leen esta nota no tienen esos bajos instintos, y que seguirán apoyándonos en cada concentración, en cada debate que tengamos, en cada lucha que demos como mujeres, como transexuales, como lesbianas, como homosexuales, como queer, como lo que sea que nos identifiquemos y sintamos hoy.