AFP: El sistema sexista tras las miserables pensiones de las mujeres chilenas

AFP: El sistema sexista tras las miserables pensiones de las mujeres chilenas

Por: Francisca Quiroga | 21.08.2016
El actual sistema de pensiones resulta particularmente perjudicial con las mujeres del país. Son las que realizan mayor trabajo no remunerado y las que cuentan con más lagunas en sus cotizaciones, obteniendo pensiones más bajas. “Las principales demandantes del cambio en el sistema tienen que ser las mujeres”, señala Claudia Sanhueza, economista e integrante de la Comisión Asesora Presidencial sobre el sistema de Pensiones.

Sólo dos semanas después de la multitudinaria marcha del 24 de julio, cuando cerca de 750 mil personas marcharon a lo largo del país contra las AFP, la Presidenta anunció tres medidas para ayudar a aumentar las pensiones de los jubilados, la más baja de los países de la OCDE. Según cifras de la Fundación SOL, a julio de 2015 el 90,8% de los pensionados recibía una pensión menor o igual a $150.519. Entre los anuncios más destacados estuvieron la creación de una AFP estatal, mayor regulación en las políticas de inversión y una sola tabla de mortalidad para hombres y mujeres.

Este último punto ha sido uno de los factores que han generado que las mujeres en Chile reciban aproximadamente un tercio de de la pensión de vejez que reciben los hombres. Para la economista Claudia Sanhueza, directora del magíster de Políticas Públicas de la UDP e integrante de la Comisión Asesora Presidencial sobre el sistema de Pensiones, esta medida se trata de un mínimo avance: “Es como salir de la prehistoria, porque realmente era impresentable. Está lejos de ser un avance sustancial”.

Otras de las causas por las que las mujeres cotizan menos que los hombres y reciben peores pensiones, se debe a vicios del sistema sexista en el que vivimos. Margarita tiene 57 años y es auxiliar de aseo en una empresa en la que todas las auxiliares de aseo son mujeres. Vive en La Reina con su mamá. Se acuerda que a los 9 años vivía ahí, en una toma con su mamá y sus cuatro hermanos. En los ‘70 la Corporación de la Vivienda (Corvi) les dio un subsidio para una vivienda social. Hoy día la casa es de ellas. Vive con su mamá, una hija y una nieta. En el mismo terreno viven dos hermanas y un hermano. Su hermana mayor ya falleció.

Rosa Becar, la madre de Margarita, tiene 93 años y recibe una pensión de $120.000. “No le alcanza”, dice Margarita: “No podría vivir sola. Ella paga el agua, la luz, el gas y otras cuentas. Yo me hago cargo de todo lo que es comida”.

Hace un tiempo, Margarita hizo un cálculo de cuánto recibiría si se jubila a los 60, en tres años más: “Sacaría $11.000 si me jubilo ahora”. Lo que pasa, explica, es que perdió cerca de 15 años de cotizaciones. Trabajó como ayudante de cocina, como mucama, en casa particular y ahora como auxiliar de aseo. En casas particulares muchas veces no le pagaron las cotizaciones y muchas otras trabajó por días. “Lo hacía para poder estar con mis hijos. Yo soy sola y tengo tres hijos. Tuve que renunciar a muchos trabajos”.

“Tiene que ver con que todo el trabajo que hace la mujer durante su vida activa, que no es un trabajo remunerado, realmente no tiene valor”, comenta Sanhueza. “No hay subsidios por las lagunas previsionales que aparecen por cuidado infantil. Entonces estamos diciendo que todo lo que hace la mujer durante su vida activa, que no tiene que ver con el mercado laboral, en realidad no tiene valor”.

El problema estructural, según señala la académica, es que el sistema está diseñado de forma tal que el nivel de ingresos en la jubilación, dependerá de las decisiones de ahorro tomadas durante la vida activa: “Y tus decisiones de ahorro dependen de tus ingresos, obviamente. Si tú tienes muchos más ingresos que consumo, vas a poder ahorrar. Por lo tanto, la mujer que tiene una participación activa en el mercado laboral y que tiene ingresos suficientes para ahorrar, es la mujer que debería tener una mejor calidad de vida”. En la práctica, sin embargo, esas mujeres son la minoría”.

Brecha salarial de género

Las chilenas se desarrollan, en promedio, en profesiones u oficios peor remunerados que los hombres. Según consta en la Comisión Bravo, las mujeres se concentran en las ramas de actividades de comercio al por mayor y por menor (22%), seguido por la enseñanza (13%) y el servicio doméstico (12%). Las cifras equivalentes para los hombres son 17%, 4% y 2%. Además, la brecha salarial promedio asociada a una hora de trabajo entre hombres y mujeres es de 18%. Esa cifra aumenta con el nivel educacional, llegando a 40% en hombres y mujeres con postgrados completos.

Otras cifras que dan cuenta de esta brecha, se da en el siguiente párrafo de la Comisión: “Las historias laborales de las mujeres, además, son más incompletas que las de los hombres. Los hombres han estado 74% de su historia laboral trabajando remuneradamente, las mujeres 40% de su tiempo. Los períodos más extendidos de interrupciones en el mercado laboral por parte de ellas, son causados principalmente por dedicarse al trabajo doméstico y al cuidado de los hijos. Cumsille (2015) estimó que las mujeres en promedio han estado fuera del mercado laboral remunerado aproximadamente 10 años por dedicarse al trabajo doméstico, mientras que los hombres 3 años. Y si ellas se han retirado aproximadamente 7 años por cuidar a los hijos, los hombres lo han hecho 2 años”.

Claudia Sanhueza señala que este es un problema de la estructura de la AFP, que es individualista. También lo atribuye, sin embargo, a causas sociales: “Lo que pasa con la mujer en esta sociedad es que todos los mensajes subjetivos y objetivos, es decir, toda la legislación laboral y todos los mensajes sociales se traducen en que la mujer en realidad tiene un rol reproductivo. En el sentido de que es la responsable de todo el tema maternidad, cuidado infantil, cuidado de enfermos y de adultos mayores, incluso. Entonces su responsabilidad no es productiva. Le dan esos mensajes y al mismo tiempo se le dice que su calidad de vida en la vejez depende de esas decisiones productivas. Entonces es contradictorio”.

La Encuesta Nacional de Dependencia, de hecho, indicó que del total de personas mayores con dependencia moderada o severa, un 32% cuenta con un cuidador principal que es familiar. De ellos, el 86,4% son mujeres y el 92% no recibe pago por el cuidado. El tiempo de cuidado promedio, además, es de ocho años. Un 48% de las personas que se dedican al cuidado, no está afiliado al sistema de pensiones. “El no reconocimiento de las actividades no remuneradas realizadas por las mujeres -de vital importancia para el desarrollo de nuestra sociedad-, junto con las inequidades de género y segregación del mercado del trabajo, se reflejan en el sistema previsional actual y las mujeres asumen individualmente los costos”, señaló la Comisión Bravo.

Medidas insuficientes

Las medidas propuestas por la Presidenta apuntan, por una parte, a aumentar las pensiones y equilibrar la brecha entre hombres y mujeres, pero también a generar mayor regulación respecto de las inversiones que las AFP realizan. El problema, señalan los expertos, es que no se cambia de forma sustantiva el modelo.

El diputado Gabriel Boric, miembro de la Comisión de Trabajo y Seguridad Social, señaló tras el anuncio que “el debate no es sólo por el monto de pensiones, ni meramente técnico. Es también por el carácter económico y político del modelo chileno. La propuesta de la Presidenta requiere más detalles. En principio, más que un sistema mixto propiamente tal, corrige excesos del sistema de capitalización”. Sobre la creación de una AFP estatal, dijo que “más que AFP estatal, tenemos que terminar con las AFP”.

Similar diagnóstico hace Claudia Sanhueza. Si bien valora que se busque mayor regulación, el problema es que “yo no veo que hayan tocado relevantemente lo que actualmente tienen las AFP”. En la Comisión Bravo, la propuesta de sistema mixto indicaba redestinar parte de la cotización actual a un seguro solidario intergeneracional. Es decir, que parte de las cotizaciones de la población activa, financia de forma solidaria las pensiones de los jubilados y jubiladas. “Eso alteraba bastante el flujo de ingresos que recibían las AFP. Y por lo tanto tú sacas parte del sistema del mercado de capitales. No puede ser que nuestras pensiones estén dependiendo del mercado de capitales. Y eso no apareció en los anuncios. Se deja intacto. O sea, todo lo que actualmente estamos destinando mensualmente al mercado de capitales va a seguir siendo asignado. Y es eso lo que tiene que reducirse. No sólo en términos relativos, sino que en términos absolutos”.

Para la experta, lo que se necesita es un sistema de reparto o mixto, que opere de forma colectiva y no individual. “Las principales demandantes del cambio en el sistema tienen que ser las mujeres. Porque a ellas es a las que con más intensidad les beneficiaría un sistema solidario de seguridad social”, agrega.

Margarita, sin embargo, no siente que su caso sea particularmente difícil. Se ríe y dice que hay cosas peores. “A mí no me molesta vivir con mi mamá y cuidarla. Es parte de la vida. Además, ella es muy preocupada, me espera todos los días con la mesa puesta para tomar once. Y gracias a dios no es enfermiza, ni está postrada. Si tuviéramos que comprar remedios, ahí no sé cómo lo haríamos”. A unas pocas cuadras de su trabajo, en un kiosco de Providencia, atiende Elsa Escobar de 68 años. Vive en el Paradero 18 de Santa Rosa y gracias al Pilar Solidario recibe una pensión de $98.000. Es viuda, tiene hipertensión, artritis reumatoide y problemas a la tiroide: “Claro que no me alcanza. Debería haberme operado hace años, pero no me alcanza la plata”.