¿Qué quiere ser de mayor Podemos?
No ha sido poca la atención que he dedicado al fenómeno Podemos, prácticamente desde su aparición fulgurante en las elecciones europeas de 2014. En enero de 2015, con el título de “Podemos, jaque al sistema político español”, escribí que “Podemos es muchas cosas. Nos atreveríamos a decir que es para cada posible votante lo que cada uno de ellos quisiera que fuera. Se le puede ver como un partido regenerador, limpiador, vengador, justiciero, renovador de la élite política o agente de un cambio en profundidad de las reglas del juego, una especie de partera de una nueva época. Podemos es para mucha gente la ilusión política de que la realidad actual es reversible. Podemos ha hecho creer a muchos que es posible gobernar de otra forma, sin olvidarse de la gente y contando con ella, sin despreciarla, sintiendo lo que esa gente siente y, especialmente, lo que esa gente sufre. Y que además, esa nueva forma de gobernar se puede hacer sin robar, sin corromper a los representantes políticos. En el futuro esta hipótesis se validará o no, pero los que apuestan por Podemos parecen creerlo”.
Hace tan solo unos meses, concretamente el 19 de marzo de 2016, publiqué otro artículo bajo el título “A Podemos se le abren las costuras defendiendo la belleza”. Sintéticamente, el texto decía que Podemos estaba gestionando pésimamente el apoyo que había conseguido en las elecciones diciembre; que no estaba jugando bien sus cartas y que, más que probablemente, no había conseguido digerir bien los datos electorales que arrojaron las urnas. Pero ese ?sostenía? no era el principal problema. Escribía lo siguiente: “Muy posiblemente lo peor para la formación morada es que se le están abriendo algunas de las muchas costuras internas que tiene. No es ahora una de las suturas que podríamos llamar periféricas, en las que por cierto también se aprecian problemas, sino en el núcleo duro de la organización. El golpe de mano de Pablo Iglesias cesando al responsable de organización, Sergio Pascual, ha afectado seriamente a Íñigo Errejón, quizá el hombre con más proyección extramuros de Podemos. La cosa, no obstante, no se circunscribe a una confrontación entre Iglesias y Errejón, sino que evidencia problemas internos en cuanto a la concepción tanto del partido como de su estrategia de presente y de futuro (…) Podemos no acaba de decidir qué quiere aceptar y qué quiere rechazar del modelo de partido convencional: hay expresiones del lulismo primerizo del tipo Paz y Amor, y se evidencian querencias leninistas del tipo tú tienes dos ojos, pero el partido tiene mil”.
A propósito de la evidente contradicción entre Iglesias y Errejón había escrito otro artículo mes y medio antes, el 6 de febrero, bajo el título “¿Quo vadis, Pablo? ¿Dos almas o solo estilos distintos en Podemos?”. En él se podía leer: “Podemos está utilizando una táctica que ?sin prejuzgar ahora si será o no acertada en cuanto al resultado final? resulta muy irritante. Que sus formas molesten a los otros partidos va de suyo, y responde a unas pautas nuevas que no son las convencionales por lo que hace a la sociabilidad partidaria. Lo preocupante es que irrite y genere desafección entre sus votantes o, cuanto menos, en una parte sensible de estos (…) ¿Qué hay detrás de esa soberbia y permanente ganas de bronca, de ese papel de cascarrabias perdonavidas permanentemente enfadado con todos, maniqueo además, con el que Iglesias se prodiga en cada comparecencia? Eso no solo no ayuda a trabajar en positivo para abordar la superación de la difícil situación en la que Podemos y sus coaligados debieran ser pieza clave, sino que aleja cualquier posibilidad de entendimiento entre ellos y el PSOE de Sánchez”.
A propósito de la necesidad que consideraba imperativa de las relaciones de colaboración entre Podemos y el PSOE, aludía a los dos líderes, Sánchez e Iglesias, y afirmaba: “sus votantes respectivos no entenderían que ellos no se entendieran. Pues por mal camino vamos. Esa tensión extrema entre ambas fuerzas parlamentarias está resultando claramente perjudicial para los intereses que ambas dicen defender (…) Podemos está jugando con silogismos simples, según los cuales ellos son los únicos que pueden asegurar un gobierno de cambio real en España. Parecen olvidar el número de diputados que tienen y, además, la geometría y la aritmética variable de su propio grupo parlamentario. Con todo, no es eso lo importante. Ese exclusivismo, ese esencialismo no va a ser fácilmente digerible por el electorado más exigente que apoya a la formación morada, y que siendo radical-democrático no deja de ser posibilista”.
Si eso escribía en enero de 2015, el análisis que puedo hacer hoy ?año y medio después? del resultado de Podemos y sus socios electorales el 26J se corresponde sorprendentemente con lo escrito entonces, y se sustenta en una idea que debe ser tenida en cuenta para comprender por qué Podemos y sus socios han perdido más de un millón de votos entre el 20D y el 26J. Decía en enero de 2015: “Pudiéramos estar a las puertas de un error fatal que la izquierda más allá del PSOE ha repetido históricamente: confundir a los votantes con sus militantes”.
A la mayoría de los electores que votaron por Podemos y sus aliados ?ya sean más o menos radical-democráticos? “no les importa si el PSOE, Podemos, Compromís, Izquierda Unida o el resto de formaciones a los que confían su voto tienen más o menos parcelas de poder, sino si el nuevo gobierno que pudieran conformar comienza a enfrentar y a resolver los graves problemas creados o engrandecidos por cuatro años de mayoría autoritaria del PP y por la incompetencia de Rajoy”.
En mi opinión, aquí radica el grueso de la explicación del decepcionante [aunque valiosos en el número de diputados, conviene no olvidarlo] resultado electoral de la coalición, tan difícil de digerir cuando las encuestas anunciaban un éxito completo y absoluto para ella.
Ayer mismo, el Consejo de Coordinación de Podemos hizo suya la tesis de Pablo Iglesias, de que "la clave [de la enorme pérdida de apoyos] fue el miedo a lo nuevo". Es verdad que se dijeron más cosas, pero creo que en esta auto exculpación se encuentra el argumento de mayor peso que desde la dirección de Podemos y coaligados se ofrece para explicar cómo es que el PP va a seguir gobernando cuatro años más.
Claro que cuando la derecha y toda su artillería mediática reforzaron la tesis de que el PSOE era irrelevante y que era real y factible el escenario de un gobierno extremista, bolivariano y antieuropeo, alineado con la Grecia de Tsipras, la conclusión para todo el electorado conservador fue evidente: ¡los comunistas están ad portas! Ciudadanos se sumó a la campaña con entusiasmo, así que sólo faltó que a la campaña se incorporara el PSOE ?presa de un pánico paralizante ante los augurios de que iba a dejar de ser el referente mayoritario del electorado progresista?, para que el votante conservador buscara amparo y cobijo en Mariano Rajoy. Para muchos por aquello de son unos corruptos, pero son nuestros corruptos.
Pero eso no es todo lo que explica el descalabro del 26J. Resulta evidente que la coalición con IU no ha funcionado. Al contrario. Son muchos los análisis con los datos en la mano que lo prueban. Es cierto que comparten un espacio sociopolítico, pero sólo en parte. Son culturas distintas, raíces distintas, propuestas distintas. IU lleva décadas queriendo ser el PCE modernizado, pero ni la coalición ni el partido dejan de ser un referente que significa cada vez menos para la mayor parte del electorado; son un partido, una opción de otra época. El PCE sostiene, según se aprobó en su XX Congreso que “El proyecto de la UE y el Euro han sido un terrible desastre para los pueblos de Europa, especialmente para la clase trabajadora y las capas populares. Los efectos sobre la clase trabajadora y sobre el tejido productivo de nuestro país han sido demoledores. Esto es un hecho absolutamente objetivo, fruto de un proyecto irracional y perverso cuya desaparición es cada vez más necesaria. Tanto la UE como el euro son irreformables dado que se han construido sobre los valores y los principios del capitalismo, y se han construido para servir los intereses del poder económico y financiero”. ¿Cómo conciliar esta posición con el discurso europeísta crítico de esa nueva referencia socialdemócrata de la cual se presenta como líder Pablo Iglesias?
Los vaivenes del líder de Podemos han sido muchos y han resultado mareantes. Es un líder que no suma a la marca Podemos, como le ocurre a Rajoy con el PP. Son los dos dirigentes peor valorados. Ignacio Escolar ha escrito que Iglesias ha querido ser el poli bueno y el poli malo al mismo tiempo, y claro, eso no ha funcionado. No puede funcionar ubicarse en la socialdemocracia, aludir de forma confusa al peronismo, aliarse con el PCE y declarar que cuando venza será un presidente como Salvador Allende.
Salvador Allende es un mito de la izquierda mundial, un mártir de la defensa de los valores de la democracia tal y cómo la concebía la izquierda en los años setenta; una concepción que los comunistas italianos comenzaron a desmontar, precisamente, tras el golpe militar de Chile. Aquello era la Guerra Fría, y traer al escenario actual lo que fueron los dramas de las dictaduras militares latinoamericanas es un inmenso error. Como lo es la sintonía malamente explicada con Maduro y sus seguidores o la simpatía hacia Cristina Kirchner o Rafael Correa. Pero también lo es el rememorar el imaginario de la Guerra Civil española, con su cancionero y demás; o resucitar aquello de “el pueblo unido jamás será vencido”.
Somos muchos los que todavía nos emocionamos con esos hitos de tantas derrotas, pero convendría no confundir los términos. Con esos mimbres no se construye un cesto político y electoral para alcanzar un gobierno de progreso en un país como España. La propuesta de nacimiento de Podemos era una la de una formación transversal, no la de una nueva propuesta de la izquierda más allá del PSOE, con sus luces y sus sombras. En eso está Izquierda Unida desde hace treinta años largos y cada vez con menos éxito [incluso aceptando que la penaliza un sistema electoral canallesco]. Izquierda Unida, como ahora Podemos [y en eso tiene razón Iglesias] siempre ha tenido más simpatías que votos. Ciertamente son muchos los ciudadanos que coinciden con lo que desde IU denuncian, con lo que quieren cambiar.
El problema es que a la hora de convertir esa simpatía en apoyo electoral, el ciudadano no se sabe exactamente qué es lo que se está apoyando o, dicho de otra forma: con qué quieren substituir lo que quieren cambiar. Un ejemplo evidente es el discurso del PCE sobre la Unión Europea que hemos visto.
Podemos ?entiendo? deberá construir un relato de lo que realmente es como organización política y habrá de definir cuáles son sus objetivos estratégicos, y cuáles sus posibles alianzas para acercarse a ellos o para alcanzarlos. La indefinición o la doble o triple definición no funcionan. Por simplificar: Podemos no puede ser el partido de Monedero y Errejón. Si quiere ser un PCE/IU 2.0, está en su derecho. Pero eso no es lo que anunciaba como su razón de existir, ni tendrá mayor recorrido electoral que el que la memoria política reciente nos permite imaginar. El reto es grande, pero la organización deberá decidir si es o no una propuesta efectivamente socialdemócrata limpia de polvo y paja.
Ha acumulado, a pesar de todo, un enorme capital político. Será un grupo decisivo en el Parlamento de Madrid frente en el nuevo gobierno conservador, ya es más que relevante en ayuntamientos y gobiernos autonómicos, está jugando y va a jugar un papel hace poco inimaginable en territorios como Cataluña y el País Vasco. Es urgente y necesario, pues, que Podemos sepa definir y transmitir adecuadamente a la ciudadanía qué clase de partido político es, cuáles son sus objetivos estratégicos y cómo piensa lograrlos.