Futuros Para el Tenis: El "oasis" donde se olvidan los problemas de la población Santa Adriana de Lo Espejo
“Entro a este lugar y se me olvidan todos mis problemas”, dice Rodrigo Tapia (40) dentro de las dependencias de la escuela Futuros Para el Tenis, proyecto ubicado en la población Santa Adriana de Lo Espejo y que levantó hace ya más de 15 años junto a su amigo Richard Quintana (34).
El “Oasis”, como le dicen en la Santa Adriana, consiste en un recinto deportivo que cuenta con dos canchas profesionales, de esas que sólo se suelen ver en clubes del sector oriente de Santiago.
Lo Espejo en el ranking de comunas en cuanto a calidad de vida –de mejor a peor-, ocupa el lugar número 91 de 93 y la población –según un reportaje de Ciper sobre zonas ocupadas- está a 4,5 kilómetros de las farmacias más cercanas, no tiene bancos en sus cercanías y cuenta con un largo historial de delincuencia.
“Si tú buscas Santa Adriana en los medios entre 2003 y 2007, era foco de delincuencia, miseria y teníamos niños muertos”, dice Tapia, que asegura que eso fue una de las principales motivaciones para alzar la escuela: “Veíamos que los cabros cada vez más chicos comenzaban a consumir pasta base. A mí me parece lícito que una persona de 30, 35 años, un mayor de edad decida destruir su vida fumando pasta, pero a un niño de 12 años eso le corta todos sus sueños".
Era momento de hacer algo, por lo que, el 28 de agosto de 2003, Quintana, Tapia y dos amigos más salieron a la calle. Con la frustración de haber jugado tenis de forma amateur en canchas que quedaban a horas de Santa Adriana, decidieron armar un taller en el inutilizado polideportivo de la población –hoy llamado Santa Adriana, en ese tiempo Carlos Dittborn- para enseñarle a niños a jugar.
“¿Están locos? –les decían algunos vecinos— Hacer tenis... ¿Creen que alguien va a jugar tenis acá, que alguien va a ganar algo?". Eso no les importaba, tal como quedó en el nombre de la personalidad jurídica de la fundación que dirigiría la escuela, el proyecto era ante todo un club social.
Seis raquetas, cuatro pelotas, mallas con hoyos, pero cuarenta niños que de inmediato se habían motivado a participar fue el saldo de las primeras clases.
Uno de esos niños era Diego Contreras, quien, acostumbrado a jugar en la calle con raquetas de palo, una 'malla de kiwi' atada a dos rejas de los pasajes –que debía desmontarse cada vez que pasaba un auto– y una delimitación imaginaria que hacía que cada punto fuera discutido intensamente, fue a probar suerte y adquirir conocimientos a la escuela.
Hoy ya lleva más de 13 años en Futuros Para el Tenis y es uno de sus profesores. “En las clases trato de enseñar valores, decirles a los cabros que la palabra "No puedo" no esté dentro de su vocabulario”, dice, y luego agrega: “Te dai cuenta de que estái haciendo felices a los niños. Cada día que salgo de las clases a la población me voy acordando de todo lo que se hizo en el día y me voy riendo solo”.
De la Santa Adriana a Brasil
Antes de llegar a las canchas con carpetas acrílicas de lujo que hoy adornan la esquina de Club Hípico con el callejón Lo Ovalle, hubo un largo camino para superar aquellos tiempos en que los niños se peleaban todos los niños la única raqueta Babolat –rota- que había, o aquellos tiempos en que un gasto imprudente de diez mil pesos por parte de los niños los dejaba sin tener cómo volver del club de Tenis de San Carlos de Apoquindo.
También se veía la situación socioeconómica al viajar a torneos en el Club Manquehue, donde se topaban con niños con raquetas Factor K de Roger Federer que podían llegar a costar $150 mil pesos o zapatillas de $60 mil. “Oiga tío, ¿cómo ese cabro tiene las mismas zapatillas que Fernando González?”, preguntaban.
“Había viejos que te miraban de arriba a abajo. No te decían eso sí que habían escuchado de la Santa Adriana solo por las noticias malas de la tele”, cuenta Diego Contreras.
En toda esa etapa, hubo una recolección de fondos, y en 2006 vino una oportunidad caída del cielo. La Presidenta Michelle Bachelet, en su primer período, anunciaba el proyecto Quiero Mi Barrio, destinado a la recuperación de ciertos espacios. Un día, Richard Quintana preguntó en la concejalía de Lo Espejo por el programa y le dijeron que los encargados, que llevaban unas semanas evaluando Lo Espejo, estaban reunidos en la Escuela Santa Adriana.
Se armó de valor y fue. Le dijeron que los esperara, a lo que contestó: “Todo lo que quieran, pero es muy, muy, importante lo que les tengo que decir”.
“Después me hicieron pasar y entre tanto profesional andaba con miedo, pero describí la cuestión desde el alma. Me dijeron que querían hacer una plaza y los convencí con la idea de las canchas. Cuando salí de esa reunión sentí que mi vida había cambiado para siempre y, si cambiaba la mía, también lo hacía la de los niños de la escuela", dice Quintana.
Luego de extensas reuniones con las comisiones de vecinos, se acordó la construcción de las canchas, una inversión de $380 millones que derivó en la construcción del recinto en 2013 y su inauguración formal en 2015.
Los resultados se hicieron notar y la cancha se volvió más mediática. Un día de 2014 le llegó un llamado a Rodrigo Tapia:
-¿Aló?
-Aló, habla Hans Podlipnik.
-Aaah pero pa’ qué molestan, -dijo Tapia antes de cortar.
El teléfono sonó de nuevo:
-¡Oye si en verdad soy Hans Podlipnik! ¡Llamo porque escuché hablar del proyecto y me interesa participar!
En ese tiempo Podlipnik era el tenista número 1 de Chile y hasta el día de hoy sigue siendo el “padrino” de Futuros Para el Tenis. “Cuando escuché del proyecto, me quise involucrar de inmediato. Es muy difícil sacar de un espacio más elitista por toda una historia que tenemos como país, pero Rodrigo y Richard están poniendo el tenis como un deporte que puede jugar cualquiera”, dice el tenista profesional desde Inglaterra.
[caption id="attachment_87279" align="alignnone" width="790"] Hans Podlipnik con la polera de Futuros para el Tenis[/caption]
[caption id="attachment_87278" align="alignnone" width="790"] Fernando González en el recinto de Futuros Para el Tenis[/caption]
Los logros deportivos también se empezaron a manifestar. Ayllan Hormazábal, niño de 11 años quien ha hecho de la escuela un hogar, está entre los mejores 10 de Tenis 12 y Tenis 10. Méritos que lo llevaron a que McDonalds viera sus videos y lo seleccionara para viajar olimpiadas de Brasil 2016 por su programa Olimpic Kids.
A pesar de que a Ayllan no le gustan mucho las entrevistas y se remite a respuestas cortas, no puede evitar su entusiasmo al hablar de tenis. Revisando fotos viejas, un compañero suyo osó a comparar el saque de un alumno viejo que aparecía en ellas, con el de uno de sus compañeros. “Estái loco, mira la postura que tiene ese cabro en la foto. El otro saca plano, así”, dice Ayllan, antes de hacer una perfecta imitación de ambas técnicas para demostrar su punto.
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[caption id="attachment_87292" align="alignnone" width="790"] Invitación a Río 2016 para Ayllan Hormazábal[/caption]
Pero en la historia de Futuros Para el Tenis también ha habido episodios negros.
J.V. era una de las grandes proyecciones de Futuros Para el Tenis. Ágil, de buena técnica y con gran personalidad, a sus quince años era uno de los niños más queridos por sus tutores. Todo hasta que el 18 de julio de 2008 la población escuchara fuertes discusiones que terminaron en un disparo. La víctima fue la madre del niño y, el victimario, su padre, quien estuvo un tiempo con la policía e inventó la excusa de ir a buscar unos documentos para fugarse.
El niño dejó de ir a la escuela de tenis, se hizo cargo de la familia y se volvió asaltante. Hoy está preso en Colina 2 con una condena de 10 años.
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En una micro saliendo de la población va Willy, ex alumno de la escuela en los tiempos en que no tenían nada. Durante el viaje, recuerda como cuando chico armaba mallas con tubos pvc, los viajes a los ATP de Viña, el día en que conoció a Marcelo Ríos y –tirándole un pelotazo fuerte, mientras él sólo hacía un peloteo- se jactó de haberle hecho un punto al “Chino”. También rememora esos días en que ni almorzaba con sus amigos para así poder jugar todo el día, peleándose a diario la única raqueta de marca que había, la que además estaba rota.
Luego recuerda las tres o cuatro micros que se tomaba a La Dehesa, y asegura: “Nosotros nos preparábamos meses para jugar un torneo, reuniendo plata mientras los cabros de allá pa’ arriba jugaban torneos todas las semanas. Después nos poníamos todos nerviosos, perdíamos y decíamos ‘Ooh toda la plata perdida altiro’ “.
Hoy mira con admiración la cancha profesional, inmaculada, instaurada en su población. “Si nosotros hubiésemos tenido una implementación así, demás salía un profesional”, dice, y baja de la micro admitiendo sus ganas de volver a jugar.