La historia del Sida en Chile

La historia del Sida en Chile

Por: El Desconcierto | 20.04.2016
El 22 de agosto de 1984 fallece producto del SIDA, Edmundo Rodríguez Ramírez, profesor homosexual de Maipú, provocando impacto en la opinión pública. “Enfermedad rara”, “cáncer gay”, reaccionó desinformada la prensa de la época, desatando alarma y pánico social en la comunidad de la diversidad sexual local. Hoy, tres décadas después, la comunidad homosexual recuerda, dialoga y debate sobre las políticas del sida, dictadura militar, democracia y lucha homosexual en Chile a partir de la publicación de “Sida en Chile. Historias Fragmentadas” de los periodistas Amelia Donoso y Víctor Hugo Robles, publicado por Fundación Savia y Siempreviva Ediciones.

El 22 de agosto de 1984 fallece producto del SIDA, Edmundo Rodríguez Ramírez, profesor homosexual de Maipú, provocando impacto en la opinión pública. “Enfermedad rara”, “cáncer gay”, reaccionó desinformada la prensa de la época, desatando alarma y pánico social en la comunidad de la diversidad sexual local. Hoy, tres décadas después, la comunidad homosexual recuerda, dialoga y debate sobre las políticas del sida, dictadura militar, democracia y lucha homosexual en Chile a partir de la publicación de “Sida en Chile. Historias Fragmentadas” de los periodistas Amelia Donoso y Víctor Hugo Robles, publicado por Fundación Savia y Siempreviva Ediciones.

El encuentro se realizará el jueves 21 de abril a las 19:00 horas en la Corporación Chilena de Prevención del Sida, ACCIONGAY, San Ignacio 165, Santiago de Chile e intervendrán Gustavo Hermosilla, Roberto Pablo, Julio Palma, Víctor Hugo Robles, Marco Becerra y Luz María Yaconi. Organiza y convoca la Corporación Chilena de Prevención del Sida ACCIONGAY y Fundación Savia.

Extracto inédito de “Sida en Chile. Historias Fragmentadas”

Portada Sida en Chile

Edmundo Rodríguez

(El inicio de una historia)

“MURIÓ PACIENTE DEL CÁNCER GAY CHILENO”, tituló en portada el diario La Tercera, el jueves 23 de agosto de 1984, abriendo los fuegos de la realidad del SIDA en Chile. Era la sensacionalista e impactante información relativa a la muerte de Edmundo Rodríguez Ramírez, el primer chileno diagnosticado de VIH y muerto a causa del VIH/SIDA. “MURIÓ PACIENTE DE LA ENFERMEDAD RARA”, dijo por su parte el diario Las Últimas Noticias. “En la madrugada de ayer falleció el primer paciente chileno afectado por el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), que permanecía internado en el Hospital Clínico de la Universidad Católica. En forma extraoficial se informó que el enfermo, un sodomita de 38 años de edad, había sido dado de alta provisoriamente en los últimos días y que un agravamiento en su estado obligó a sus familiares a reinternarlo en el centro hospitalario”, informó el diario La Tercera en páginas interiores.

La situación de salud de Edmundo Rodríguez fue públicamente conocida, por primera vez, a principios de julio de 1984, cuando fue presentada por los médicos tratantes, doctores Fernando Figueroa y Guillermo Acuña, en las Primeras Jornadas Médicas del capitalino Hospital Paula Jara Quemada. “Habitualmente, por razones de ética, el Hospital Clínico de la Universidad Católica de Chile resguarda la información referente al diagnóstico, estado y evolución de las enfermedades que afecta a sus pacientes. Los casos clínicos de interés científico son presentados en las tribunas adecuadas para provecho de la comunidad”, justificaba el día de la muerte de Edmundo Rodríguez una declaración oficial firmada por el director del Hospital Clínico de la UC, doctor Joaquín Montero Labbé. “La dirección del Hospital Clínico de la Universidad Católica apela a la conciencia ética de los periodistas, que bien saben valorar el secreto profesional y a la comprensión de los medios de difusión en torno a este tipo de problemas”, remataba el comunicado de la UC en afán ético.

Mientras, en una antigua casona de Ñuñoa, Salvador Plaza, pareja de Edmundo Rodríguez, lloraba la pérdida de su compañero de vida y encomendaba a un cómplice amigo de parranda la compra sigilosa de los periódicos del 23 de agosto que informaban del triste deceso de su castigado amor. Salvador respiró profundo, recordó las risas y besos compartidos, miró los titulares, leyó las palabras “sodomita”, “homosexual” y “muerto de SIDA”, pero ninguna de ellas hacía sentido con la inolvidable historia de amor que habían construido con Edmundo. Una historia de amor y complicidad que impulsó a Salvador a recorrer decididamente el sinuoso camino de la aceptación sexual en años de compleja liberación afectiva.

“Yo nací en un tiempo equivocado, nadie sabía de mi sexualidad, lo pasaba pésimo, a veces me visitan amigos, pero no se hablaba nunca del tema. Yo provengo de una familia tradicional católica con un padre alcohólico que decía que prefería tener un hijo muerto que un hijo maricón”, reconoce Salvador con angustiante e inolvidable dolor infantil.

“Estábamos enamorados”

“Yo pensaba que era el único homosexual en el mundo, nací en una época equivocada, entonces mi tranca fue enorme. Afortunadamente, a los 38 años, comencé mi aceptación cuando leí una carta que apareció en el diario El Mercurio, donde un padre relata el penoso suicidio de su hijo homosexual. Esa carta es histórica para mí porque impulsó mi aceptación definitiva. Lo pasé muy mal, pero fui feliz cuando conocí a Edmundo”, admite Salvador, relatando emocionado y detenidamente su particular historia de amor.

“Tenía una amiga lesbiana de nombre Paulina que me ayudó a conocer a otros amigos. Yo estaba apegado a la Paulina, porque me sentía extraño en el ambiente gay, era un cabro chico con 38 años. Un cabro que tenía mucho miedo. Un día fui al departamento de mi amiga, que vivía con su madre y ahí apareció Edmundo. Estuvimos saliendo como amigos durante dos meses. Edmundo era profesor de castellano, me escribía cartas en letra imprenta sin firmarlas. Él había asumido su sexualidad pero en todo el tiempo que estuvimos juntos, yo nunca conocí su casa, ni él nunca conoció la mía. Me enamoré de Edmundo e incluso compré un departamento en Carlos Antúnez con Marchant Pereira para vernos más tranquilamente”, recuerda, agregando: “Era un lugar magnífico, nuestro espacio de encuentro. Un día fuimos a Horcón como amigos y pasó lo que tenía que pasar. Edmundo me dijo que no porque había pasado eso íbamos a ser pareja, rayando así la cancha, pero a los dos meses me trajo una planta enorme de regalo en un taxi desde Maipú, demostrándome así su amor. Ya no se habló más del tema y poco a poco se comenzaron a dar las cosas. Después todo era obvio, no había que hablar mucho, estábamos enamorados”.

Salvador evoca cada momento de su relación con Edmundo, particularmente los días en que su pareja estuvo internada en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, transformándose en el “conejillo de indias” de médicos, enfermeras y periodistas. “Para ustedes, el que yo pueda tener VIH o SIDA es importante porque lo van a publicar, pero cuídense, porque mi madre se operó del corazón y si dan la noticia, se la van a llevar a ella, a mí y también a mi pareja que es bipolar”, fue la advertencia que habría realizado Edmundo Rodríguez al cuerpo médico de la UC, según rememora Salvador Plaza.

“Recuerdo que cuando Edmundo enfermó, yo era casi la única persona que podía entrar para hablar con él. Me decía que el médico le había dicho, antes de los exámenes de confirmación, que él podía tener AIDS. Yo le reclamé al médico, porque no podía decirle eso. Edmundo tenía síntomas de Sarcoma de Kaposi y eso lo complicaba mucho, particularmente las manchas en la cara. Se ponía brisquei para taparlas. Yo creo que Edmundo se contagió con un brasilero que conoció en el centro de Santiago. En ese tiempo se hablaba del SIDA, pero nadie se preocupaba, no se usaban medidas de prevención, pese a todo yo nunca me contagié”, señala Salvador.

Gustavo Hermosilla, profesor universitario, activista del VIH/SIDA y conocido de Edmundo Rodríguez en los inicios de lo que sería posteriormente la Corporación Chilena de Prevención del SIDA, recuerda su figura y asumida sexualidad. “Edmundo era muy simpático, conchudo, alegre. Tenía una vida asumida, amaba a su pareja y se juntaban en el mismo círculo que me reunía yo. Íbamos a los mismos lugares de encuentro homosexual, al Clavel, al Delfín, al Bokara”, rememora Gustavo. “Recuerdo que yo fui a ver a Edmundo al Hospital de la Católica pero estaba aislado. Mucho antes me había encontrado con él en el centro y me dijo que se iba a morir, pero yo le respondía que no le creía. Me decía que se quería comprar cosas lindas, porque se iba a morir. Lo acompañé muchas veces antes que entrara a la UC. Al hospital fuimos varios a verlo y algo me decía que no pasaba nada si lo besaba. Lo saludé y estuvimos conversando poco tiempo antes de que falleciera”, recuerda hoy con tristeza Gustavo Hermosilla.

La enfermedad de Edmundo Rodríguez y el duro camino que comenzaba a recorrer hasta su muerte definitiva transcurría en paralelo a las notificaciones oficiales y a las respuestas de las autoridades políticas y sanitarias respecto del VIH/ SIDA en Chile.

El decreto de Pinochet

El primer antecedente en la legislación chilena en materias de normas relacionadas con enfermedades de transmisión sexual es el Decreto Supremo N° 362, del 28 de septiembre de 1983, que trata sobre el reglamento de ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual) y cuyo artículo N° 2 define que “son enfermedades de transmisión sexual para los efectos del siguiente reglamento, la sífilis, la gonorrea, el linfogranuloma venéreo, el chancro blando y la uretritis nogonocócica”. Un año después, el 10 de septiembre de 1984, se promulga el Decreto N° 294, que modifica el N° 362 que es el que aprueba el Reglamento sobre Enfermedades de Transmisión Sexual, y que incorpora al Art. N° 2, a continuación de la expresión “el linfogranuloma venéreo”, la siguiente frase “el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) ”.

Desde ese minuto el SIDA era asumido como enfermedad en el sistema de salud pública. La modificación de septiembre del año 1984 coincide con la muerte a causa del VIH/SIDA, un mes antes, del primer paciente en el Hospital Clínico de la Universidad Católica, el primer caso conocido públicamente en Chile. La modificación al Art. N° 2 del Decreto N° 362, incorpora al VIH/SIDA a la política pública del Ministerio de Salud y lo deja al amparo de lo señalado en los V Títulos del Decreto, cuyas materias se relacionan con: Las Disposiciones Generales; Acción Antivenérea; De los Establecimientos y Personas dedicadas al Comercio Sexual; Educación Sexual y de Las Sanciones.

En el Título N° II del Decreto 362 se aborda las materias relacionadas con la “Acción Antivenérea”, cuyo artículo 4 señala que le corresponderá al Ministerio de Salud controlar la incidencia de las enfermedades de transmisión sexual, especialmente la sífilis contagiosa. En el artículo 6 se indica que “todos los antecedentes y documentos relacionados con la denuncia e investigación de las enfermedades de transmisión sexual, serán estrictamente confidenciales y sólo serán dados a conocer a requerimiento de la autoridad judicial”. Esto último resultaba de preocupación porque dejaba en manos de la justicia a las personas notificadas de alguna enfermedad de transmisión sexual o de sexualidades disidentes. Lo anterior en virtud al artículo N° 22 del Título IV del Decreto, relacionado con “educación sexual” que señalaba lo siguiente: “Para la obtención de los objetivos descritos en el artículo precedente (donde se definen dos objetivos en educación sexual) los programas educacionales en esta materia, deberán abordar los siguientes aspectos: a) biología del aparato reproductor masculino y femenino; b) fisiología de la reproducción; c) sexualidad normal en su dimensión social, ética y legal; d) sexualidad y familia, comprendiéndose la regulación de la fecundación y la constitución y organización de la familia, y; e) patología social de la sexualidad: homosexualidad, prostitución, violación, estupro e incesto.

Por decreto estaba señalado que la homosexualidad era una patología social comparada con las conductas de violación, estupro e incesto, estableciendo así una sombra de duda sobre la libertad de las personas homosexuales. Es evidente entonces que cualquier política de prevención del VIH/SIDA que se presentaba en esos momentos fundamentalmente entre la comunidad gay nacía teñida por una definición criminológica de la condición de minoría y/o disidencia sexual.

Se sumaba a estas disposiciones la establecida en los artículos números 10 y 25 del texto. En el primero, referido al Título Segundo, se indica que: “cuando el Servicio de Salud compruebe la existencia de personas que se encuentren en períodos transmisibles de una enfermedad de transmisión sexual y se nieguen a dejarse examinar o tratar, serán obligados a ello, para cuyo efecto el Director del Servicio de Salud correspondiente podrá, si es necesario, hacer uso de las facultades que le confiere el artículo 25 del presente reglamento”.

El artículo Título Quinto referido a las Sanciones, señala: “El Director del Servicio de Salud podrá, para dar cumplimiento a las disposiciones contenidas en este reglamento, requerir directamente el auxilio de la fuerza pública de la Unidad de Carabineros más cercana”. Es decir, vivir con VIH/SIDA y ser homosexual en el Chile del año 1984 era definitivamente una amenaza, no tan solo a la salud, sino a la libertad de caer en manos de la autoridad sanitaria y policial.

En el Título Tercero del Decreto que define el Reglamento sobre enfermedades de transmisión sexual y que está referido a los establecimientos y personas dedicadas al comercio sexual, se señala que: “Toda persona que, a juicio de Carabineros o del personal competente del Servicio de Salud, ejerza el comercio sexual o actividades relacionadas con este comercio, será obligatoriamente enviada al establecimiento que corresponda de ese Servicio, para su examen y demás medidas procedentes”. Posterior a estos dos Decretos, el año 1985 se aprueba el Decreto Supremo número 11 que incluye al SIDA entre las enfermedades de notificaciones obligatorias.

Así, el Reglamento sobre Notificaciones de Enfermedades de Declaración Obligatoria, establece la periodicidad de las notificaciones, las que se dividen en tres: De notificación Inmediata; Notificación Diaria y Notificación Semanal. El SIDA queda en el listado de las enfermedades señaladas en la letra b del artículo número 1 del Decreto, definida como de Notificación Diaria. Según el artículo número 3, estas enfermedades “deberán ser notificadas, una vez confirmado el diagnóstico en el respectivo establecimiento asistencial, enviándose el formulario correspondiente al Departamento de Programa de las Personas del Servicio de Salud, quien lo remitirá al Ministerio de Salud”.

En el Decreto Supremo número 11 en su artículo 5 indica que: “la notificación se hará por escrito en un formulario que contendrá la siguiente información: Nombre, apellido, domicilio, edad, sexo del enfermo. Diagnóstico de la enfermedad, objeto de la denuncia, su confirmación, fecha de inicio de los síntomas, lugar de aislamiento, exámenes practicados, nombre y firma de quien efectúa la notificación”. Y para tales efectos todos los médicos cirujanos estaban obligados a notificar.

En junio de 1985, se promulga el Decreto Supremo 197 que modifica el número 11 y agrega un artículo que posibilita la omisión de nombre, apellido y domicilio de personas notificadas con enfermedades de transmisión sexual. En este Decreto Supremo se agrega, al artículo 5, el siguiente inciso: “tratándose de enfermedades de transmisión sexual, podrá omitirse el nombre y apellido del paciente, indicándose en su reemplazo el Rol Único Tributario o carnet de identidad, así como su domicilio, consignándose en este caso sólo la comuna que corresponda”.

Además en este Decreto modificatorio se reemplaza el artículo 7 que, en el Decreto original (Decreto 11), señalaba que: “En los establecimientos asistenciales de atención cerrada, el diagnóstico de la enfermedad será responsabilidad del médico tratante”. El texto del Decreto 197 sobre este artículo señala: “En los establecimientos asistenciales de atención cerrada, el diagnóstico y notificación de la enfermedad será de exclusiva responsabilidad del médico tratante en los casos en que éste no pertenezca a su dotación” y “si el médico, en cambio, forma parte de la dotación del establecimiento, la notificación será responsabilidad de su Director o de la persona a quien se haya designado”. Lo anterior elimina la obligación de entregar datos personales de diagnosticados, asumiendo la responsabilidad de notificación en el cuerpo médico.

La primera “notificación oficial”

Presentado en las Primeras Jornadas Médicas del Hospital Paula Jara Quemada, en Santiago, la situación de salud de Edmundo Rodríguez era desconocida e intrigante para los profesionales locales, aunque públicamente la autoridad sanitaria declaraba que la “inmunodeficiencia estaba bajo control” en nuestro país. “Esto es un caso aislado, somos un país decente, eso no va a llegar aquí”, decía el Ministro de Salud de la época, asegura haber escuchado Gustavo Hermosilla de la boca de las autoridades sanitarias. Desde antes de 1983, las ETS, Enfermedades de Transmisión Sexual, eran controladas en el sistema público de Salud en Chile y a partir de 1984 se incorpora al sistema de salud el denominado: Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, SIDA.

“Existen en Chile los medios y elementos para efectuar el diagnóstico de esta patología. La autoridad sanitaria ha abordado el hecho en forma conjunta con los médicos tratantes del paciente”, establecía un comunicado público emitido por la autoridad sanitaria competente. El Ministro de Salud de la época, doctor Winston Chinchón, informaba a la prensa que su cartera había constituido una comisión especial integrada por diversos profesionales, particularmente aquellos dedicados a las llamadas “enfermedades de transmisión sexual”. Respecto del SIDA y puntualmente de Edmundo Rodríguez, cuya identidad no había sido revelada por completo por la prensa, se hablaba del paciente “Edmundo R.R.”, Chinchón reconoció que “se desconoce mucho sobre esta enfermedad, pero en ningún caso es un problema de salud pública”, decía.

Así, entre la desinformación generalizada y la desidia de las autoridades cívico militares de la época, aislado en una sala de un hospital privado de Santiago y mientras la Iglesia Católica ocupaba sendos espacios en la prensa local rechazando categóricamente las bulladas apariciones de la Virgen en Villa Alemana, Edmundo Rodríguez reconocía ser la primera persona viviendo con VIH/SIDA en Chile, sometiéndose a diversos exámenes, sumado a las “notificaciones oficiales” de su “desconocida” y “extraña” enfermedad, batiéndose día tras día entre la vida y la muerte.

Según los informes médicos publicados extraoficialmente por la prensa, Edmundo Rodríguez inició las manifestaciones de su enfermedad un año antes de su hospitalización. Se señalaba que presentaba diarrea alta y desarrollaba una mala absorción con lesiones cutáneas que aparecían concomitantes con la diarrea. Estas lesiones eran caracterizadas por placas pardas-violáceas levantadas e indoloras que se localizaban fundamentalmente en la cara, tronco y brazos. Meses antes de su ingreso a la UC, desarrolló una fiebre intermitente que llegó hasta 39,5 grados y un compromiso severo del estado general con una baja de 15 kilos de peso. Posteriormente aparecería una capa violácea en el paladar duro, otra en el ojo y en el espacio rectal.

Las pericias médicas registran que se le practicaron diversos exámenes, pero Edmundo, “el paciente” para el equipo médico, seguía evolucionando con fiebre persistente, diarrea frecuente y de volumen variable, llegando hasta 1800 c/c, razón por la cual se dispuso de alimentación por sondas. Al día 23 de su hospitalización, presentaba linfoadenopatías generalizadas, es decir, nodulaciones en secciones inguinales, cervicales y axilares. Finalmente, luego de variados exámenes de la más diversa índole, “se llegó al diagnóstico que el enfermo presentaba un defecto de inmunidad celular, con enfermedades oportunistas de tipo viral, micótico y parasitario y de desarrollo de Sarcoma de Kaposi cutáneo y de mucosa periganglionar”.

Expertos norteamericanos invitados a las Primeras Jornadas Médicas del Hospital Paula Jara Quemada, doctores Donald Louria y Purnendu Sen, pertenecientes a la Facultad de Medicina de New Jersey, destacaron que los principales factores de riesgo para adquirir el VIH/SIDA son “la homosexualidad, el abuso de drogas y las múltiples transfusiones sanguíneas”. Respecto de la denominada “promiscuidad” entre hombres homosexuales, Donald Louria, señaló que “se han hecho estudios prospectivos a partir de un caso índice para ver cuántos se infectan. Estos estudios están actualmente en marcha, pero no se sabe hasta el momento cuáles son los resultados. Sin embargo, a pesar de que la promiscuidad se ha demostrado como importante, hemos visto que en casos que han llevado una homosexualidad monogámica por un período de 30 años, no se ha suscitado ningún síndrome”, reconocía el experto.

La peste rosa

La desinformación general y una vida sexual activa entre homosexuales jóvenes sin prevención provocaron un aumento en el número de personas VIH positivas en Chile. “En los años ochenta había llegado la noticia desde EE.UU., pero era algo que la gente no pescaba mucho”, dice Gustavo Hermosilla, agregando: “Los gays veían el SIDA como lejano, importado, por lo demás, no conocían a nadie. En esos años no se usaban condones. El condón no estaba presente en la vida sexual. La sexualidad era absolutamente libre y compulsiva. Existían muchos parques en Santiago, siendo el más visitado el parque Forestal. Recuerdo que cuando se construyó el Metro de Santiago por Providencia, era correr y abrazarse”, dice Gustavo, lujurioso.

“A nivel internacional estábamos recibiendo información de la llamada peste rosa y de que estaba muriendo gente en Brasil, EE.UU., Europa, entonces ahí como que se frenó el sexo, pero se frenó hasta cierto punto porque seguían existiendo los lugares donde se tenía sexo sin protección, a diestra y siniestra, como los saunas Catedral, Ñuñoa y Matte Pérez. El condón no se usaba, particularmente con el cafiche, a ellos les costaba excitarse con las locas, entonces, la loca no se atrevía a meterle un condón porque al cafiche se le iba a bajar el pico y ella no iba a perder la plata. Los cafiches estaban en otra, además que ellos creían que los homosexuales tenían otro gen biológico, entonces, como se decía que el SIDA solo atacaba a homosexuales, ellos como no eran homosexuales, no los iba a atacar. Ahora es para la risa, pero eso creían ellos”, relata con antológica picardía Jorge Pavetti, testigo y protagonista de aquellos agitados años.

“La homosexualidad se vivía más clandestinamente. Su expresión social se reducía a espacios privados protegidos, en casas de amigos o bien a lugares públicos puntuales que cumplían la función de guetos, discos, algunos pocos bares. Era casi imposible pensar en demostraciones de afecto en público”, recuerda Víctor Parra, activista del VIH/SIDA e integrante histórico de la Corporación Chilena de Prevención del SIDA en los años ochenta.

Mientras la vida transcurría con cierta normalidad fuera del Hospital Clínico de la UC, Salvador Plaza siguió atentamente todas las indicaciones de los médicos, visitando a Edmundo en sus días de hospitalización, intentando posteriormente ocultar la verdad de la muerte a la familia. “Fue dramático el día de su muerte. Yo manejaba en auto, miraba los edificios repletos de personas y me preguntaba por qué a mí, que a los 38 me acepté, por qué me tocó esto. Yo pensé que era mala suerte”, recuerda.

“Edmundo asumía lo que tenía pero pidió que su familia no lo supiese y yo respeté esa decisión”, afirma Salvador, agregando: “Cuando Edmundo falleció, yo no fui al funeral. Su familia no supo nunca nada de mí. El día que Edmundo murió, el 22 de agosto de 1984, su casa en Maipú estuvo rodeada de la televisión, la familia no podía salir ni a comprar, porque la televisión estaba ahí”, denuncia Salvador. Horas antes, después de que los familiares de Edmundo retiraran su cuerpo de la UC, una enorme nube de humo gris salía desde el estacionamiento del Hospital Clínico de la Universidad Católica. El colchón, la ropa y los utensilios usados por el primer muerto a causa del VIH/SIDA en Chile ardían como categórico síntoma del estigma, la desinformación, los prejuicios y la discriminación en nuestro país.

“La muerte de Edmundo enciende la alarma, particularmente entre sus amigos. No pasó inadvertido porque salió publicado en los titulares de los diarios, imagínate, era el primer caso, onda llegó la peste rosa a Chile”, recuerda Gustavo Hermosilla. “La información que se entregó era apocalíptica, terrible, imagínate cómo quedamos nosotros después de leer esos titulares, le prometíamos a todo el mundo que el poto no lo pasábamos nunca más. Nosotros pensábamos eso, pero el poto no”, señala risueño Jorge Pavetti.

“Para mí, Edmundo significó todo, sufrí demasiado y me cuestioné mucho, porque me asumí a los 38 y a los 42 estaba destruido. Tuve tres años para disfrutarlo, fue un amor compartido. Hasta el día de hoy la familia de Edmundo no ha asumido su historia”, confidencia Salvador Plaza. “Edmundo quería que tiraran sus cenizas en el sur. Un día recuerdo que llamé a su casa y era el mismo día en que viajaban al sur para esparcir sus cenizas en el lugar indicado. El padre de Edmundo era retrógrado y no sacaba a la madre ni para los temblores, entonces, sospecho que Edmundo usó su muerte e inventó el viaje de sus cenizas al sur para sacar a su madre de último paseo”, señala Salvador con dulzura, cerrando así un emocionante relato sobre la historia de amor con Edmundo Rodríguez Ramírez, una historia que guardó en estricto secreto durante más de 30 años, hasta hoy.