Rosario Guzmán: Los estertores de la transición

Rosario Guzmán: Los estertores de la transición

Por: Javier Velasco | 29.03.2016
Este 27 de marzo Rosario Guzmán, autora de “Mi hermano Jaime”, publicó una carta dirigida al fallecido Senador, afirmando que su hermano se encontraba en un proceso de evolución como político e intelectual, que de no haber sido truncado por su asesinato, lo hubiese llevado a liberarnos del legado de la dictadura, ese que él mismo diseñó. Pero en el ambicioso objetivo de convencernos de aquello, esta carta pensada para operar de ambos lados del abismo entre la vida y la muerte, termina por desnudar las terribles contradicciones de la derecha pinochetista.

Este 27 de marzo Rosario Guzmán, autora de “Mi hermano Jaime”, publicó una carta dirigida al fallecido Senador, afirmando que su hermano se encontraba en un proceso de evolución como político e intelectual, que de no haber sido truncado por su asesinato, lo hubiese llevado a liberarnos del legado de la dictadura, ese que él mismo diseñó. Pero en el ambicioso objetivo de convencernos de aquello, esta carta pensada para operar de ambos lados del abismo entre la vida y la muerte, termina por desnudar las terribles contradicciones de la derecha pinochetista.

La periodista parte comentando la actualidad con el fallecido parlamentario; así, por ejemplo, indica que “(…) el mundo ha cambiado en 180 grados. Los códigos vigentes están a años luz de los que imperaban hace cuatro décadas, en tiempos de la Guerra Fría, y que explicaban en parte tu obsesión por la “democracia protegida” reflejada en la Constitución que redactaste y que tantos enemigos te ha granjeado.“. Quizás esta afirmación ya despeja una clásica discusión respecto del rol de Guzmán en la Comisión Ortúzar, órgano responsable de la actual Constitución. Por si alguien no lo tenía claro, la hermana del parlamentario nos cuenta que la Carta Fundamental que queremos derogar es obra de Jaime Guzmán, y además, es fruto de su posición como asesor de una dictadura de derecha en medio de la Guerra Fría.

Explica luego su impresión respecto del devenir que su hermano hubiese tenido en vida, dado el cambio en las condiciones políticas del país, señalando que “Muchas veces he pensado que de estar vivo, habrías sido tú mismo el que habría impulsado cambios medulares a esa Constitución que ya no era la que el país necesitaba. Porque tú eras una persona capaz de evolucionar, sobre todo en el ámbito de las ideas, por conservador que fueras.”. De este modo, luego de legitimar el proceder de Guzmán y su rol como asesor de los militares en la dictadura, plantea una idea que vive solamente en lo imaginario: cómo habría sido el actuar del parlamentario en este escenario distópico.

Más adelante, la periodista se pregunta “¿En qué estaban, cuando te mataron, el dictador, su mujer y su compadre de la Dina, con quienes estabas severamente enemistado, a pesar de continuar en el gobierno?”, para sostener posteriormente que “Comprenderás que la suma de las odiosidades que despertaste en las esferas del poder consiguieron sacarte del escenario político, mientras la gente sencilla, de a pie, con sentido común, la que te eligió senador y que te recuerda con cariño y admiración hasta el día de hoy, me sigue comentando, de norte a sur del país: “Lo mataron para que no llegara a ser presidente…, y ahí estuvieron ‘toítos’ metidos, así es que no se sueñe, señora, que algún día se va a aclarar el crimen…”.”

A través de estos primeros párrafos, Rosario Guzmán construye dos ideas interesantísimas: por un lado, que el Senador estaba por encima de izquierdas y derechas, y cómo no, por encima también de quien fuera su aliado por décadas: el Dictador Augusto Pinochet. Por otro lado, se plantea la idea de que Chile sería distinto y mejor si Guzmán siguiera vivo; cosa rara, ya que vivimos en un país diseñado por los asesores civiles del régimen militar, en un proceso de administración del legado de la dictadura muy coherente con el ideario que el parlamentario defendiera a lo largo de toda su vida pública. Justo en ese sentido, El Desconcierto publicó horas después de que la carta comenzara a circular, una lista de frases que pretenden despejar esa impresión que la periodista quiere instalar. De entre todas las citas del fallecido, me parece que la más destacable es la siguiente:

“Cómo va a tener el mismo valor el sufragio de un ignorante y el de un sabio”.

En esto se resume en gran medida la versión de la democracia que le gustaba al asesinado colaborador de Pinochet: una democracia protegida de las grandes mayorías, una democracia con camisa de fuerza, una democracia escondida en alguna biblioteca del Campus Oriente, atemorizada de sus ciudadanos.

Claramente, Chile no sería otro, porque este Chile es el resultado del trabajo de Guzmán y de los demás profesionales chilenos de derecha que estuvieron dispuestos, a pesar de los campos de exterminio de los que afirman nunca haber tenido noticias, a producir el andamiaje legislativo y el sentido común que aún hoy en día no podemos derribar. Aquellos que pusieron la parte “cívica” del régimen cívico militar chileno, son los principales responsables del escenario que hoy vivimos; del endeudamiento forzado, las pensiones miserables, los servicios públicos empobrecidos para el enriquecimiento de unos pocos, y por supuesto, de los políticos que trabajan para el empresariado. Digo “principales responsables”, porque nunca debemos restarle importancia a quienes administran hoy en día esos enclaves autoritarios.

La carta de Rosario Guzmán, legitimada en su larga exposición respecto de su posición moral por encima de la diferencia entre culpables e inocentes (y “civiles o militares, de derecha o de izquierda, chilenos o extranjeros, heterosexuales u homosexuales, creyentes o ateos.”, como detalla) es un recordatorio de aquel Chile que se acaba, un país de pactos secretos, de lecturas mañosas, de héroes imaginarios; un país narrado en clave de Guerra Fría, que vive sus últimos estertores mientras nos esforzamos por dar las batallas del presente, poniendo fin a ese machismo inconsciente del que nos alertó Gabriel Boric, a esos humoristas con “muela” que derogó Natalia Valdebenito, y por supuesto, a esos políticos de la transición, que nos mandan a leer libros de historia, indefensos ante la legitimidad de nuestros actos.

Esta carta trata de inventar un Guzmán que nunca llegó a existir, con el fin de revitalizar el legado del principal artífice del sistema social y político que hoy tratamos de derribar. Antes que limpiar la imagen de parlamentario, incluso divorciándolo del devenir de su partido y de la Fundación que lleva su nombre, esta carta pone de manifiesto las contradicciones políticas y morales de esa transición edificada en gran parte por el mismo Guzmán. En ese proceso de descomposición, el Senador y su legado ya no son un simple antecedentes históricos, sino un terreno en disputa. Ya no sobrevive como individuo, sino solamente en este cúmulo de versiones convenientes: la que utiliza la Fundación, la que utiliza su partido, la que utilizamos sus “enemigos”, como nos denomina su hermana. Y ahora, además, la que utiliza ella, tratando de modificar por la fuerza de lo emotivo y no de lo político, la forma en que entendemos a Guzmán, y la forma en que entendemos a la UDI, aquel muerto que, a diferencia del principal asesor civil de Pinochet, ya nadie quiere cargar