Un hombre de Estado
Pablo Longueira comenzó a destacar en la política chilena en los tiempos en que, curiosamente, la actividad política estaba prohibida. Primero como Presidente del Centro de Estudiantes de Ingeniería de la Universidad de Chile y luego como líder de la Federación de Centro de Alumnos de la misma Universidad durante 1981, formó parte de la selecta generación de jóvenes pinochetistas que alcanzaron cargos de representación estudiantil sin recurrir a la molesta ratificación de los mismos estudiantes en las urnas.
Desde 1983, se alzó como uno de los líderes indiscutibles del en ese entonces movimiento UDI, destacando su rol en el Departamento Poblacional de dicha organización –rol que tiempo después le valdría ser calificado con el apelativo de “Pungueira” por parte de sus propios aliados- y su activa participación en las contramanifestaciones realizadas en el Aeropuerto capitalino en el marco de la visita del entonces Senador norteamericano Edward Kennedy.
Llegada la democracia, Longueira supo de elecciones y obtuvo un 25% en las parlamentarias de 1989, logrando instalarse en la élite de la política chilena. Desde ese lugar, tuvo un papel clave en la defensa del legado económico-social de la dictadura y en el blindaje a la figura de Pinochet. Innumerables son sus actuaciones y declaraciones públicas diseñadas para consolidar “la obra modernizadora” del dictador y decretar “la superación de los traumas del pasado” en relación al tema de las violaciones a los derechos humanos acontecidas durante el gobierno de su mentor.
Durante 2003, y en su condición de Presidente de la UDI, Longueira encabezó las negociaciones que derivaron en un acuerdo político transversal para superar la profunda crisis generada por los sucesivos escándalos ocasionados como resultado del descubrimiento de actividades irregulares o derechamente ilegales vinculadas al financiamiento de la política y de la actividad gubernamental. Como resultado de dichas negociaciones se acordaron, entre otras, normativas para la selección de cargos públicos –Alta Dirección Pública- y para el financiamiento de las campañas políticas y la regulación de la actividad de los partidos políticos. De aquella época, justamente, son los ahora cuestionados “gastos reservados”, como también la legislación que el propio Longueira, según parece y a la espera de lo que la justicia determine, terminó violando de modo descarado.
Junto a este paquete de medidas en el área de la modernización del Estado, el mentado acuerdo adicionó la conformación de una agenda Pro-crecimiento que, desde el año 2003 y hasta el final de su mandato, estableció el marco de acción de la administración Lagos. Una agenda que, hacia finales de su gobierno, derivó en la ahora célebre declaración de amor por parte del empresariado.
La deriva posterior del liderazgo de Longueira es conocida: ubicado en el Senado de la República, continuó ejerciendo su influencia para luego, una vez obtenido el premio mayor de la derrota de la Concertación en el 2010, ubicarse como uno de los principales líderes de la oposición al gobierno de Piñera para, por último -en un drástico giro-, aceptar su nominación como Ministro de Economía –desde donde gestionó la cuestionada Ley de Pesca- y darse el tremendo gusto de vencer a su eterno rival –Andrés Allamand- en las primarias presidenciales del 2013.
Retirado de la política, Longueira vuelve a estar en el primer plano de la noticia, pero ahora desde el mucho menos glamoroso lugar generado por los trascendidos de recepción de dineros de SQM y el más reciente conocimiento de una copiosa correspondencia con el misterioso Patricio Contesse, el mismo ex-gerente investigado por su amplia generosidad con una porción importante del espectro político nacional.
Y es justamente en este contexto en que su otrora compañero de acuerdos -José Miguel Insulza- alzó la voz para defender a quien, según los ojos de este ex Ministro concertacionista, ha de ser reconocido como un verdadero “hombre de Estado” enjuiciado públicamente por acciones “perfectamente normales”. ¿Motivos para tamaño adjetivo?: los ya reseñados acuerdos del 2013 y su allanamiento a resolver el desaguisado de la inscripción equívoca de los candidatos parlamentarios de la Democracia Cristiana en el año 2001. ¿Algo más? Al parecer, para Insulza basta con aquellos dos casos de “servicio a la nación” para ingresar a los anales de nuestra vida republicana.
Que Longueira no haya hecho ningún aporte al funcionamiento sin presiones del Poder Judicial en los primeros años de la transición parece ser, para Insulza, parte de “la pelea chica”; que haya defendido a brazo partido la institucionalidad pinochetista, una cuestión de diferencias políticas; los insultos y proyectiles lanzados a un congresista norteamericano, un pecadillo de juventud; su emocionada defensa de Pinochet en Londres, un asunto del pasado.
¿Pensará realmente Insulza, político fogueado y con una amplia experiencia en “los asuntos del Estado”, que las dos actuaciones reseñadas permiten ubicar a Longueira en el pedestal de un estadista? De ser así, no solo Longueira, sino que una innumerable lista de actores de la política reciente –Piñera, Lagos, Chadwick, Matthei, el mismo Insulza, Coloma y hasta Carlos Larraín, probablemente- debieran reclamar su derecho a ser nominados como tales. Difícil resulta creer que El Panzer, asiduo comensal de las más altas esferas de la política latinoamericana y mundial, no sepa distinguir entre un estadista, un político, un negociador o un cuate.
Forzados a interpretar los mensajes en este mundo político al que la esfera pública nunca le ha sentado bien, solo nos queda pensar que su laudatoria defensa no va dirigida al gran público. Su gracioso apelativo no tiene otro destinatario que aquella nerviosa élite política y económica que asiste con pavor a su propia comparecencia judicial: “estamos acá, vivitos y coleando, dispuestos a darlo todo por el país, dispuestos a volver a poner las cosas en su lugar”. Y si para ello hay que devolverle la mano al generoso amigo Longueira, ¡que así sea!
Razones de Estado. Digno de un hombre de Estado.