¿Quo vadis, Pablo? ¿Dos almas o solo estilos distintos en Podemos?
Sí, ¿a dónde va Pablo Iglesias y la dirección de Podemos? Tras el indiscutible éxito de la candidatura [especialmente donde aparecía en coalición con otros] en las elecciones del 20D -triunfo indiscutible aunque complejo de gestionar- parecía evidente que el partido morado iba a centrarse en los tres problemas que había identificado como centrales: afrontar con firmeza la reversión de los estragos de la política antisocial del PP, acabar con y castigar la corrupción sistémica y abordar con decisión el problema territorial, que desborda el marco de la Constitución del 78.
Pronto comenzó el fuego de mortero contra los de Podemos. El de mortero, el de misiles tierra-tierra y los bombardeos con napalm, tanto desde la Brunete Mediática, como desde el PP y, también, desde la fracción más españolista y reaccionaria del PSOE.
De igual manera, tempranamente comenzaron las provocaciones, las descalificaciones, incluso los insultos, hacia los noveles diputados. El acto de constitución del Parlamento fue poco edificante por parte de casi todos. Podemos, que es quien hoy nos interesa, se equivocó en la puesta en escena, como vino a reconocer después, dándole una cobertura de apacible y discreta sombra al momificado Rajoy, a la presencia de un diputado comisionista delictivo del PP y al llamativo reparto de puestos en la Mesa del Congreso. El PSOE se quedó con la presidencia, sí, pero el PP y Ciudadanos se repartieron el panel de control, dejando a Podemos a la intemperie. Con mucha rapidez se vieron los dos efectos primeros: el rechazo de la Mesa a la constitución de los grupos parlamentarios de las coaliciones de Valencia, Cataluña y Galicia; y la distribución de los escaños, que relegó a Podemos poco menos que a la grada alta, a general de pie, como una forma de humillarlos y, paralelamente, de ocultarlos a los ojos de las cámaras y, por lo mismo, de los espectadores del quehacer parlamentario.
La diputada Carolina Bescansa, número tres de la formación, preguntada sobre si habían pagado la novatada, respondió: “Nos ha sorprendido la facilidad con la que PSOE, PP y Ciudadanos se pusieron de acuerdo para darle la mayoría a PP y C’s a cambio de un sillón para Patxi López cuando existía una alternativa. Es cierto que se trata de un bautismo fuerte”. ¡Y tan fuerte!
Sin embargo, más fuerte resulta que su señoría se sorprenda por la gramática parda parlamentaria. Tras su confesión, no se sabe qué resulta más preocupante: que evidenciara la extrema bisoñez de los nuevos parlamentarios o que, mucho peor, no evalúe bien con quien se está jugando los cuartos en la Carrera de San Jerónimo. La pregunta siguiente está cantada: ¿cuántas sorpresas les esperan? ¿Son realmente tan novicios ante las dinámicas partidarias? ¿Cuántas malas pasadas puede jugarles en adelante esa mezcla de inexperiencia y petulancia?
Podemos está utilizando una táctica que -sin prejuzgar ahora si será o no acertada en cuanto al resultado final- resulta muy irritante. Que sus formas molesten a los otros partidos va de suyo, y responde a unas pautas nuevas que no son las convencionales por lo que hace a la sociabilidad partidaria. Lo preocupante es que irrite y genere desafección entre sus votantes o, cuanto menos, en una parte sensible de estos.
Iglesias dio un gran golpe de efecto cuando le anunció al Jefe del Estado y a los medios que iba a proponerle a Pedro Sánchez un gobierno PSOE-Podemos-IU -con él de vicepresidente-, antes de que el propio líder socialista lo supiera. ¿Fue una jugada maestra de la nueva política o fue una ofensa innecesaria, resultado de un error de cálculo, de un pasarse de frenada? Sí, como en determinados círculos se afirma, Podemos ya ha decidido que quiere ir a elecciones, quizá fue un buen golpe de electoralismo. Si, contrariamente, como se afirma en otros ambientes, fue una decisión poco meditada de una dirección partidaria que no maneja los tiempos tan bien como ellos se creen, fue un grave error que puede resultarles caro.
¿Qué hay detrás de esa soberbia y permanente ganas de bronca, de ese papel de cascarrabias perdonavidas permanentemente enfadado con todos, maniqueo además, con el que Iglesias se prodiga en cada comparecencia? Eso no solo no ayuda a trabajar en positivo para abordar la superación de la difícil situación en la que Podemos y sus coaligados debieran ser pieza clave, sino que aleja cualquier posibilidad de entendimiento entre ellos y el PSOE de Sánchez.
Ambos, Iglesias y el líder socialista, se lanzan la misma idea como un boomerang: sus votantes respectivos no entenderían que ellos no se entendieran. Pues por mal camino vamos. Esa tensión extrema entre ambas fuerzas parlamentarias está resultando claramente perjudicial para los intereses que ambas dicen defender. Sánchez ha tomado la iniciativa, ha entrado en contacto con Albert Rivera y entre ambos, con habilidad, han empujado a Iglesias al rincón oscuro. La réplica de éste ha sido un ultimátum a Sánchez: ha de renunciar a negociar con Ciudadanos. ¿Qué ha obtenido a cambio de ese golpe arriesgado? Aparentemente nada. Pérdida de credibilidad, quizá.
Mucho más inteligente ha sido, por el contrario, la posición de Alberto Garzón e Izquierda Unida. También la de Mònica Oltra y Compromís. Domènech, el catalán, se queja ya de falta de independencia mientras Ada Colau anuncia un nuevo partido, y las Mareas gallegas dan síntomas de incomodidad.
Podemos está jugando con silogismos simples, según los cuales ellos son los únicos que pueden asegurar un gobierno de cambio real en España. Parecen olvidar el número de diputados que tienen y, además, la geometría y la aritmética variable de su propio grupo parlamentario.
Con todo, no es eso lo importante. Ese exclusivismo, ese esencialismo no va a ser fácilmente digerible por el electorado más exigente que apoya a la formación morada, y que siendo radical-democrático no deja de ser posibilista. Pudiéramos estar a las puertas de un error fatal que la izquierda más allá del PSOE ha repetido históricamente: confundir a los votantes con sus militantes. A la mayoría de los electores progresistas ?ya sean más o menos radical-democráticos? no les importa si el PSOE, Podemos, Compromís, Izquierda Unida o el resto de formaciones a los que confían su voto tienen más o menos parcelas de poder, sino si el nuevo gobierno que pudieran conformar comienza a enfrentar y a resolver los graves problemas creados o engrandecidos por cuatro años de mayoría autoritaria del PP y por la incompetencia de Rajoy.
Eso es lo importante. Casi la misma gente que votó por el PSOE votó por Podemos más sus Coaligados o Confluencias, y entre ambos electorados hay ?sumando a los que lo hicieron por IU? once millones de votos que esperan que se tomen decisiones de convergencia o de colaboración que permitan imaginar que se va a revertir la política selvática, insolidaria, autoritaria y cleptómana del llamado marianismo. Eso es lo que realmente importa. Por ello sería necesario que se callara Susana Díaz, que los llamados barones dejaran trabajar a Sánchez, y que Iglesias cambiara su [aparente?] convicción de que solo con él a los mandos se puede salir de ésta con bien.
Habrá que ver cuántas almas tiene Podemos. De entrada, estilos -vistos y comprobados- por lo menos dos. Relegado afortunadamente a la trastienda Juan Carlos Monedero, siempre áspero y destemplado, contrastan las formas de Iglesias [y algunos de su círculo más íntimo] y de Íñigo Errejón. No le falta contundencia al segundo, pero sus formas siempre son más empáticas que las de su amigo, quien con demasiada asiduidad recuerda la intransigencia propia del que se auto adjudica la patente de la línea correcta. Ignoro si esos dos estilos responden a la clásica división entre halcones y palomas, duros y blandos, fundis [de fundamentalistas] y realos [de realistas] según aprendimos de Die Grünen. En cualquier caso y a la espera de confirmar o rechazar la hipótesis de las dos almas, lo cierto es que hay un estilo que suma y otro que resta.
Mucho se ha hablado de replicar en Madrid la llamada Vía Valenciana, a la que Mònica Oltra se refería en su reunión con Pedro Sánchez como representante de Compromís. Una diferencia evidente entre el Podem/Podemos valenciano y el que lidera Pablo Iglesias es que en el de Antonio Montiel, Fabiola Meco, Rubén Martínez o Ángela Ballester las formas son de las que suman, no de las que trazan líneas rojas o cavan trincheras.
El partido morado debiera -si es que ha de hacer prevalecer los intereses de su electorado por encima de los [hipotéticos] del partido [asociados a una nueva consulta electoral]- relajar sus formas sin ceder en sus principios que no son universales, por cierto. La correlación de fuerzas no le permite jugar al todo o nada. Debieran facilitar y cooperar para iniciar una legislatura corta, una legislatura que revirtiera la curva creciente de la desigualdad y dinamizara el empleo; que mandara al PP a la oposición a purgar sus graves delitos de corrupción y a rejuvenecerse; y que empezara a dar pasos sensibles a favor del entendimiento territorial. Justo todo lo contrario de lo que han sido los últimos cuatro largos, aciagos y desgraciados años en los que el timón ha estado en las manos del presidente más inepto de la historia reciente de Europa.