Políticas X-men
X-men es una saga de historietas de Stan Lee publicada por primera vez en 1963, que en los años noventa tuvo su auge con una serie animada y que en los años 2000 ha mutado en una dos exitosas trilogías fílmicas. El asunto principal de la historia es: hay seres que portan un gen mutante que les permite tener superpoderes, la pregunta es ¿son humanos, o no? La respuesta implica si son aceptados como iguales en la comunidad humana, si deben ser tratados en igualdad de derechos, si acaso debe permitírseles usar sus poderes. Los mutantes logran articularse en dos bandos respecto de las interrogantes con que los acechan: el primero, liderado por el profesor Charles Xavier, tiene por lema que los mutantes y los humanos son una misma raza, son especies que sólo se diferencian por grado (un mutante no es más que un humano con otras características fisiológicas), por lo que deberían vivir juntas y en armonía; el otro bando, liderado por Magneto, se basa en la idea que humanos y mutantes son razas diferentes, siendo la mutante una raza superior a la humana, por lo que tendría el legítimo derecho de someterla.
Cada una de las ideas que da forma a los bandos señalados, no sólo representa una metáfora de las luchas por los derechos civiles y políticos de afroamericanos, mujeres y homosexuales existentes desde el momento de la publicación de X-men y hasta hoy, sino que además muestra una lectura profunda de lo político: la tropa de mutantes liderada por Charles Xavier, los X-men, se articula de manera radicalmente distinta de la liderada por Magneto, The brotherhood. Mientras los X-men se organizan como una comunidad abierta, cuyo principio es la afinidad y la interdependencia, The brotherhood es un equipo ciego que milita incuestionablemente con la idea de la superioridad mutante y que rinde cuentas a su líder respecto de los éxitos que logran sobre los humanos y los X-men. Este último modelo, de política-militante, no representa mucho interés cuando consideramos que el núcleo de lo político no es la obediencia sino la desobediencia. Por ello, bajo esa tesis, es interesante describir el modelo X-men como uno paradigmático de lo político.
Los X-men son un grupo de mutantes, distintos cada uno, que los convoca la idea de justicia detrás de la defensa de los derechos de los mutantes. Distintos de mutantes que buscan eliminar el gen que los hace diferentes y vivir tranquilamente entre humanos, los X-men piensan en una comunidad extendida: la idea no es que los mutantes se acomoden a las reglas de la comunidad, ni tampoco cambiar esas reglas, el punto es disputar los conceptos políticos relevantes mediante la lucha. Así, “humano” es una palabra clave que está en disputa y que debe ser resignificada mediante las prácticas mutantes, en el sentido en que no se trata de eliminar a los humanos que estén en contra de los mutantes, sino de comprender que la humanidad no radica en la genética sino en las prácticas interpersonales.
Es por ello que, más allá de la ficción, la corte de Estados Unidos haya afirmado que “los X-men no son humanos”. En un juicio tributario, Toy biz inc. vs. U.S.A., la empresa que importaba los juguetes de X-men alegó que no debía pagar un impuesto específico para figuras de acción que representaran una forma humana. Para ello, argumentaron que la forma de los juguetes era distinta de la forma que tendría una figura humana (ningún humano tiene garras de adamantio como Wolverine, ni es completamente azul como The beast). En base a esos argumentos, la corte decidió que la empresa no debía pagar el impuesto de muñecos con figura humana. Eso respecto de los juguetes. Pero dicho argumento, por una razón determinada, no puede traducirse a la pregunta política por lo humano, pues más allá de la forma de los cuerpos de los mutantes, su humanidad radica en sus prácticas.
Así, las prácticas de los X-men pueden ser descritas en función de dos conceptos que permitirían alejarlos de una práctica militante: el primero es afinidad. Sugerido por Donna Haraway en su Manifiesto Ciborg de 1991, escribe: “Afinidad: relación no por lazos de sangre, sino por elección, atracción de un químico nuclear por otro, avidez”.[1] En su noción de afinidad, Haraway sostiene que la articulación política no es cerrada ni ciega, como lo es una relación sanguínea, al contrario, es libre pero concertada: es decir, tiene está lejos de la soledad y la individualidad, pero también de la colectividad irreflexiva. Lo que hay, sugiere Haraway, es un placer en la comunidad, que en el caso de los X-men radica en que la lucha que juntos sostienen hace de la comunidad algo deseable.
El segundo concepto es interdependencia radical. En 2008, al ser interrogada por el rol del individuo en su pensamiento, Judith Butler sugiere que no es eso lo relevante, como sí lo es el cuerpo en relación con otros. Tanto de niños como de adultos, siempre dependemos materialmente de alguien: “Vivimos en profundas redes de interdependencia radical que la ideología del individualismo niega. Hay que pensar la interdependencia como una condición humana pero también como condición de todos los seres sintientes. Esto nos brinda una nueva perspectiva política menos centrada en cuestiones de territorio y de soberanía que en el reconocimiento de la dependencia mutua”.[2] Estas redes de interdependencia son la condición necesaria de cualquier forma de comunidad, que cualquier forma de individualismo negará que existe: los discursos del emprendimiento y la diferencia radical con el otro, son formas de sostener la imposibilidad de esa comunidad de dependencia. El discurso de Magneto, contra el de los X-men, es una manera de exacerbar la individualidad y negar la comunidad de afinidades.
Los X-men están juntos por afinidad, no por militancia; tal como lo hacen de manera interdependiente, y no individual. En el contexto de una política de izquierda que padece horror vacui, parece ser que mirar a nuevos modelos de articulación política es fundamental para la acción.
Referencias
[1] HARAWAY, Donna. Manifiesto ciborg. Ediciones (In)apropiables. 1991, p. 21.
[2] BUTLER, Judith. Violencia de Estado, guerra, resistencia. Por una nueva política de izquierda. Katz. 2010, p. 59.