Todos ríen, todos lloran en España. Un mandato popular difícil de gestionar
El resultado de las elecciones del 20D ha generado un parlamento endemoniadamente complicado. No tanto por el número de fuerzas presentes [diez, una menos que en la legislatura anterior], sino por la distribución de escaños: mientras que en 2011 el PP obtuvo 186 [mayoría absoluta] y el PSOE 110, es decir el 73 por ciento de los diputados entre ambos; en 2015 solo mantienen el 50 por ciento, distribuidos en 123 para el PP [ha perdido 63] y 90 para el PSOE [que ha perdido 20]. Además, como se esperaba, han irrumpido con fuerza los dos partidos nuevos: Podemos que junto a sus aliados regionales ha obtenido 69, y Ciudadanos que ha alcanzado los 40.
Todos tienen, a la vista de las cifras, motivos para reír y para llorar. El PP ríe porque, pese a todo, pese a un candidato que no ha hecho sino restar votos a la marca, pese a su pésima gestión de la crisis y pese a su insensibilidad social, sigue siendo la fuerza más votada a la que, lógicamente, le corresponde intentar formar gobierno. Llora en la intimidad porque su desgaste ha sido brutal y porque le va a resultar prácticamente imposible conseguir apoyos suficientes para investir a Rajoy como presidente. Además, basa su victoria en la España interior, en las provincias pequeñas y en Madrid y Andalucía, regiones en las que pese a perder fuerza se mantiene.
El PSOE llora, fundamentalmente llora, y tiene motivos: nunca en las once elecciones legislativas celebradas desde la recuperación de la democracia en 1977 había bajado de los 100 escaños, y ayer cosechó el peor resultado de su historia; en escaños y en votos [está a seis puntos del PP]. Además, los socialistas han sido superados por Podemos y sus aliados [lo que denominan Fuerzas del Cambio; en adelante FdelC] en el País Valenciano, en Cataluña, en Madrid y en el País Vasco; y han empatado como segunda/tercera fuerza en Galicia y en las Islas Baleares. O sea, que el PSOE no solo no ha sido capaz de capitalizar el rechazo a la política austericida del PP, sino que se ha hundido todavía un poco más de lo que estaba antes de la llegada a la secretaría general de Pedro Sánchez. Su única alegría es que, pese a todo, sigue siendo el principal partido de la oposición.
Podemos y las FdelC [sus alianzas en el País Valenciano, en Catalunya, en el País Vasco y en Galicia] se han convertido en la tercera fuerza parlamentaria [apenas a dos puntos del PSOE], aunque su unidad habrá de gestionarse desde la plurinacionalidad que representa y que abre una fase inédita en el Parlamento español. Tienen sus líderes [y sus votantes] motivos para reír con satisfacción: convertirse en dos años de existencia en lo que hoy representa ha sido extraordinario y nadie podrá negarles que fueron ellos quienes dieron el primer, el segundo y el tercer gran martillazo al muro del bipartidismo español, viciado hasta la náusea. No obstante, ni han conseguido dar il sorpasso al PSOE ni, lo que es peor, han conseguido evitar que el PP enfangado hasta la cintura en la corrupción siga siendo el partido más votado.
Ciudadanos ríe y celebra sus 40 diputados, pero lo hace con la boca pequeña. Las encuestas les prometían un resultado mucho más feliz. Parecía que iban a capitalizar el descontento de sectores del PP y de sectores del PSOE, es decir que iban a puntuar por su derecha y por su izquierda, como así ha sido, pero no con la contundencia anhelada. Motivos para el llanto no les faltan. Querían desbancar al PSOE como mínimo, y despreciaban a Podemos. El resultado ha sido terrible: son la cuarta fuerza. La campaña se les ha hecho larga, dicen los medios de comunicación. Es una lectura. Pero hay más: el líder no puede estar en todas partes, y las meteduras de pata y los trapos sucios de muchos de sus candidatos regionales han sido muy desgastadoras. Además, el propio Rivera, un furibundo enemigo de la plurinacionalidad del pais, reconoció su disposición a apoyar la investidura de Rajoy si eso era necesario para España. Quizá algunos posibles votantes han preferido votar al original [el PP] antes que a su remake.
Así pues, todos tienen mucho que meditar y parece imprescindible que dejen a un lado la arrogancia que, por uno u otro motivo, llevan exhibiendo durante toda la campaña electoral, y se pongan a trabajar para conseguir primero una investidura del presidente del gobierno y para la formación de una fuerza parlamentaria suficiente que lo sustente, aunque sea con alianzas cambiantes. Lo que los ciudadanos han dicho en las urnas es que España es muy, muy plural. La España real tiene muy poco que ver, como las urnas han demostrado, con la que se reflejaba en la composición del Parlamento de 2011. Por lo tanto, va a ser imprescindible que las diversas fuerzas políticas se empeñen seriamente en desarrollar una cultura del pacto. Una cultura de la negociación, del diálogo abierto y constructivo. Va a ser necesario entenderse, conciliar, consensuar, y ninguno de ellos debiera olvidar que la soberanía está limitada por el marco de la Unión Europea en la que la correlación de fuerzas es netamente favorable a los conservadores de Merkel y compañía. Ahora bien, que la soberanía esté limitada no debe significar que hay que plegarse a los dictados de Merkel, Bruselas, el FMI y el BCE.
Esa cultura del pacto no va a ser sencilla de desarrollar. Algunas de las ideas fuerza de las candidaturas mayoritarias son claramente contradictorias: dos de ellas [PP y C’s], con matices, apuestan por una anacrónica unidad de España; mientras, las otras dos [PSOE y Podemos y FdelC], con diferencias importantes, son partidarias de reformar la Constitución en un sentido federal. Además, los segundos exigen una política social en clara oposición al neoliberalismo cruel que ha practicado el PP de Rajoy y que Ciudadanos solo quiere matizar.
Con todo, uno de los mayores escollos en la búsqueda y la materialización de esa cultura del pacto es la situación en Cataluña. Como ya se han apresurado a decir desde el soberanismo, la suma de independentistas y federalistas es muy superior a la de los unionistas. Esa es, también, una verdad a medias. Es cierto que Esquerra Republicana de Cataluña, que impulsa decididamente la independencia ha triplicado sus escaños en Madrid, pero lo ha hecho a costa del nuevo partido que ha surgido de la antigua Convergència, que ha perdido la mitad de los suyos. El asunto es enrevesado en verdad, ya que la candidatura En Comú, apoyada por Podemos y liderada por la carismática Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, está claramente a favor del derecho a decidir [de los ciudadanos de Catalunya], algo a lo que se oponen con ardor Ciudadanos y PP, y de lo que no quiere ni oír hablar el PSOE. Las urgencias de acelerar lo que llaman la desconexión de España por parte de los separatistas pueden ser materia inflamable. Convendría que todos los actores implicados en el proceso ralentizaran su activismo trabajaran en la búsqueda de soluciones no traumáticas.
Es verdad, pues, que con las elecciones del 20D España ha cambiado, pero tampoco tanto. Es cierto que se le ha dado un fuerte varapalo al bipartidismo, pero no lo ha dinamitado. El PP ha conservado la mayoría absoluta en el Senado, con lo que puede paralizar muchas iniciativas de una hipotética mayoría progresista en la Cámara de diputados. Además, va a ser muy difícil conciliar la fuerza de la periferia peninsular, mucho más moderna y dinámica, con los anacronismos que se detectan en la España interior, precisamente en la que los dos partidos sistémicos [PP y PSOE] han encontrado refugio.
Contrariamente a lo que se esperaba o, mejor, a lo que la mayoría de los ciudadanos deseaba, la inestabilidad es una amenaza real para el futuro inmediato. Las cifras de la convocatoria electoral han dejado brillantes resultados, incluso victorias extraordinarios, para quienes se han opuesto al PP con formas novedosas, como ha sido Podemos y las FdelC. Los que han obtenido en el País Valenciano, en Euskadi, en Madrid, en Galicia y en Cataluña así lo acreditan. No obstante, el reparto final de escaños en la totalidad del territorio español ha perfilado, como decíamos, un escenario plagado de trampas y obstáculos. Cuando los responsables políticos dejen de reír y de llorar, que para ambas cosas tienen motivos, será bueno que se afanen en resolver el mandato que los ciudadanos les han dado y que no es otro que aceptar la realidad salida de las urnas y actuar en consecuencia.