Felipe González, el estadista vitalicio toca fondo
Dos apariciones estelares pero negativas en algo más de una semana no es poca cosa. Es probable que el personaje sea consciente de su lógico declive, político y biológico, y se rebele. Él siempre se consideró un gran estadista, tan arrogante como captó Manuel Vázquez Montalbán en su extraordinario libro Un polaco en la corte del rey Juan Carlos. MVM quiso saber su opinión sobre la guerra sucia, y la respuesta resultó preocupante: “los países que no tienen razón de Estado son países que van al desastre”.
Eso era en 1996, acababa de perder el gobierno, y han pasado muchos años. Es evidente que no percibe que debiera dar dos o tres pasos atrás y retirarse, por razones que van desde la política a la biología. Sigue siendo alguien en su partido, y parece que no discierne entre lo que hace y dice [y le consienten] puertas adentro y lo que declara o explica puertas afuera del PSOE. Sin duda tiene asesores que podrían haberle evitado las dos exhibiciones lamentables de estos días, pero quizá, dada la soberbia del personaje, no se atreven a decirle según qué cosas.
Enric Juliana ha explicado y demostrado, con las pruebas en la mano, dos cosas: que el expresidente dijo lo que dijo a propósito de la vigencia del concepto de nación para definir a Cataluña, una; y que La Vanguardia tuvo luz verde del gabinete de González para publicar la transcripción que se había hecho de la entrevista, dos. Se alborotó, a lo que parece, la sección más rojigualda del PSOE, y el prócer salió con aquello, tan vulgar, de que no se le había entendido y que el titular de la noticia no recogía palabras textuales suyas. Donde dijo nación no dijo lo que debía haber dicho, pero el patinazo fue de los que hacen época, para sorpresa y pasmo de la parroquia socialista. Ni que decir tiene que sus contrincantes se despacharon a gusto con el borrón del ex presidente.
La segunda ha sido, seguro, más sonada que la anterior. El primer gran resbalón tiene un recorrido menor, ya que en última instancia se trata de una cuestión doméstica. Que Cataluña sea o no sea una nación para Felipe González no es, precisamente, una preocupación internacionalmente extendida. Ahora bien, que afirme que “Pinochet respetó mucho más los DD.HH. que Nicolás Maduro” es algo que no solo ofende los sentimientos de cualquier demócrata del mundo, es que es una majadería impropia de un hombre inteligente como es, por petulante que resulte, el ex presidente.
Felipe González visitó a dos condenados por la dictadura de Pinochet, y esa extraordinaria experiencia personal le ha autorizado a obviar el Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación de 1990, presidida por Raúl Rettig; o el más reciente de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, presidida por Sergio Valech. En 2011 se hicieron públicos los resultados de los trabajos de la Comisión Valech, y se estableció que Chile reconoce oficialmente un total de 40.018 víctimas, alcanzando la cifra de 3.065 los muertos y desaparecidos.
Al ex presidente, no obstante, se le importa una higa todo esto. Él visitó dos condenados en Chile y no le han permitido visitar siquiera a uno en Venezuela, y con tan pobre bagaje ha emitido un axioma. Tan arrogante y tan insolente como impertinente y despectivo.
Él, chulesco como siempre, quizá sea capaz de decir –como hizo con la entrevista de Juliana- que no se le ha entendido bien. Quizá.
Pero lo habrá entendido perfectamente Nicolás Maduro, al que le ha hecho un favor que jamás hubiera soñado. Lo habrán entendido, seguro, todos los demócratas de este mundo que mantienen la memoria de lo que fue la dictadura militar comandada por aquel militarote cruel y sanguinario que mantuvo a su país bajo una bota ensangrentada. No obstante, los que mejor habrán comprendido las palabras de ese González al que su partido debiera jubilar sin demora son las víctimas directas de aquel general traidor que mandó detener, torturar, asesinar y desaparecer a miles de chilenos.
Se añora la pluma certera de Manuel Vázquez Montalbán quien, ante tamaña barbaridad del estadista vitalicio, a buen seguro escribiría algunas líneas que podrían servirles de alivio tras la tarascada que han sufrido.