Dos señales graves para Dilma y una alerta para Bachelet
Este domingo 13 de septiembre pareció un día cualquiera en las calles de Brasil, excepto por el hecho que la batalla comunicacional que tiene arrinconada a la presidenta Dilma Rousseff ganó uno de sus capítulos más dramáticos.
La editorial del diario Folha de São Paulo que llegó a los quioscos en esa mañana tuvo gran repercusión debido a su carácter de ultimátum, explicitado incluso en su titular (“Última Chance”). Así de directo lo dijo Folha:
“Ante una muy grave crisis política y económica, que ella mismo ayudó a crear y la cual ha respondido de forma errática y sin coordinación; viviendo la corrosión vertiginosa de su apoyo popular y su respaldo parlamentario, a lo que se suma el deterioro ético del PT y de los partidos que le prestaron apoyo, la administración de Dilma Rousseff pende de un hilo.
La presidenta ha abusado del derecho a equivocarse. En menos de diez meses de su segundo mandato, ha perdido su credibilidad y agotado las reservas de paciencia que la sociedad le había entregado en los últimos comicios. Precisa ahora demostrar que aún posee la capacidad política de presentar un rumbo para el país, en el tiempo que le queda de gobierno”.
Luego de esos dos primero párrafos, donde forcejea las puertas del Palacio del Planalto – usando como argumento una fantasía respecto de la situación económica de Brasil, que si bien ha sido menos auspiciosa que en los tiempos de Lula, todavía está lejos del desastre neoliberal de los años 90, donde el hambre y el desempleo llegaron a niveles extremos – la editorial parte para algo típico de todo ultimátum, las condiciones de rendición:
“Es imprescindible que se adopten medidas para contener el aumento da deuda pública y la degradación económica. Cortes en los gastos tendrán que ser efectuados con un radicalismo sin precedentes, o podrán volverse pesadillas aún peores, como el fantasma de la inflación descontrolada.
La contención de los gastos debe concentrarse en los beneficios presupuestarios de la Presidencia (el servicio de seguridad social estatal de Brasil), cuyas reglas están en descompaso no solamente con el contexto pero también con la evolución demográfica nacional. Debe mirar, además, los subsidios a sectores específicos de la economía y el retiro de parte de los recursos de los programas sociales”.
La clásica receta neoliberal no tardó en surgir: hay que cortar gastos, y hay que cortarlos en los programas sociales, esos por los cuales Brasil logró erradicar el hambre durante el gobierno de Lula y una distribución menos injusta de los ingresos, según datos de diversos organismos, como la Cepal y la ONU – que en el 2008 sacó al país de la lista de los países que padecen el hambre. La prensa en Brasil, al igual que en Chile y en casi todo el mundo, aún es dominada por la misma ortodoxa ideología económica de hace veinte años atrás, y busca imponer en Brasil algo similar a lo que la Troika le impone a Grecia, con el poder de quien asumió las labores de oposición en un país donde los partidos de la derecha no han sido capaces de fortalecerse como bloque político antagonista, aun cuando el PT ha perdido parte de su respaldo entre los más pobres. Volvemos al artículo:
“Aunque sean drásticas, tales medidas serán insuficientes para tapar los problemas presupuestarios fruto de la ineptitud presidencial”. Interrumpo el párrafo para un comentario importante: no que la prensa no sea extremadamente agresiva con cualquier mandatario de izquierda, en América Latina o en cualquier rincón del mundo, pero si es con una mujer, el machismo siempre trata de cargar un poco más las tintas. Luego, la presidenta no sólo es criticada, sino que retratada como una estúpida, una persona incapaz de ocupar el cargo que tiene y para el cual fue reelegida. Pero sigamos: “Una vez imprimidas esas políticas darán al gobierno el crédito para demandar otro sacrifico – la elevación de la ya vergonzosa carga tributaria, un fardo a ser repartido del modo más justo posible entre los distintos sectores del país.
Lamentablemente, no hay como impedir un aumento de los impuestos, recorriendo a nuevas reglas en el cálculo sobre los ingresos de los más privilegiados y la urgente ampliación de las tasas sobre los combustibles, por ejemplo”.
Es cierto, la carga tributaria de Brasil es una de las más grandes del continente, cerca del 35% del PIB, pero si es vergonzosa no es tanto por su tamaño como dice Folha, ya que está lejos de la que tienen países conocidos por su buen índice de desarrollo humano – como Suecia y Dinamarca, donde ese índice bordea los 50% del PIB – sino que por ser mal repartida.
Los impuestos que más recaudan son los que inciden sobre el consumo y los servicios, los que pagan todos por igual, sean ricos o pobres. Impuestos regresivos, considerando la aún inmensa desigualdad social en Brasil, y un tema que del cual el PT no se ha hecho cargo, ni con Lula ni con Dilma, que no sólo evitaron el patrocinio del gobierno al proyecto de tasación extra a las grandes fortunas, propuesto por diferentes parlamentarios de izquierda (algunos del PT) sino que no tocaron una ley creada en el año 1995, durante la larga noche neoliberal, que exenta de impuestos los ingresos de los 71 mil brasileños más ricos – sólo derrumbando esa norma, Brasil recaudaría por lo menos más 15 mil millones de dólares por año.
Y en el párrafo final de artículo, Folha fue directo al grano: “Serán inmensas las resistencias de la sociedad a iniciativas de ese tipo. Sin embargo, el país no tiene opción. La presidenta Dilma Rousseff tampoco. En el caso de que se le caiga encima el peso de la crisis, no le quedará otra salida sino abandonar sus responsabilidades presidenciales y eventualmente el cargo que ocupa”.
Con menos pudores que la prensa chilena – que prefirió lanzar el clima de posible renuncia de Bachelet a través de un supuesto testimonio de terceros, obligando a la presidenta a desmentirlo –, la brasileña prefiere ponerla como escenario del chantaje político.
En resumen, tomando en cuenta el tono del texto, la imbécil de la presidenta está obligada a seguir el típico ajuste de austeridad cuyo rechazo fue una de las razones por la cual Lula logró sacar a Brasil de la crisis en que se encontraba cuando él asumió el gobierno, en 2003. Y lo mejor es que si haciendo eso, siguiendo la imposición de la prensa, aún no logra mejorar los índices económicos, la culpa será suya y tendrá que renunciar.
Es la segunda fuerte señal en favor de un quiebre institucional en Brasil. La primera fue dada una semana antes, por nadie menos que el vicepresidente de Brasil, Michel Temer, justamente el que asumiría el poder caso Dilma deje su cargo.
Temer no fue tan directo en su declaración, pero dijo que considera “difícil que la presidenta llegue al final del mandato con la popularidad en los actuales niveles” – actualmente, la mandataria brasileña tiene alrededor de 10% de evaluación positiva, y 68% de rechazo.
Una película que sigue el guión clásico – los artículos de la prensa conservadora y los aliados que se dan vuelta la chaqueta son elementos de los golpes de Estado desde el 1964 en Brasil y el 1973 en Chile –, aunque el desenlace podría ser distinto, más cercano a la fórmula de golpe institucional o jurídico, como la que se probó en Paraguay, el 2012, contra el ex-presidente Fernando Lugo.
El escenario de Brasil es, además, un importante alerta para Michelle Bachelet, quien parece no reaccionar a un ministro que reconoce todos los errores que la oposición les achaca. Además, también enfrenta a una fuerte oposición mediática ante una igualmente debilitada oposición política,y también sufre con los cualitativos machistas que no fueron usados en contra de Sebastián Piñera cuando este sufría hace cuatro años con el mismo rechazo que ella tiene ahora, hace cuatro años – más allá de las críticas que pueden y deben recibir, el tema es el respeto a la persona criticada, que cambia de acuerdo al género de quien ocupa el cargo.
Y si eso no fuera poco, Bachelet también es presionada a dar marcha atrás a las reformas en contra del modelo neoliberal a través de números de encuestas, usados de la misma forma, para poner en jaque su liderazgo y quizás validar maniobras políticas en contra de las reformas o de ella misma. El chantaje es el mismo: si quieres recuperar tu popularidad, hay que seguir la receta que damos desde la prensa y el mercado, y si te va mal con ella, morirás sola. Su situación todavía no es tan dramática como la de su homóloga brasileña, pero hay que reaccionar antes que sea demasiado tarde.
Quizás no sea casualidad que la presidenta que posee mejor popularidad, pese a los altibajos que ha tenido, es Cristina Fernández , la mujer que desde su arribo a la Casa Rosada apuntó a la prensa como su principal rival político y no se resigna a aceptar ni artículos ni reportajes en su contra sin expresar su propia versión de los hechos y sus críticas hacía esa prensa. Quizás por eso, ella pudo mantener su apoyo cercano a los 50% y llevar a su sucesor a la cima de las encuestas en Argentina – aun cuando haya resistencia en el propio kirchnerismo sobre la fidelidad de ese candidato (Daniel Scioli) con respecto al proyecto y sobre todo a los programas sociales.