La compasión con el niño Aylan
La compasión con un drama lejano y la indiferencia ante las tragedias cercanas; esa es la marca de la mediatización y del humanista bien intencionado. La pornografía no está en la imagen sino en la manera de apropiársela y hacerla circular. Aylan pudo ser fotografiado porque su rostro no nos mira. La imagen de su cuerpo nos interpela pero sus ojos no nos queman. Ante lo que no nos toca podemos desfondar una generosidad inteligente y aséptica. Ya desde el momento en que transformamos una tragedia en un discurso, la degradamos de lo amoroso a lo publicitario.
La ceguera ante el drama de los inmigrantes en Chile, es la forma de no dejarse ver, de no dejarse enrostrar, de ensordecerse al llamado del que tiene necesidades inmensas y está a tu lado, al alcance de tu mano. El entusiasmo de los morbosos que asisten a la matanza y arrojan un par de monedas para prolongar fingiendo un horror que los conmueve cuando en verdad no han sido tocados.
Hablar es gratis. Esa es la lección de Aylan. Lo privado es el espacio de la gratuidad, el lugar donde todo lo que se dice y se promete queda impune, es inexigible y además sirve para lavarse la cara. Lo privado propuesto como público es la manera de evadir responsabilidades que tenemos en Chile.
Hay un spot publicitario en estos días en que un niño patea una pelota de futbol que se desinfla. El niño cae en el pasto en la exacta pose de muerte de Aylan y se desinfla. La vida es una travesía neumática; espíritu o fuerza insuflada en la carne. Cualquier similitud es desde luego involuntaria; un cuerpo de espaldas es igual a otro. Pero algo hay en la imagen de ese niño exánime que nos sensibiliza a los mensajes mercantiles e infernales de los bien intencionados mientras preserva nuestra indiferencia ante los niños que si podemos ayudar.
Nuestros inmigrantes, los que hemos llamado, los que necesitamos y que hacen un aporte cultural inconmensurable que va mucho más allá de lo que podemos prever; los desamparados entre los pobres no nos merecen más que la mirada estetizante de su dolor y de la miseria de sus habitaciones.
Aylan nos transforma en hombres buenos porque hemos comentado su muerte con dolor y asistido con esperanza a los arrestos hospitalarios de la vieja Europa racista y colonizadora. Ya era hora. Esperemos a ver la consistencia del giro ético de Europa. Nosotros podemos traer sesenta inmigrantes de Siria para integrarlos con los ciento sesenta mil hermanos y los diecisiete millones de almas en pena que hoy buscan su destino en Chile.