Comienza un nuevo curso político de alta tensión en Europa, España y China
Empieza el nuevo curso político, una nueva etapa rellena de problemas, de negras nubes amenazantes. No son nuevas, pero pintan muy mal de cara al futuro; tanto al corto como al mediano plazo. Hablemos de cuatro sólo: dos internacionales y dos de la política nacional en España.
El Mediterráneo se ha convertido en un mar de dolor, de lágrimas, de miedo acompañado por el silencio de la muerte. Miles de personas huyen de la guerra, de la barbarie y buscan en Europa un oasis para vivir. Además de preguntarnos que hace la Unión Europea o los Estados Unidos o la ONU –impasibles más allá de los discursos ante la catástrofe humanitaria-, tendríamos que saber qué están haciendo las religiones ante el drama. Donde están y qué dicen los arzobispos y los cardenales, los imanes y los rabinos, los patriarcas, los ayatolás y los papas y, también, sus más enconados seguidores, todos los integristas de las tres religiones implicadas, todos los pro-vida que en el mundo son. ¿Dónde están, qué dicen, qué hacen ante las terribles y documentadas noticias? ¿Estarán rogando a su Dios por todos estos desgraciados fugitivos que sólo quieren salvar la vida y gozar de un poquito de libertad? Quizás rezar, rezarán. Pero... serán capaces de hacer algo más para parar la tragedia?
China ha sido noticia por las sucesivas devaluaciones de su moneda, el yuan, por los efectos sobre la economía mundial, tanto sobre los países desarrollados como sobre los emergentes y porque, también, en opinión de diversos analistas, sus autoridades económicas son de una ineptitud sublime. De China, aun así, no sólo tendría que preocuparnos cómo sube y baja su Bolsa, aunque sea relevante. El gigante asiático mantiene un modelo de desarrollo perverso. Estamos hablando de la cuarta economía mundial y de la tercera exportadora, que crece a un ritmo incomparable al de las otras grandes potencias, pero que lo hace con una política energética y una despreocupación medioambiental pavorosas. Como el carbón cubre tres cuartas partes de las necesidades energéticas, no nos tiene que sorprender que cinco de las diez ciudades más contaminadas del planeta se encuentran en aquel país. Hay que añadir a esto la carencia de agua, la deforestación que avanza imparable y la nula preocupación por las generaciones futuras que evidencian las autoridades. China no está en otro planeta, así que sería bueno preocuparnos por algunas cosas más que por la Bolsa de valores.
En el ámbito de la política doméstica en España dos problemas con muchos puntos de contacto están sobre la mesa de analistas, opinadores y ciudadanía en general.
El gobierno Rajoy está huyendo hacia adelante a la velocidad del rayo, cada vez más aislado y con unas encuestas que están empujándolo a jugar al todo o nada. Ha decidido aprobar los presupuestos de 2016 para intentar atarle las manos a un hipotético ejecutivo en el que el PP no participe; habla un día de modificar la Constitución y al día siguiente afirma que es innecesario; la corrupción asedia la casi totalidad del organigrama de dirección del partido, y la figura del presidente del gobierno se deteriora cada vez que abre la boca en público.
Los de Rajoy ni siquiera intentan un discurso político en positivo. Todo son amenazas de plagas bíblicas (García Margallo dixit) y de un caos absoluto si no son ellos los elegidos para continuar gobernando. Sin un relato mínimamente alentador, el PP parece haber encontrado refugio en dos trincheras que considera inexpugnables: su política económica ha salvado a España de una catástrofe como la griega [sic]; y España es indisoluble [sic], pero ellos son los únicos que lo garantizan [sic].
Dejando ahora de lado que no será posible hablar de mejora económica mientras el paro no remita de forma clara y efectiva, el cuarto y último de los asuntos que elevan la temperatura de este inicio de curso es Cataluña.
Más allá del bajo nivel del debate político en general, el Gobierno de Madrid se limita a amenazar los soberanistas sin descanso; ha situado como cabeza de lista electoral a un personaje protolepenista como García Albiol, y violenta el marco jurídico legislando ad hoc y de urgencia a propósito del Tribunal Constitucional. Mientras tanto, desde el soberanismo se amenaza con una Declaración Unilateral de Independencia motivada, dicen, por la carencia de respuesta del Estado a sus aspiraciones, aunque sin hacer ni una mínima evaluación de costes: todo será música celestial al día siguiente. El silencio hostil de Rajoy ha conseguido que los de Junts pel Sí eleven el tono y la apuesta cada se eleve vez más, y han pasado de la consulta para conocer cuántos catalanes están por el derecho a decidir [que era la propuesta inicial] a afirmar que las elecciones autonómicas son plebiscitarias y que si ellos ganan por mayoría simple ejecutarán la DUI.
Si no había suficiente con los de Rajoy y los soberanistas echando leña al fuego, día tras día aparecen pirómanos desde las dos orillas del Ebro. Ha destacado últimamente el estadista vitalicio Felipe González, quien ha publicado urbi et orbi una Carta a los Catalanes que es un despropósito o, tal vez, una cosa peor. Más allá de una grosera alusión a la Alemania y la Italia de los años treinta, el texto es tan amenazante como los del PP pero acompañado de una dosis generosa de paternalismo irritante.
Septiembre, pues viene cargado. En el escenario español, el 11 de septiembre con la Diada y,fundamentalmente, el 27, con la cita electoral catalana, marcarán el curso –de momento- hasta las elecciones generales de diciembre. En el terreno de juego internacional, la crisis china puede tener efectos de todo tipo, y no sólo económicos; a su vez, la respuesta que se dé a la crisis humanitaria de los refugiados que huyen del horror y la barbarie señalará el grado de insensibilidad al que hemos llegado, y hasta qué punto nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo que se parece cada vez más un estercolero. De momento, en este terreno, los ciudadanos están mostrando más sensibilidad que sus gobiernos.