¿Cómo decir lo humano? La historia y literatura de los pueblos indígenas y mestizos
Los escombros del tiempo lineal
Comprobamos hoy la catástrofe del tiempo lineal, de la conocida comúnmente como “historia”. Ese tiempo de hierro que describió el poeta Hesíodo, y que transformó en verdad histórica Tucídides:
“El amor fraternal de días pasados se habrá ido. […].
Los hombres destruirán las ciudades de otros hombres.
El justo, el bueno, el hombre que cumple su palabra
Será despreciado, pero los hombres elogiarán al malo
E insolente. El Poder será lo Correcto, […].”
(Hesíodo, La edad de hierro: Los trabajos y los días).
Ese tiempo hoy cubre de escombros la tierra. Y los historiadores, herederos del legado disciplinar grecolatino, remueven hoy los escombros del tiempo lineal.
La “historia” como disciplina no parece enterarse de la magnitud universal de esta situación. No se percata de la necesaria “gran ruptura epistemológica” que formulara en 1992 la Cumbre Mundial de la Tierra de Río de Janeiro: “[Cada] conquista de la naturaleza que concretemos en lo sucesivo será, en realidad, en contra de nosotros mismos. El progreso ya no es más forzosamente compatible con la vida; no tenemos más derecho a la lógica del infinito; ésa es la gran ruptura epistemológica que simbolizará tal vez, a los ojos de los historiadores, la ‘Cumbre para la Tierra’.” (Boutros Boutros-Ghali, “Discurso inaugural de la Cumbre para la Tierra”, en Paz, desarrollo, medio ambiente, Santiago, Cepal, 1992, 46).
Esta inconciencia se comprueba en las revistas de especialización científica disciplinar.
Si uno se pone a revisar, por ejemplo, los temas recurrentes de la revista Historia de la Universidad Católica de Chile, se encuentra que la entrada “Portales” tiene 24 registros, y que “Pinochet” tiene diez registros. Historias sobre el origen y el ocaso de la república. Sin embargo, las materias “quechua” o “diaguita” no existen. Las entradas “aimara” y “mestizos” apenas cuentan con un registro cada una. La entrada “mapuche”, apenas dos registros. El índice de materias de la revista Cuadernos de Historia de la Universidad de Chile no arroja registros para “quechua”, “aymara”, “mestizos”, o “andino”. La materia “indígena” remite a un solo registro sobre cartografía jesuita colonial (sic!). En cambio, las entradas “criminalidad”, “violencia”, “fascismo”, “tiranías” dan un registro cada una. La entrada “esclavos”, dos registros; “guerra”, tres aciertos.
La visión del tiempo histórico en Occidente, o de la llamada “historia”, parte de un mito inconmovible: el ser humano es un ser criminal, depredador, violento, odioso, hacedor de desgracias. Esta visión tiene su origen griego en Tucídides y su historia de la Guerra del Peloponeso. Desde entonces el pensamiento histórico de Occidente ha reiterado este lúgubre canon (Marshall Sahlins, La ilusión occidental de la naturaleza humana, México: FCE, 2011).
El tiempo y las narrativas de los pueblos indígenas y mestizos de los Andes
“Deja, la verás un día
devuelta y transfigurada
bajar de la tierra quechua
a la tierra araucana,
mirarse y reconocerse
y abrazarse sin palabras.
Ellas nunca se encontraron
para mirarse a la cara
y amarse y deletrear
sobre los rostros sus almas.”
(Gabriela Mistral, Araucanos: Poema de Chile).
¿No será hora de trascender los imaginarios dominantes que han monopolizado el discurso académico occidentalizado de la “historia” y de la “literatura”?
Buscamos otras génesis, otras filiaciones, otras historias. Otros tiempos, otras narrativas, otros comportamientos humanos. En 1962 el historiador peruano Luis Alberto Sánchez dijo, a contrapelo de las interpretaciones racistas dominantes, que el pueblo chileno era inconfundiblemente indígena: “Una reiterada observación durante nueve años, me hace pensar que, sicológicamente, uno de los pueblos inconfundiblemente indios es el chileno. Sus apariencias externas pueden despistar, pero las psíquicas y sociales no.” (Luis Alberto Sánchez, Examen espectral de América Latina. Civilización y cultura. Esencia de la tradición. Ataque y defensa del mestizo, Buenos Aires: Losada, 1962, 72).
La poesía y la conciencia histórica de Gabriela Mistral y Pablo Neruda obedecen a esta intuición certera del historiador del Perú. En ellos se revela nuestra consistencia mestiza, nuestra ascendencia indígena. Nuestra condición humana arraigada en el territorio y la memoria de los Andes. Mientras la “historia” lineal nos conectó con las invasiones y las anexiones de Occidente (guerras, ocupaciones, ‘pacificaciones’, golpes: la modernidad / genocidio), la “literatura” de Mistral y Neruda enseñan, como un bálsamo inconfundible, el tiempo y la narrativa luminosa de nuestra condición terrenal y espiritual (Pablo Neruda, Canto General; Gabriela Mistral, Poema de Chile).
La lámpara en la tierra de Canto General se inicia con “Amor América (1400)”. Esta intuición no acabamos de aprenderla ni asimilarla! Tres palabras: un espacio, un tiempo, un estilo de vida. Neruda decide ingresar en el terreno de la historia. “Yo estoy aquí para contar la historia”. Desde entonces la “literatura” desafía a la “historia” disciplinada y patriarcal. Nuestro tiempo, el de la América indígena y mestiza, pasa a ser un tiempo cercano, enérgico, natural. La “historia”, la arrolladora de Occidente, de griegos a norteamericanos, ha quedado después de Pablo Neruda, para siempre como un tiempo lejano, enfermizo, odioso, antinatural (Eugenia Neves, Pablo Neruda: la invención poética de la historia, Santiago: Ril, 2000).
La “historia” necesita hoy con mayor razón que nunca distanciarse de este tiempo ‘contranatura’ y tóxico de Occidente, para dar y darse cuenta cabal de las historias y las geografías indígenas y mestizas. La “literatura” precisa lo mismo. Para dar y darse cuenta de las hablas y las literaturas, escritas y no escritas, de los pueblos indígenas y mestizos. A partir del tiempo y las narrativas indígenas y mestizas, la interdisciplina de “historia” y “literatura” puede ayudar a decir en conjunto la humanidad originaria y próxima de nosotros, las humanidades silenciadas por el aciago discurso colonial de otro tiempo.
Para reconocer y saber pronunciar esta humanidad nuestra, más armónica consigo misma y con la vida de la Tierra que la sostiene, necesitamos otros marcos conceptuales y epistemológicos, fuera de la ética criminal colonialista, la originada en el “Homo sapiens-arroggans u Homo sapiens-aggressans” (Humberto Maturana, Gerda Verden-Zöller, Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano, Santiago de Chile: J.C. Sáez Editor, 2009, 15). Así comprenderemos que la humanidad, ni en los Andes ni en ninguna parte, tuvo su origen en el control, el poder, la competencia, y la lucha, como argumentó machacona la cultura patriarcal europea, sino en innumerables “conversaciones de participación, inclusión, colaboración, comprensión, acuerdo, respeto y coinspiración” (Humberto Maturana, obra citada: 41).
“[Ya] nunca más
la guerra,
sino el trigo,
ya nunca más la sangre,
sino el último
pan de sus hermanos, […].”
(Pablo Neruda, Oda al trigo de los indios: Nuevas Odas elementales).