Vías segregadas
Caminaba distraído yo por el viejo barrio donde se ubica La Piojera fijándome cuanto han cambiado los transeúntes que habitan nuestras calles. Cada día esa parte de Santiago parece más un resumen de América Latina: peruanos, colombianos, ecuatorianos, etc; se oyen distintos acentos, se ofrecen comidas que hace algunos años eran impensables, hay más colores, nuevas palabras. En la vieja calle Ayllavilú; hogar del Detective Heredia de Ramón Díaz Eterovic se ve más movimiento, hay más turistas que se mezclan con los inmigrantes que obviamente no son lo mismo. No ha que exagerar. Y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero, sobre todo si es turista caucásico. Hay una tienda de libros usados y otra de chaquetas de cuero. Dos maniquíes con máscaras de lobo atraen a la clientela. Metros más allá Jhonnie Blues lanza los acordes de su guitarra al aire, un público improvisado lo escucha y aplaude; un gato observa desde la ventana de un edificio. Un hombre joven me invita a tomar un café a un local con luces y desde el cual brota una sugerente música. Pensé por un momento, este es un Chile más abierto, quizás estaban trastocados mis sentidos por la maldita primavera, y así mientras caminaba lentamente por el viejo barrio, pensaba yo en la integración latinoamericana, en la unidad continental, en la riqueza de la cultura mestiza, pensaba en que a pesar de todo la ciudad cambiaba para bien y que dentro de pocos años Chile se sentiría más mestizo, más indoafroamericano. De pronto al llegar a las inmediaciones de la antigua Estación Mapocho me llamó la atención el gran despliegue de “vayas papales”, carabineros y autos de las llamadas autoridades, mucho civil de corbata, muy bien vestidos, muy bien peinados como decía una antigua canción. En ese momento caí en la cuenta que se trataba de la inauguración de la Feria del Libro y entonces las “vallas papales”, los carabineros y los relucientes autos negros estacionados en un orden prusiano cobraron sentido ante mis ojos. El Chile que todos conocemos estaba a la vuelta de la esquina literalmente. Amargo fue mi desengaño.
La cultura en Chile es a puerta cerrada. Un bien de consumo como diría un antiguo pensador de cuyo nombre no quiero acordarme. Y además en Chile las autoridades deben estar siempre resguardadas, protegidas alejadas del pueblo. La segregación nuestra de cada día. No vaya a ocurrir algún hecho trágico, pero yo creo que esto se ha impuesto para que las autoridades no tengan que oír a la gente, ni sus alegatos, ni sus rabias, nada de nada. Esa gente gritando enojada siempre echa a perder las fotos. Basta con las encuestas. Las autoridades salen de sus oficinas, suben a sus autos, bajan de sus autos, entran al acto, salen del acto, de vuelta a sus autos, quizás de regreso a una oficina y luego a sus casas. Entremedio las genuflexiones de los subalternos: jefes de gabinetes, secretarios de prensa, secretarios adjuntos y una lista interminables hasta llegar seguramente a los choferes. Es cierto que a veces las autoridades se juntan con la gente de la calle en actos arreglados como debe ser y por supuesto también están esos actos en Casa Piedra con los empresarios que no representan ningún peligro y ya sabemos; después de las disculpas del embajador en Uruguay; lo que valen los empresarios. Tanta reja y tanta distancia me hizo recordar una fotografía antigua que data del triunfo de Pedro Aguirre Cerda, la gente encaramada en los balcones de La Moneda, el Presidente saludando, la multitud expectante, niños y jóvenes trepados por los muros para ver de cerca al Presidente.
Seguí caminando y me hundí en el metro, así mis pensamientos se disolverían en el apretuje acalorado de nuestra modernidad.