Santiago World Music Festival: el transporte por la música del mundo se apoderó del Movistar Arena
Tarde de domingo, y entre la prisa por ordenar los uniformes, ir al supermercado y empezar a recuperar el tiempo desperdiciado durante el fin de semana, un reducido grupo de personas encontró otra sintonía. Cuatro bailarinas se tomaban el escenario del Movistar Arena y el Santiago World Music Fest cobraba vida.
Prolijidad, armonía e hipnotismo son las palabras con las cuales se podría definir el evento que congregó a destacados músicos de World Music, género que reúne música popular, folcklorica o étnica, de cuatro países diferentes. La agrupación nacional Gondwana abrió los fuegos y puso todo su reggae a disposición del público. Verde, Amarillo y Rojo, Sentimiento Original y hasta el cover de Bob Marley & The Wailers, Could you be loved, sonaron fuerte y fueron aplaudidas por los asistentes. Mc Jona puso su voz y pasión a disposición del público del lugar, poniendo a Chile dentro de este escenario.
El poderoso reggae de la banda nacional llegaba a su fin para dar paso al incomparable sonido de Wang Li. El arpa de mandíbula, que acompaña con sonidos generados por su boca, hace una mezcla que podría considerarse como un beat box de influencia asiática que no deja a nadie indiferente.
El nivel de hipnosis que produce su música hace que a ratos la noción del espacio y el tiempo desaparezcan, creándose así una complicidad profunda entre Wang Li y su público. La simpleza y humildad de este chino cala hondo en los espectadores, y a pesar de que se presentó tímido ante la audiencia, debido a su poco manejo de otros idiomas, su mensaje de respeto y amor se transmitió por si solo con cada nota que salía de sus instrumentos. Una vez que la gente se encontró inmersa en el túnel de paz que se vivió, la reflexión vino por sí sola.
La fusión entre los sonidos étnicos y la electrónica llegó de la mano de los franceses de Deep Forest. Eric Mouquet se paró en su trono de dj, y puso a su lado a toda su banda, descargando en el escenario una explosión de formas, en donde el amor y la amistad se respiraban en todas las capas del sonido que estaban entregándole a su público.
El cierre del festival fue entregado por Youssou N’Dour, quien montó una fiesta en el escenario del recinto. Los asistentes movieron sus caderas al ritmo del Mbalax, género que reúne los sonidos propios de Senegal. Eufóricos terminaron todos los que se dieron la oportunidad de dejarse llevar por los ritmos entregados por el senegalés que el 2013 fue galardonado con el premio Polar de música.
Envolvente en todas sus dimensiones, relajante pero a la vez energizante. El show presentado por este grupo de personas es de esos que te producen cosas que no se pueden explicar. La prolijidad y la pasión con que se desarrolló el espectáculo dejó sin palabras a los asistentes, dejando en claro que no había nada que envidiarle a las bandas que llenan el mismo recinto porque, claramente, el objetivo de estos artistas no pasa solo por cuantas cabezas están ahí para escucharte, sino por cuan profundo calaste en la persona que llegó al concierto que diste al otro extremo del planeta.
Muchos podrán pensar que era demasiado espacio para un show que debiera haberse pensado para un lugar más pequeño. Tal vez se pueda pensar que fue una idea ambiciosa, o acusar al elevado valor de las entradas como responsable, pero la culpa de que, lamentablemente, pocos hayan sido los afortunados de disfrutar de lo que allí aconteció, la tiene el desconocimiento de esta música por parte del público chileno que, sobreexpuesto a lo comercial, ha tapado sus oídos, desterrando de su radar auditivo todo lo que no suene similar a como lo hacen los líderes del chart.
Al final de la jornada una cosa quedó clara con el desplante mostrado sobre el escenario, cada peso gastado por los asistentes fue retribuido con pasión y prolijidad, dejando en evidencia que el Santiago World Music Fest nunca estuvo sobrevalorado.