Brasil y Uruguay: dos lugares para triunfos y preguntas sobre el ciclo progresista
Las elecciones de ayer en Brasil y Uruguay resultaron en victorias claras, aunque con dificultades, para los gobiernos de la izquierda establecidos de cada país. Dilma Rousseff gobernará otro periodo como presidenta de Brasil, en la primera de las últimas cuatro elecciones donde el Partido de Trabajadores (PT) es seriamente desafiado. En Uruguay, Tabaré Vázquez, ex presidente de la coalición Frente Amplio de José Mujica, recibió la mayoría de votos, pero la elección irá a una segunda vuelta a fines del próximo mes. El candidato en tercer lugar e hijo del ex dictador, Pedro Bordaberry, ya ha anunciado su apoyo al oponente de Vázquez, el centro-derechista Lacalle Pou, lo que augura una segunda vuelta estrechísima.
Ambas elecciones parecen apuntar a la fortaleza de los referentes de la izquierda, pero también a la rearticulación competitiva de proyectos de centro y/o derecha. El desgaste es para todo gobierno y lo es más para uno de izquierda en un periodo de hegemonía neoliberal: los propios izquierdistas han debido alinearse con políticas económicas que antes deploraban en el adversario.
La economía fue el tema principal de debate en Brasil y no solo afectó a las campañas, sino que las campañas y las encuestas también provocaron consecuencias en la economía, al atarse tan claramente la expectativa del empresariado con la candidatura de Marina Silva primero, y luego con la de Aecio Neves.
Rousseff y el PT tuvieron un fuerte apoyo de los sectores más pobres de la población al cabo de 12 años de la implementación de programas sociales que han sacado a millones de personas de la pobreza. Neves, por su parte, tuvo un apoyo abrumador entre la clase acomodada. La Bolsa, que transparenta los anhelos de los ricos para el futuro del país, favoreció a Neves y se derrumbó junto con las expectativas de triunfo del candidato. Tomando nota, Rousseff se comprometió a hacer cambios en su gabinete y en sus políticas, partiendo por la sustitución del ministro de Finanzas, Guido Mantega, a quien muchos culpan por los recientes problemas económicos de Brasil.
La histeria en torno a la elección de Brasil se ha ampliado con una campaña feroz de negativos ataques cruzados. Ambos candidatos afirmaron que el otro destruiría la economía. Rousseff afirmó que Neves recortaría los programas sociales populares implementados por el PT y sería una señal de un retorno a las políticas del último presidente del Partido Social Democracia Brasileña (PSDB), Fernando Henrique Cardoso, cuando el desempleo era de dos dígitos.
Como sea, esta elección en parte también apunta a la necesidad de renovación de los referentes de izquierda que han estado en el gobierno, tanto de Uruguay y Brasil. En Brasil, 12 años de gobierno del el PT han traído una corrupción generalizada que ha llevado a muchos votantes a verlos como la encarnación de lo que solían enfrentar: la elite establecida.
En Uruguay, Vázquez también es retratado como la representación de la vieja guardia. Él tiene 74 años (33 años mayor que su oponente Lacalle Pou) y ya se desempeñó como presidente de una vez. A pesar de que viene del mismo conglomerado que José Mujica, representa un ala más conservadora, tanto en lo económico como en lo social. José Mujica impulsó la legalización del aborto, la marihuana y el matrimonio gay. Vázquez, en cambio, vetó la legalización del aborto, mientras fue presidente.
El Partido Nacional de Lacalle Pou ha centrado su campaña en oponerse a la mayor parte de las reformas sociales aprobadas durante el tiempo de Mujica, y abogó por una mayor apertura hacia los mercados extranjeros.
Los resultados de estos dos países representan para la izquierda nuevas victorias, pero con señales que de continuar podrían representar puntos de inflexión de importancia para el resto del heterogéneo ciclo en América Latina. La izquierda ha combatido la pobreza y recuperado la renta de los recursos naturales, en este caso con dos líderes con una historia en los movimientos guerrilleros que se alzaron contra los ex dictadores de los países. Una parte del electorado los ha consagrado por ello como figuras extremadamente populares, pero ahora se trata de hablar de nuevas ideas para seguir avanzando.