Hernán Vidal, uno de los más lúcidos teóricos de los Derechos Humanos en Chile
Fue con gran tristeza que recibí la noticia de la muerte de Hernán. Apenas unas semanas atrás, habíamos tenido una larga conversación telefónica en que el tema principal, no el único, fue su último libro sobre el origen y la trayectoria del MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria sobre el cual llegó a desarrollar una actitud bastante crítica. Nada, en el curso de lo que hablamos, me permitió inferir que el desenlace estaba tan cerca para él; aunque ahora, en retrospectiva después de lo sucedido, puedo pensar que su voz sonaba cansada. Típico de él, nada dijo ni dejó entrever, aunque ciertamente estaba ya en conocimiento del mal que lo amenazaba.
Hernán fue, y seguirá siendo, un querido compañero y amigo. Creo que, con pacto tácito, al conocernos en 1975, convinimos en perdonarnos mutuamente el ser compatriotas. En lo personal, le estaré siempre agradecido por el trato generoso que me dio cuando aterricé en estos pagos, y la acogida que me brindó en Minnesota, invitándome como profesor visitante en 1978 y a participar en los periódicos congresos que organizaba el Instituto de Ideologías y Literatura. En ese tiempo, allá por los setenta y los ochenta, y aún con posterioridad, la Universidad de Minnesota era el foco y el centro de estudios de literatura desde una perspectiva histórico-social. Se podía discutir intensamente sobre ideología, política en la España postfranquista y en la América Latina dictatorial, sobre clases sociales, etc. -- términos todos que no parecían entonces indelicados ni resultaban políticamente incorrectos. Siempre recordaré con simpatía esas ocasiones en que sobresalían Anthony Zahareas, Nicholas Spadaccini, Arturo Madrid, Vlad Gozich y tantos otros. Allí, la presencia y las intervenciones de Hernán eran siempre memorables.
Ni Hernán ni yo éramos muy adictos a la kermesse anual de la MLA ni a los constantes torneos académicos que son parte inevitable de la profesión, así que en general nos vimos poco. Conversamos, sí, a veces por teléfono y cruzamos uno que otro mensaje gracias a las nuevas tecnologías que, para mi asombro e inquietud , iban invadiendo y dominando el planeta. Practicamos, sin ponernos de acuerdo, el método de la incomunicación discreta –uno de nuestros pocos vicios nacionales que suele trasmutarse en virtud. En todo caso, estoy seguro de ello, para mí estuvo siempre presente a lo largo de estos años.
Hernán deja una huella significativa en la especialidad de literatura chilena. Sus trabajos sobre novelistas como Eduardo Barrios y José Donoso, y sobre dramaturgos de la importancia de Juan Radrigán (sobre quien, si no yerro, fue uno de los primeros en llamar la atención), poseen ya el carácter de piezas bibliográficas imprescindibles. Sus monografías de radio latinoamericano –acerca del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX, acerca de la Cumandá ecuatoriana y varias más– son igualmente contribuciones que habrá que tomar en cuenta. Pero donde probablemente el legado suyo es mayor, es en su sostenida preocupación y publicaciones en torno al Chile posterior al golpe militar de 1973.
Hernán llega a USA en los 60s, y obtiene sus grados universitarios en este país. El golpe lo sorprende por lo tanto fuera de Chile. Tal vez por ello, lo “golpea” y lo conmueve con fuerza inigualable. Desde entonces, desde el mismo 74, dedicó todos sus esfuerzos y energía a entender lo que había ocurrido en su país de origen. Ya en democracia, viajó continuamente a su tierra, entrevistó a numerosas personas, y estoy convencido de que no pasó un día sin reflexionar y trabajar sobre la historia reciente del país. En mi opinión, sus mayores y mejores aportes tienen que ver con la situación de los Derechos Humanos, con la Asociación de Víctimas y Desaparecidos, con la Vicaría de la Solidaridad, con esa curiosa institución –híbrida y dual– de los capellanes militares, y muchas otras publicaciones que sería interminable mencionar. En todas ellas, Hernán desarrolló una exploración lúcida y dolorosa, siempre crítica y rigurosa pero a la vez traspasada de solidaridad.
Que descanse en paz. No lo olvidaremos.