Rodeo: ¿Deporte y cultura o tor(o)tura?
Hagamos un breve análisis de esta afirmación.
¿Deporte Nacional?
La verdad es que nuestro ''deporte'' nacional, no es deporte. La RAE define deporte como, ‘’ Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas’’. No obstante, la actividad física la realizan los animales, ya sea el caballo, obligado a azotarse contra el becerro o ya sea este último intentando escapar para salvar su vida. Por otro lado, tampoco es ‘’nuestro’’, el rodeo se remonta a períodos de la colonia. Su impulsor fue el gobernador García Hurtado de Mendoza, militar español y un gran admirador del arte ecuestre moro (o tauromaquia). Como es natural, los campos no estaban cercados lo que provocaba dispersión por cerros y montañas del escaso ganado que existía. Para reunirlo, marcarlo y separarlo ordenó que se efectuaren rodeos que se realizaban en la Plaza de Armas durante los días 24 y 25 de Julio, fiesta del apóstol Santiago, patrono de la ciudad. Con el tiempo fue perdiendo su utilidad práctica forjándose únicamente como una actividad lúdica, que se irá perfilando como parte de nuestro acervo cultural y considerado ‘’deporte nacional’’ a partir del 10 de enero de 1962 por el Consejo Nacional de Deportes y Comité Olímpico de Chile. Desde ya podía extrañar el hecho de que el título del campeonato nacional es conocido popularmente como ‘’Champion’’.
¿Cultura?
Dependerá de que entendemos por esta, si el "cultivo del espíritu", combinación de racionalidad y estética, máxima expresión del genio humano o ''barbarie'', violencia y salvajismo desmedido, expresión de la bestialidad e irracionalidad humana. Aunque concedo que quizás esto sea muy abstracto y en ese sentido podemos recurrir a un argumento más práctico, ese que afirma que es preciso defender las tradiciones (sean nuestras o impuestas) porque es parte de nuestra historia y lo que forja nuestra identidad. En esa lógica, cabría preguntarse ¿por qué no reabrir el Circo Romano en Italia? y con él sus gladiadores y sus bestias e incluso considerando las exigencias que imponen los tiempos modernos –para reducir el sadismo excesivo- podría reglamentarse y adoptar medidas para prevenir accidentes mortales. Sin embargo, al parecer, nuestros compañeros italianos han entendido que una nación que asocie la violencia con su raigambre cultural no da cuenta sino, de una naturaleza empobrecida y una ética mediocre.
¿El animal sufre?
¡Qué duda cabe! Por un lado, los novillos pueden sufrir de la quebradura de sus huesos, además se ha constatado el elevado nivel de neutrófilos (leucocitos que responden a procesos inflamatorios) en la sangre y células ligadas a la inflamación aguda, provocada por golpes y contusiones cuando son interceptados por los jinetes. Por otro lado, el caballo tampoco está exento de poder sufrir algún accidente, como lesiones en el metatarso y radio, lesiones que no son tratables en el ámbito equino, ya que si bien el animal podría volver a levantarse, no solo su rendimiento no será el óptimo, sino además el tratamiento es altamente costoso y en las lógicas del rodeo, donde el caballo es visto como una herramienta, la tendencia indica que se opta por el sacrificio del ejemplar. Por otro lado, tampoco se debe olvidar el daño psicológico producido a los animales durante estas sesiones de tortura. Estudios científicos indican que la medición de niveles de cortisol (Hormona ligada al estrés) en la sangre de los novillos post rodeo, son bastante altos. Aunque, sin necesidad de estudio, es apreciable claramente el nerviosismo y estrés del novillo que corre por proteger su integridad física, mientras la multitud ríe, grita y aplaude la brutalidad a la que es sometido.
Puede que los argumentos anteriores sean del todo discutibles (con excepción del hecho irrefutable del maltrato), que aunque en principio haya sido introducido por un español no obsta a que su desarrollo haya sido construido por personajes criollos, que la cultura –más allá de las apreciaciones subjetivas- se funda en un deber ser cuyo titular es el pueblo. En este último punto me quiero detener, quiero dirigirme a mis compatriotas, a mis amigos y enemigos (si es que por ahí los tengo o me los hiciera con este artículo), comunistas y capitalistas, liberales y conservadores, homosexuales y heterosexuales, jóvenes y no tan jóvenes y especialmente a quienes realizan y asisten asiduamente esta actividad. No me propongo la improbable misión de cambiar su conducta para estas fiestas, más de alguno pensará que mis palabras no son más que verborrea insípida o ‘’infantilismos progre’’, sin embargo, cuando esté sentado en su butaca esperando que comience el acto, dele una vuelta a estas palabras y cuando haya salido el becerro y posteriormente se encuentre desplomado en el suelo, mire fijamente sus ojos asustados y sienta en lo más hondo de su corazón el miedo y el dolor como propios… esa es la cualidad más linda del ser humano y también el mejor argumento.
No podemos identificar la Chilenidad con el maltrato animal, mientras el rodeo continúe, se continuará reforzando la idea, según la cual los animales no son más que cosas que podemos utilizar a nuestro gusto e incluso sacar provecho de su sufrimiento como parte de un espectáculo para el entretenimiento público. Dejemos de buscar un arte que no sea expresión de la vida, ni palabras que no canten, ni música que no sirva para bailar. Sólo el arte que es fecundo, con su levedad y ligereza, puede elevar al hombre hacia lo más alto.
Procuremos, entonces, hacer de estas fiestas patrias una alegoría del espíritu nacional, que los festines de nuestra tierra fértil sirvan de apertura a la obra, que el canto y la danza popular se roben el escenario, y que la chicha y el vino tinto sirvan de clausura para la velada.