Sexo y drogas: la migración colombiana vuelve a desnudar la discriminación de los chilenos
[caption id="attachment_22438" align="alignleft" width="300"] Foto: Camila González / Revista Necia[/caption]
La migración colombiana en Chile ha presentado un incremento importante en los últimos años, sobre todo desde que nuestro país se sumó a la lista de países receptores de migrantes. Ya en 2012 se transformaron en el segundo grupo de extranjeros con mayor presencia en Chile después de los peruanos, y desde entonces se ha vuelto más común escuchar por las calles de Santiago el particular acento bien pronunciado que los caracteriza, además de ver con más regularidad a afro descendientes, rasgo que en ocasiones ha puesto en evidencia el racismo latente hacia esa raza que existe en nuestro país.
Sin embargo, en las últimas semanas, denuncias por redes sociales han alertado de supuestos ciudadanos colombianos que hacen uso de drogas de contacto para robar dinero a los hombres y, en los casos más graves, también para abusar sexualmente de mujeres. Estos episodios, aunque han sido aislados, llamaron rápidamente la atención en medios escritos e incluso matinales le han dedicado tiempo a explicar con qué tácticas abordan los sujetos descritos como “de piel morena”.
Si bien estos hechos noticiosos llaman la atención por su inusual y peligroso modus operandis, han sido particularmente dirigidos para aumentar la desconfianza hacia sujetos afro descendientes, lo que pone en cuestión la forma en que operan los prejuicios y como éstos se refuerzan.
Esto se suma además a la construcción del imaginario colectivo en torno a los y las colombianas, a las que muchas veces se les asocia con el mundo de la prostitución, mientras que los hombres son ligados al narcotráfico. Incluso durante estos días, el ex Intendente de Antofagasta, Waldo Mora, generó polémica al asegurar que en la región donde fue autoridad, hubo un aumento en la cantidad de Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) a causa del comercio sexual de colombianas "que dicho sea de paso son muy buena mozas". Dichas construcciones sociales forman parte de un conjunto de prejuicios que, bajo el análisis de los expertos, son fruto del racismo que existe en Chile.
Según señala el Dr. Marcelo Lufín, académico del Departamento de Economía de la Universidad Católica del Norte (UCN) e investigador de la migración en la ciudad de Antofagasta, es necesaria la distinción del componente racial en la comunidad colombiana, “porque en el caso de los estereotipos que se señalan se relacionan más con los afro descendientes”, recalcó el académico, y agregó que “eso más bien es producto, más que de nuestra xenofobia, de nuestro racismo”, indica el académico.
“Siento que la dificultad en general no es con el migrante blanco. Mientras más europeo sea su aspecto, es más probable que se mimetice con nosotros y más rápido es su proceso de integración. En cambio, cuando pertenecen a grupos minoritarios como la población afro descendiente en Colombia, que es una población de resistencia, cuando llegan acá y para nuestros patrones de conducta resultan exóticos. Son mujeres exuberantes, que hablan fuerte y que no tienen problemas en llamar la atención. Lo mismo con los hombres. Son gente que exige derechos, y eso para nosotros son estándares de conducta no esperados porque nos gustaría que fueran más discretos, o más sumisos. Eso levanta resistencias en nuestra sociedad chilena”, asegura Lufín.
El académico de la UCN señala que a pesar de la apertura de nuestras fronteras, “no somos un país acostumbrado a recibir inmigrantes y eso nos hace más reactivos a presencia de personas cuanto más exóticas sean ellas”, y agrega que las denuncias sobre el supuesto uso de burundanga “evidentemente dificultan” la integración de los migrantes colombianos a nuestra sociedad.
“Lo único que hacen esos casos es reforzar estereotipos y los sentimientos xenófobos que algunas personas puedan tener. Y aunque disminuyen los argumentos a favor que uno puede presentar, es importante hacer notar que estamos hablando de casos que no son representativos, ya que causan alarma pública y terminan alimentando todo este proceso de estereotipos. Al examinar las estadísticas de delincuencia, entre el uno y dos por ciento de los extranjeros se ven involucrados en delitos. O sea, la gran mayoría de los delitos no están asociados con ellos sino con los chilenos”, afirma Lufín.
El investigador además recuerda que para visar el ingreso de ciudadanos colombianos se requiere de la entrega de antecedentes judiciales, por lo que los resguardos administrativos a nivel de extranjería para minimizar los casos de personas que puedan realizar actos delictuales.
“No por que sucedan uno, dos o diez casos significa que tenemos una conducta que signifique una amenaza sustantiva. Es evidente que para la persona que es víctima de estos eventos es una tragedia, pero a nivel social eso no necesariamente se constituye en una amenaza real”, concluye Lufín.
Integración desde la sala de clases
Natalia Mazú, socióloga de la Universidad Arcis que desarrolló su tesis sobre la integración de los inmigrantes peruanos y colombianos como actores del movimiento estudiantil, pudo observar las dificultades que afrontan los adolescentes al adaptarse a nuestro país y despojarse de su propia cultura. “Eso significa una dualidad de vínculos porque el objetivos de que estén acá es el surgimiento económico de sus familias”, indica Mazú y agrega que en eso “deben deshacerse prácticamente de todos sus vínculos de origen”.
Si bien en su investigación, la discriminación racial no surgió como un factor preponderante, sí se pudo observar que los migrantes colombianos, sobre todo los que provienen de sectores rurales, vienen a ocupar puestos de trabajo precarizados. Es decir, son considerados mano de obra barata. “Ellos demandan una fuerza de trabajo que no está demandando la mano de obra chilena, como por ejemplo en las áreas de servicio, en empleos domésticos y la población nativa no está cubriendo esos puestos, más que nada por el status social que generan estos puestos”, indica la socióloga.
Este fenómeno, a juicio de la investigadora, está generando nuevos estigmas sociales ya que “con esto hay trabajos para migrantes, se generan barrios para migrantes, y ahí se produce la categorización de que las mujeres son prostitutas y que los hombres son traficantes”, y agrega que en esto ha quedado en evidencia “una falta en la regulación por un lado y de generar políticas sociales para migrantes”.
Mazú asegura que en varias comunas como Recoleta, Independencia y Estación Central, la alta presencia de migrantes ha obligado a reaccionar a las autoridades, pero asegura que “las municipalidades están improvisando y están muy solas en eso”, y agrega que “en los programas de gobierno de los candidatos anteriores ninguno manifestó una postura profunda respecto de esto y de cómo hacerse cargo”.
La socióloga asegura que los episodios denunciados en los últimos días no deben aumentar los prejuicios contra los migrantes. “Así como nosotros repudiamos a los chilenos que violentan el orden social, los inmigrantes también lo hacen porque la mayoría son de esfuerzo, y no se puede categorizar y estigmatizar a la gente porque hay algunos que hacen prácticas anómalas. Evidentemente no son todos los inmigrantes los que caen en ese tipo de conductas y eso se tiene que asumir también a nivel de políticas sociales”, asegura.
Foto: Gentileza de Revista Necia.