Vamos por ahí nomás
El tipo me dice “somos la única compañía telefónica que ofrece el servicio de prepago con internet móvil”, en un español perfecto, superior al de muchos conocidos chilenos y de varios colegas que he conocido en los años de periodista. No me queda más opción que aceptar la compra de un chip de la empresa Vivo, que auspicia a la Selección de Brasil, y que en solo tres días me tiene enfermo con sus mensajes de texto con promociones, ofertas, saludos y demás publicidades. Y no, no soy tan idiota, es que el sistema no me permite bloquearlas. Aunque me soplan que tiene un truco. Igual tan 1.0 no soy.
Lamentablemente el tipo que habla castellano está a la llegada de la tienda y por sorteo me toca un gordo más enorme que yo, que con suerte chapotea el portugués y vuelta con esa costumbre de hablar mal, pero despacio y fuerte, a ver si uno es mago para comprender lo ininteligible. Finalmente salgo de ahí con mi teléfono conectado desde tierras brasileras y con servicio online, algo fundamental para acceder al contrato millonario que me planteara El Desconcierto (ED) para escribir crónicas del Mundial. Será un viaje por seis ciudades, sin escribir de los partidos y todas esas banalidades del 4-4-2, 3-5-2 y el 3-4-3 o los “golpes noticiosos” de contar en “exclusiva” quién será el central derecho o el volante central o el puntero izquierdo, si es que se usa porque muy Sampaoli será pero no es Bielsa. Habemus celularus, habemus dinerus.
Esto sucede en un shopping de la Calle Paulista, algo así como el Providencia nuestro con los bancos, edificios de empresas y los restoranes más bien caros. Llegué acá acompañando a Rigo, un chileno de unos 60 años que vive hace 37 en Brasil y que viene al centro de la ciudad a hacer trámites. Yo lo espero resolviendo el tema del celular y conociendo el sector, aunque sin alejarme mucho o me voy a perder o se perderá el y ahí mismo queda la escoba para luego regresar a Cotia, un municipio adjunto a San Pablo que está a eso de 32 kilómetros hacia el suroeste y que es donde me alojo en la bella y enorme casa de Myrtha, una amiga de mi familia que me soportará los poco menos de dos meses que andaré molestando por acá.
En esa casa que me quedo viven cuatro perros y un gato, aunque de cuando en vez aparece un loro que silba, entra algún murciélago al que le gusta la luz y se pasean a lo lejos unos lagartos, lo último según me cuenta la dueña de casa. Hay también unos zancudos sobrealimentados, aunque ahí se establece el mejor placer del lugar, porque dispongo de una especie de raqueta que atrapa en su encordado metálico al atacante y luego me permite presionar un botón rojo que le descarga corriente las veces que desee. Okey, debo reconocer que alguna vez repetí el ataque eléctrico hasta que salió olor a quemado y el bicho se desintegró. No puedo evitar mi odio a los mosquitos.
Pero volvamos al paseo por Sao Paulo, porque la idea de este texto es contar cosas ciudadanas o si no pierdo el pago. Entonces a la espera de Rigo, que puede ser una abreviación de Rigoberto, pero no lo pregunté, me fui a ver libros e ingresé a la Librería Cultura, donde me quedé demasiado tiempo, porque se trataba de una mega tienda que contenía venta de películas, cd’s de música, vinilos, libros técnicos y de lo que se te ocurra, una sala de teatro, zona de lectura gratuita (puedes tomar un texto cualquiera en diferentes días y terminarlo sin pagar), una cafetería y todo en un espacio con tres niveles de hermosa arquitectura y cuidadoso diseño, donde autoconsultas los precios o puedes solicitar ayuda de vendedores en exceso amables y finalmente llegas a pagar a la caja donde te atiende una veinteañera mulata, de ojos grandes, pelo afro, sonrisa bella, voz encantadora, piel tersa, aroma inolvidable, estilo inigualable, movimientos graciosos... pero no, no me fijé tanto en ella. Salí de ahí con tres libros, aunque tuve que elegir porque no era muy barato comprar los siete que tuve en mis manos un buen rato.
Ahí, ensimismado por la librería, y no por la joven, a la que no me atrevi a preguntarle el nombre para no quedar de viejo absurdo, aunque ella reía gustosa con mis bromas en español y mi limitada imitación del portugués, capaz que había paño por cortar, pero bueno ya fue así que déjate de ser gil, llegó a encontrarme el amigo chileno.
El plan contaba con ir de visita al barrio chino, almorzar por allá y luego ir al Centro Cultural de Sao Paulo (CCSP) para ver si existía la chance de agarrar unas entradas del Mundial. Un par de estaciones y llegamos a la zona asiática, que en el lugar uno ve medio en retirada porque están a cargo de las tiendas los hijos de los hijos de los hijos de los inmigrantes. Entonces hablan portugués mejor que el gordo de la tienda de celulares, pero venden cualquier cosa. Igual te pillas con unos supermercados de productos orientales, restaurantes al paso de comida asiática -donde no se atrevió a comer Rigo- y pequeños quioscos donde venden películas piratas, accesorios de celulares, copias de series manga y hasta imitaciones de la camiseta de la selección japonesa. Creo que debí comprarla, aunque era un asalto por 100 dólares.
Almorzamos un sándwich en una fuente de soda brasilera, frente a una especie de clínica privada pequeña, para luego pegarnos una caminata de unos 30 a 40 minutos hasta el CCSP junto al metro Vergueiro. El paso por el centro de retiro de tickets del Mundial fue en exceso expedito, ya que solamente tres personas más estaban en el trámite. Los voluntarios y voluntarias se mostraban sorprendidas por la baja concurrencia a retirar los ticket. “Esto se puede transformar en un caso si llegan la última semana o los días antes de la inauguración”, comentaba la encargada de los visitantes de habla hispana. Paso sencillo y con una fotografía del armadillo que es la mascota.
Libros en la mano, celular operativo desde Brasil, las entradas en el bolso. Una mañana y tarde -con esto de las distancias enormes- adecuada y de regreso hacia el kilómetro 30,5 de la Rua Raposo Tavares, que es donde me alojo antes del humilde paseo Fortaleza-Brasilia-Curitiba-BeloHorizonte-Brasilia-Curitiba-PortoAlegre-Florianópolis-SaoPaulo-Brasilia-Salvador-SaoPaulo-Brasilia-SaoPaulo, que me depara este viaje mundialista. Igual no es malo, creo, y con plena independencia, aunque atrapado por los petrodólares de ED.