Afirmar versus opinar (en política)
¿Cuándo estamos afirmando algo y cuando opinando? ¿Cómo impacta esto en política?
La epistemología (filosofía del conocimiento: cómo lo obtengo, su calidad y confiabilidad) distingue entre conocimiento científico y conocimiento ordinario. El primero cuenta con evidencias que nos proporciona la ciencia, ya sea formal (matemática y lógica), natural o social. El segundo es el conocimiento de la vida cotidiana, que no cuenta con suficiente evidencia sino que se fundamenta en la experiencia de cada persona. Por ejemplo, una mujer puede opinar que “todos los hombres son iguales” sin presentar evidencia estadística y aún así su opinión es válida y verdadera pues se basa en su vivencia: es verdadera para ella -aunque de manera momentánea- hasta que cambie de opinión, siempre a partir de su experiencia.
Otro ejemplo: si pregunto a un niño pequeño de Santiago cuál es el resultado de la resta cien ovejas menos una oveja, su respuesta obvia será noventa y nueve ovejas. Responde desde el conocimiento científico, en este caso la matemática. Si la misma resta se la formulo a un niño pequeño del sur de Chile que ha tenido la oportunidad de cuidar ovejas, su respuesta podría perfectamente ser: cero. ¿Por qué? Porque está respondiendo desde el sentido común, su experiencia, su vivencia. Ese niño “sabe” que si se escapa una oveja, se escapan todas hasta quedar “cero” y tendrá que ir a buscarlas.
El conocimiento ordinario (del sentido común) nos permite tomar decisiones en la vida diaria y generar aprendizajes personales y colectivos. Pero hay otros ámbitos donde el conocimiento ordinario puede convertirse en un problema, como por ejemplo, en la política. ¿Por qué? Porque ambos conocimientos son diferentes y por tanto, pertinentes en contextos y con fines distintos. En términos simples: el conocimiento científico permite afirmar, el conocimiento ordinario permite opinar. Las personas habitualmente los confundimos y mezclamos indiscriminadamente en nuestras conversaciones, y dejamos que otros también lo hagan. Eso no tiene gran impacto en un almuerzo de domingo con la familia, pero sí lo tiene cuando nuestras autoridades, o los denominados “expertos” en un tema, los mezclan y nos hablan desde uno u otro conocimiento según los fines que a ellos les resultan provechosos, sin advertirnos desde dónde están hablando. Por ejemplo, esto ocurre frecuentemente al debatir temas como la despenalización del aborto, el consumo de ciertas sustancias, la eutanasia, la gratuidad de la educación, la reforma al sistema de AFP, los impuestos y la reforma tributaria, las distintas formas de redactar una nueva constitución, las posibilidades de aumentar el salario mínimo, etc.
En temas político-sociales esta mezcla indiscriminada entre afirmaciones (que sí cuentan con evidencias para el argumento) y opiniones (que no cuentan con evidencia y que por tanto son tantas como sujetos hay) puede resultar peligrosa puesto que al repetir ciertas opiniones una y otra vez se convierten realidades de tipo opinático en realidades estatuidas, demostradas, evidentes, presentadas como “la verdad” siendo que corresponden a “verdades subjetivas” que en esencia son momentáneas , relativas y cambiantes. De esta manera los grupos económicos o políticos (y otros grupos de poder o de presión, como las iglesias) pueden generar falsas realidades a partir de sus opiniones e intereses.
¿Cuándo comienza la vida humana en el útero o podemos hablar de “persona”? ¿Podemos subir el sueldo mínimo sin que tengamos un aumento significativo del desempleo? ¿Tienen las personas adultas derecho a decidir cómo y cuándo morir? ¿A qué edad un infractor de ley es imputable? ¿Es la delincuencia un problema social de causa individual o una situación de violencia estructural de responsabilidad compartida? ¿Es la autodeterminación de un pueblo un peligro para la estabilidad y desarrollo económico de la región? ¿Puede una pareja homosexual criar hijos con los mismos estándares que padres heterosexuales? Son muchas las preguntas que subyacen a la formulación de nuestras políticas públicas o simplemente a la forma en que nos relacionamos todos los días como ciudadanos. Respuestas impregnadas de opiniones y donde, lamentablemente, escasean las afirmaciones.
Existen áreas del quehacer humano, como el arte o la religión, donde no podemos exigir evidencia, demostración o prueba alguna de la calidad de un argumento. Son áreas eminentemente subjetivas que se basan en las creencias de los sujetos, creencias que cambian según el contexto cultural y social (creer que algo es bello o divino). Sin embargo, en otros temas no podemos permitir que los expertos, los políticos, los que toman decisiones continúen manipulando los discursos al combinar lo que está demostrado o puede ser afirmado, con lo que ellos opinan desde su propia experiencia, ideología o intereses. Del mismo modo los periodistas, que por definición buscan ser rigurosos y basarse en evidencias, deben exigirlas a sus entrevistados, pues es nuestro derecho que cuando se afirme algo en los medios cuente con un respaldo que ojalá sea de dominio público, ya sea un estudio, una ley, una estimación estadística, un documento histórico, un registro oficial, etc.
En especial los y las políticos chilenos se han mal acostumbrado a opinar y presentar sus opiniones como afirmaciones. Con el tiempo cambian de opinión y esperan que cambiemos a su ritmo. Nos convencen de que nuestros problemas sociales son este o aquel, que nuestras prioridades-país han cambiado, que está en juego esto o aquello. Cada cuatro años nos convencen de sus logros políticos, que muchas veces no son demostrables pero se presentan como ciertos.
La política es el espacio donde se debaten nuestras aspiraciones como sociedad, cómo queremos vivir y cómo lograrlo, y si bien es un debate sobre ideales y valores donde todos tenemos opiniones válidas desde nuestra vivencia, necesitamos contar en el debate con argumentos y evidencias que circulan en las ciencias sociales: ciencia política, economía, sociología, derecho, historia, etc.
Si fundamentamos el desarrollo social de un país en opiniones, el riesgo de equivocar las decisiones aumenta y el desarrollo humano se entrega a la lotería. El conocimiento científico no tiene por qué ser algo ajeno al ciudadano de a pie: el conocimiento no es para acumularse y girar sobre sí mismo en universidades o círculos de intelectuales, sino para hacerlo praxis, convertirlo en mejor calidad de vida para todos. El conocimiento es libertad.