Cabo Polonio, la meca del hippismo uruguayo
Durante todos los veranos, cientos de turistas peregrinan al parque nacional del departamento de Rocha, al sureste de Uruguay. Intrigados por su mítica playa y la precariedad del pueblo, Cabo Polonio se ha convertido en un espacio de desconexión hippie, de los pocos que hoy salvan a los turistas de la tecnología y sus constantes actualizaciones.
Hace algunos años inspiró el álbum y la canción "12 segundos de oscuridad", del uruguayo Jorge Drexler. En Cabo Polonio, un gran faro declarado patrimonio histórico, con destellos lumínicos cada 12 segundos, marca el ritmo de las noches. Ya es parte importante de la identidad del pueblo, en el que durante el año viven cerca de 80 personas.
Drexler, que compuso el disco en el aislamiento del lugar, aseguró que "se puede obtener una guía de los momentos de oscuridad, y lo entendí en carne propia. El que trabajó en un hospital sabe cuántas cosas aprende la gente en la enfermedad, en el desconcierto. Este es un mundo que nos trata a todos como si fuésemos idiotas, que nos impone la luz constante. Yo aspiro a una vida completa, hecha de luces y oscuridades".
El espacio se constituye a pocos metros de la playa, con improvisados ranchos construidos en madera y alguna que otra instalación hotelera propia de los efectos del turismo. Sin embargo, la naturaleza cultural del Cabo aún no se han visto afectada, sino potenciada por el sincretismo de los viajeros, de todas partes del mundo, que los veranos llegan a dar vida al espacio.
Un punto en el mar oscuro donde la luz se acurruca
Ubicado a más de tres horas de Montevideo, Cabo Polonio no es un lugar seguro para los amantes de la comodidad. Actualmente, es posible llegar al pueblo acercado por una especie de camioneta que traslada a los turistas al aire libre, entre saltos y libélulas, una especie de alta presencia en el pueblo.
Al llegar, unas veinte casas en total dan la bienvenida, muchas de ellas anunciando la venta de provisiones u hospedaje, que varía entre los 10 mil y 40 mil pesos chilenos. Nada barato, en realidad, si consideramos que muchos de ellos no cuentan con duchas ni ofrecen más que un reducido espacio donde dormir. Efectos del turismo, en conclusión, y de los altos precios con los que, en general, cuenta Uruguay.
Además de la bella playa y el carrete nocturno entre ranas -especie protegida de Cabo Polonio- hippies cantores y paraguas, el encanto del lugar es de tipo espiritual, pues el Cabo es un espacio donde ir a vivir intensamente, sin los obstáculos propios de la civilización. Y sucede que, luego del síndrome urbano que puede afectar a cualquier turista al estar alejado de la tecnología, la sensación posterior para el viajero es de calma e introspección. Reflexiones críticas, eso sí, del turismo pachamámico que llega a invadir espacios naturales -física y culturalmente- al son del estilo, la superficialidad y la ignorancia. No faltan.
Bajo las estrellas en una noche de Polonio, o tomando una cerveza a la luz de las velas -porque no se puede de otra forma-, Cabo Polonio ha sobrevivido a la depredación de las empresas desde que fue declarado parque nacional protegido por el Estado uruguayo, algo que como en tantos otros espacios de Latinoamérica no le ha significado mucha protección en lo concreto. Sus vecinos, los pescadores del lugar, se han opuesto sistemáticamente a la instalación de electricidad y resorts que vayan a cortar con el espíritu libre del pueblo, pues ya existe en el Cabo una forma de vivir que prefieren defender y reivindicar. Y eso, más allá de los clichés del hippismo uruguayo, supone una vía de resistencia profunda a las estructuras que merece ser vista, olfateada y escuchada.