Básicamente
He evitado hacerlo, pero mi tolerancia tiene sus límites, y porque también entraña en mí, ese vacío del lenguaje, me atrevo a denunciarlo. Digo, denunciarlo, a falta de un mejor término, sólo para sonar más enfático. Aunque sé que en nada repercutirá ni a nadie afectará, acaso por lo mismo lo hago y no me quiero seguir restando de compartir un análisis. Desenmascarar el lenguaje, o al decir, de Chesterton, hacer que nos quitemos la peluca. Ese epígrafe literal, lo utilizó Bolaño en una de las únicas novelas que refieren directamente sobre Chile. Se suelen usar, en nuestra habla cotidiana, expresiones vacías de todo sentido, como por ejemplo, decir: básicamente, para referir a algo puntual, y con ese giro creer estar cobrando la atención de los interlocutores. O bien: En estricto rigor (ojo con esa connotación de rigurosidad) apelando a una aseveración fundamental, pero en cambio, establecer una formulación que es producto de una falsa precisión y cuidado, cuando es justamente de lo carecemos Chile: rigor, por ejemplo, para hacer las cosas bien y “hacerlas” a medias. Aunque esta muletilla, advierte que se refiere, también particularizadamente, a algo que debe considerarse como importante. Y la tapamos, o enmascaramos, para hacer como sí, para que parezca que, de un modo cómo. Vamos, ¡si nos conocemos!
A mi mujer no le gusta la expresión, también en tono aclarativo, de “es cuestión de forma y no de fondo”. Por mi parte, cada vez me resulta más repulsiva (otra vez porque no dice nada) que introduzcan con la expresión: ...porque en el fondo. No-dice-nada. Pensemos en un ejemplo. En cualquiera de los que puedan recordar o recrear ahora, o en los que pondrán atención en adelante (luego de esta lectura) y se darán cuenta –in situ– cuando lo estén usando, que sólo busca llenar el espacio previo, presentado como el preámbulo o formulación de algo, que se duda o no se tiene claro, antes de referirlo, y es supuestamente ese prefacio el que ayuda –o cree ayudar– a que en esos segundos se consiga despejar la paja del grano. No se logra, sólo se deja caer la flamante muletilla.
Porque ojo, no está claro, por eso de la diletancia, del “en el fondo” que estemos, con eso, llegando al fondo de algo. Bajo ninguna circunstancia refiere a alguna cosa que en su fin sea así, una idea, un concepto, o peor, otra descripción sobre el mismo tema. Y no un comentario, no una tesis, no el decante de lo que se ha dicho hasta ahora para dar por cerrado el tema. Materialmente ese fondo –que no se enuncia– debería ser algo, dicho a todas luces: como importante. Y no es así. Valgámonos de dimensiones aplicadas al término. Figurativamente, en el fondo, es la superficie donde decanta algo valioso o significativo. Porque, visto así, en el fondo del mar se halla la riqueza marina. En el fondo de una mina, están los minerales, lo valioso, que deberá extraerse para brillar. Por supuesto, en ninguno de estos casos se cumple.
Mala comunicación
A veces pienso, siendo sensatamente crítico (¿se puede serlo de otro modo?) que cuando se afirma que en Chile hablamos mal (cuestión que todo hablante del español, medianamente consciente de nuestra realidad, reconoce que cualquier hermano de la región, lo hace mejor que nosotros, sobre todo en lentitud y modulación) no apunta al cómo, sino al de qué y sobre qué se habla. Me explico: nos comunicamos muy mal. No es que suene mal. No nos expresamos, no elaboramos, lanzamos lo que sea no más, llenándonos de modismos y expresiones que introducen discursos sin elaboración, retórica de cuneta, que sólo vicia el aire ya saturado del pozo sin fondo de nuestra habla. Insisto en esta imagen, porque tengo bastantes registros de casos que evidencian de qué manera, no se encuentra la salida al caos y donde las interpretaciones de lo dicho, no ofrecen una lectura conciliadora, o que al menos convenga a las partes para salir a flote. Nuestra lengua naufraga. Más parecen desechos que van a dar al resumidero. O abiertamente al WC de nuestra habla.
Otra vez el idioma de los chilenos
Recuerdo en otra crónica, El idioma de los chilenos, que apelaba a la ambigüedad e imprecisión de nuestro generalizado abuso del COMO. Ese decir, que algo fue “como”, pero no aludiendo a una comparación, sino que a la representación, incierta o relativizada, de que algo haya sido, ha ocurrido, es o esté siendo. Como que me gusta un poco (¿?) Puesto en la dimensión de lo concreto, se pone al mismo nivel de un “casi”. Y nadie busca decir que algo fue casi. O no al menos queriendo ser tomado en serio. Pero lo hacemos. Como que jugamos con eso.
Los malabares del habla
Estoy estacionado en la intercesión de dos avenidas. Semáforo en rojo. Un joven malabarista (del centenar que en este momento ofrece sus acrobacias en la ciudad), toma tres sillas plásticas de patio y las lanza sobre su cabeza de una en una. Un número que nunca veríamos en un circo, pero que con mucha destreza y, si se permite decirlo, “talento”, las mantiene en el aire, pasando en vilo de izquierda a derecha, por los segundos que restan a la luz. Pienso en esa proeza exagerada de la acción. Mucho talento. Mucha dedicación. Genera una expectativa, por supuesto. Pero evidencia, en su ejercicio, un modelo imposible de limpieza. El acto no falla. Aunque es rústico, descuidado, vulgar. Pienso en una misma situación, pero hecha por un malabarista chino, con sus platillos girando. Ir de allá para acá, para que ninguno se le caiga. Una imagen limpia, angustiante, pero reveladora de un acto significativo como número de acrobacia. Algo nos quiere decir. Algo representa. Algo me permite visionar más allá de la acrobacia misma de mantenerlos todos a la vez girando... Pero no me pasa lo mismo con las sillas. Creo que en esa pequeña muestra, se enuncia lo que decía arriba. Hacemos giros en el vacío. Y no decimos nada. ¿Qué nos queda? Acaso algunas chauchas en las manos. No mucho. Nada.