"El libro vuelve a transformarse en un aporte para una sociedad en movimiento"
Entrevista a Paulo Slachevsky
Por Gonzalo Badal
Nacido en Santiago en 1964, periodista, fotógrafo, incansable trabajador de la cultura del libro y agudo conocedor de las múltiples aristas de la creación y la industria editorial por más de 20 años, Paulo Slachevsky -actual presidente de la Asociación de Editores de Chile-, aborda en esta entrevista el panorama actual del libro chileno y los desafíos de la edición independiente.
Paulo, entiendo que tras algunos años de vida en Francia en tu juventud, regresaste a Chile a mediados de los ochenta, cubriendo como fotógrafo la protesta callejera y las crecientes manifestaciones contra la dictadura militar y, más adelante, a principios de los noventa, junto a Silvia Aguilera, fundas el sello LOM. Cuéntanos primero de tu impresión sobre la precaria realidad del libro por aquellos años, de tus primeros pasos en el oficio de editor y tu vínculo con la escena cultural de la época. En marzo- abril del noventa, al fundar LOM (imprenta y editorial), la motivación central que nos animaba era constituir un espacio para trabajar con el libro y desde allí mantener viva la memoria de aquellos que ya no estaban, sus luchas y anhelos. Después de 17 años de haber conocido la política sistemática del terrorismo de Estado, donde también el libro fue una y otra vez demonizado a través de las imágenes de los allanamientos, la posibilidad de trabajar con este mágico objeto y a través de él contribuir en la construcción de espacios de libertad, de un mundo más justo, se nos presentaba como un desafiante proyecto a encaminar. Sin embargo, a diferencia de muchos otros países, al salir de dictaduras no vivimos el destape cultural imaginado, sino una lenta y temerosa transición, que en sus inicios más que fomentar el librepensamiento, la reflexión crítica reflejada en la diversidad de medios y voces, colaboró con su clausura. Desaparecieron entonces las revistas y diarios de oposición que marcaron los últimos años de los ochenta. Los escasos proyectos editoriales que existían debieron enfrentar en soledad toda la dureza del mercado y la consolidación del sistema neoliberal. Nuestra experiencia tiene la marca de esos años, de la precariedad del espacio cultural. A principios de los noventa el mundo del libro, y no creo aventurarme si digo que la cultura en general, experimentó el tránsito de la dictadura militar a la dictadura del mercado. Y así, es casi imposible aspirar a un verdadero desarrollo cultural. En 1993 se crea el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, el cual buscaba recuperar un rol activo por parte del Estado en la creación, producción y acceso al libro tras haber sido arrasado por la dictadura; comenzaron de a poco a multiplicarse bibliotecas y fondos concursables para alentar la producción local; a la distancia, ¿cómo ves esos primeros intentos por relevar el mundo del libro por parte de los gobiernos de la Concertación en plena tensión de la cultura con el mercado? El tema del libro y la lectura en la postdictadura fue abordado con el sello de la transición, es decir “en la medida de lo posible”. Sin duda fue importante la ley del libro del 93 y marcó el inicio de un lento pero continuo desarrollo de acciones públicas en torno al tema, pero faltó aplicar las energías necesarias para revertir la destrucción que dejó la dictadura. Claramente no había interés en potenciar una ciudadanía lectora, crítica, que se convierta en sujeto de su propia historia. El trato al libro y la lectura, en tal sentido, podría leerse como otra manifestación del sistema político para contener y finalmente relegar la participación social, mandando a casa a toda esa población que se movilizó contra la dictadura. Más aún, el mismo presupuesto del Estado para el libro y la lectura por años se destinó en gran parte a la industria española del libro, excluyendo la edición local, la que sólo podía llegar a bibliotecas a través de las adquisiciones del Consejo de Libro. Por otra parte el Consejo del Libro, como el Fondart, se transformó en un administrador de concursos públicos en materia cultural, haciendo de esto un fin en sí mismo y no un medio para el desarrollo de una política cultural consistente y de largo plazo. ¿Como reconstruir sentidos de comunidad, espacios culturales colectivos, cuando la misma política pública en la materia se reduce a concursos individuales? No es de extrañar que sean tan pocas las editoriales que sobrevivieron y nacieron en los noventa. Con el IVA más alto del mundo, tema que ni siquiera las autoridades aceptaban analizar o debatir; con medios de comunicación y autoridades que sacralizaban el éxito de las cifras y los best seller relegando la poesía, la filosofía y el ensayo; con un nuevo colonialismo que ponía por delante todo lo que venía de la península o de los Estados Unidos; con autoridades que en las raras oportunidades que escribían y publicaban un libro, preferían hacerlo a través de las multinacionales que en los espacios propios, ¿cómo podíamos esperar romper el círculo vicioso para el libro y la dictadura? La Asociación de Editores Independientes surge a fines de los noventa con la impronta de devolverle al libro su valor cultural, su rol democratizador como transmisor de ideas, pensamiento y reflexión crítica; y a poco andar, en plena década del 2000, los editores independientes comienzan a instalar el concepto de bibliodiversidad, entendiéndolo como la diversidad cultural llevada al mundo del libro, ¿cuál es el origen de este concepto y cómo se ha ido aplicando al libro y la lectura? Paso a paso, haciendo camino, fuimos conociendo otros editores y actores del mundo del libro, con quienes compartir los problemas y los desafíos que el libro enfrentaba. Comienza así a surgir un movimiento de resistencia cultural al dominio de las lógicas del mercado en el mundo del libro, como es la edición independiente. Fue particularmente relevante para nosotros constituir una red de trabajo con editoriales de otras latitudes de la lengua, como ediciones Era, Trilce y Txalaparta. El año 2000 organizamos, en el salón del libro de Gijón, el Primer Encuentro de Editores Independientes de Iberoamérica. Ese año, siete editoriales chilenas fundamos la Asociación de Editores Independientes de Chile, la primera asociación de su tipo en el continente, y desde sus inicios pusimos el énfasis en la necesidad de generar una política pública en torno al libro y la lectura. En el 2001 participamos en el Primer Encuentro de Asociaciones Profesionales de la Cultura en Montreal, y en octubre de ese año nos hicimos parte de la constitución de la Coalición Chilena para la Diversidad Cultural, la que, como editores, nos tocó presidir los primeros cuatro años. Estos hechos marcaron la conciencia y compromiso con el desarrollo de las expresiones culturales locales, con la lucha contra la concentración en el campo cultural, con propiciar un intercambio cultural de múltiples vías, con la necesaria articulación de políticas públicas y la acción de la sociedad civil para desarrollar la cultura y devolverle todo su sentido liberador. Esta ha sido la ruta que ha hecho y marcado la Asociación de Editores, que al poco andar integra a muchas otras editoriales independientes y universitarias y pasa a llamarse Editores de Chile. En la acción local concreta, ha impulsado la elaboración de la propuesta de una política de Estado para el libro y la lectura, entendida como una estrategia sistémica qua a través de diversas medidas, busca abordar el tema del libro y la lectura en toda su amplitud y complejidad, propiciando su democratización. Entonces también surge el concepto de Bibliodiversidad, asociación de palabras propuestas por los editores de RIL, aplicando al mundo del libro la diversidad cultural. El derecho mismo a la diversidad cultural es consagrado en una Convención de Unesco, en cuyo proceso de elaboración, aprobación y ratificación participa fuertemente el movimiento de coaliciones para la diversidad cultural. En ese sentido, hoy, a pesar de la globalización, la enorme presión del modelo neoliberal por la rentabilidad y las dificultades para la creación, edición y circulación del libro, se observa una prolífica producción de libros de literatura, ensayo, fotografía y todo orden de temas. ¿Cómo ves el panorama de la edición independiente local y sus nexos también con redes internacionales? No es de extrañar que en paralelo a un despertar de la sociedad chilena, fenómeno que toma toda su fuerza con el movimiento estudiantil del 2011, se multiplican las editoriales independientes y las iniciativas en torno al libro y la lectura. Una nueva generación, sin miedos, viene a recuperar el sentido de lo público, lo colectivo, lo creativo, y en ello desde el mundo del libro hay mucho que decir y hacer. Vuelve el libro a transformarse en un aporte, un alimento para una sociedad en movimiento. En tal sentido creo que vivimos momentos esperanzadores, y por ello es más importante que nunca reforzar ese lento y continuo crecimiento del accionar público en torno al libro y la lectura, impulsando la aplicación de la aprobada pero nunca implementada Política Nacional del Libro y la Lectura del año 2006, ello evitaría que esta situación no sea un simple “veranito de San Juan”. Y estos cambios que vemos en Chile, también se están dando en otros lugares; el movimiento internacional de editores independientes va a su vez fortaleciendo los espacios de trabajo conjunto, como es la Alianza de Editores Independientes. Dentro de la cadena de valor del libro, las librerías y bibliotecas juegan un rol central; en contraste, la tecnología y el libro digital parecen permear y suplir esta condición o etapa esencial del acceso al libro y la lectura. ¿Cuál es tu visión en este sentido, cómo están experimentando los editores el tema del libro digital? Desde hace un tiempo vivimos en un clima de tecno utopía, llevado a un extremo en nuestro país, que pone el énfasis en la conexión, en los equipos y la tecnología, dejando en un segundo o tercer lugar el papel que nos cabe como sujetos y como sociedad en este nuevo contexto. No tiene mucho sentido tanta conexión para luego ser simples consumidores y/o receptores de la creación de los países del norte. No es casual que Estados Unidos en estos últimos años ejerza una enorme presión para que los países adopten políticas muy represivas en torno a la propiedad intelectual, por ahí pasa gran parte de las riquezas del mundo de hoy. Desde el sur, el desafío que tenemos es acceder a las tecnologías como actores creativos, como productores, y ello va de la mano con el fortalecimiento de una sociedad de lectores, ciudadanos con capacidad crítica, creativa, que sean capaces de comprender para recrear y transformar el mundo. Desde Editores de Chile, estamos convencidos que es necesario complementar y articular el desarrollo del libro en sus formatos tradicionales con lo digital, uno no remplaza al otro. Igual que a nivel cerebral, escribir a mano activa otras redes neuronales que el escribir en un teclado, leer en pantalla no es lo mismo y no potencia las mismas capacidades que leer un impreso en papel. Estamos desarrollando iniciativas en el ámbito del libro digital, buscando también que esto no sea a costa de la frágil cadena del libro, lo que potenciaría una concentración aun mayor a escala planetaria, como se da en la industria del software y la web. Propiciamos una legislación en torno a los derechos de autor considerando los diversos derechos involucrados, los del creador como también los de la sociedad toda, para acceder al conocimiento y a la libertad de expresión, poniendo por delante el derecho a la vida y a la cultura, y no el derecho a la propiedad. Sólo para confirmar los problemas estructurales que enfrenta el libro y a lectura en el país, un estudio reciente de un organismo internacional sobre gastos públicos en latinoamérica en diversas áreas expresa que Chile gastó el año pasado en armamento, vía Ley reservada del cobre, la friolera de cerca de 5 mil millones de dólares, en contraste con los no más de 100 millones de dólares destinados a la cultura. Entiendo que en forma conjunta, la Asociación junto a la Furia del libro y la Cámara, han entregado una carta a los candidatos a la presidencia; más aún, participaste en una reunión con la gente del comando de Michelle Bachelet, cuéntanos ¿cuáles son los ejes y principales temas de política pública que esperan aborde el próximo gobierno, qué respuestas concretas han obtenido en esta línea? Muchos lo han dicho una y otra vez, claramente para los gobiernos parece que es más importante gastar en armas y seguridad que en libros. Otro mundo viviríamos si esos recursos se destinaran a educación, salud pública y cultura. Como lo señalamos en la carta de Editores de Chile, la Cámara de Libro y Editores de la Furia a los candidatos a la presidencia, y en las reuniones que sostuvimos con varios de ellos, para muchos de los desafíos que tenemos como país, tales como reducir los niveles de la desigualdad, trasformar el sistema educacional, lograr una mayor participación ciudadana y fortalecer la democracia, el libro y la lectura tiene un papel transversal. En el mismo sentido aceptamos también la invitación de la comisión de cultura del Comando de Michelle Bachelet, donde luego de la discusión e intercambio entre diversos representantes del mundo del libro y la lectura, me correspondió redactar la propuesta participativa del área. Bueno, esperamos que los desafíos en torno al libro y la lectura, como de la cultura en general, estén realmente presentes en los programas finales; que la cultura no sólo sirva para vestir las campañas electorales y no quede ausente de los debates presidenciales, como fue el caso en las primarias. Y esto no se trata sólo de una mayor asignación presupuestaria, o de responder a una u otra demanda del sector, sino de darle toda la relevancia política que tiene la cultura como factor de desarrollo del país y sus ciudadanos. Es hora de que presenciemos una efectiva voluntad política en torno a estos temas, lo que contribuiría sin duda “a construir un país más fraterno, culto, creativo, vivo y diverso; una nación más justa y digna, donde se refuercen los sentidos de comunidad”, como lo señalaba el informe de PNUD 2002: para nosotros los chilenos es un desafió cultural.