Pepo, el penquista más famoso del mundo, vuelve a dejarnos ¡Plop!
Pepo es de Conce y Viborita son dos obras recientes, de aparición casi simultánea, que rescatan la trayectoria del dibujante Pepo (René Ríos Boettiger, 1911-2000). Luis Yáñez Morales y Claudio Aguilera Álvarez, respectivamente, son los autores-compiladores. Ambos periodistas, esmerados investigadores y promotores conscientes del patrimonio cultural. Los dos libros cuentan con atinadas y documentadas presentaciones de Claudio Aguilera –“penquista y pepólogo” según el libro de Conce- y una cuidadosa presentación editorial. Tuvieron, además, la colaboración de la familia de Pepo, de sus memorias, fotos y originales.
[caption id="attachment_356146" align="alignnone" width="526"] Pepo[/caption]
Los puntos de encuentro entre los dos libros pueden ser obvios, considerando que hay aspectos ineludibles de la vida, iconografía y obra de Pepo a los cuales, lógicamente, ninguna de estas publicaciones podía renunciar. Sin embargo, son libros muy distintos que producen una sinergia virtuosa que contribuye a completar la figura de René Ríos. El énfasis particular de cada uno nos entrega, por un lado, una legítima y oportuna reivindicación local de Pepo y su obra, valorando especialmente a Condorito; y, por otro, una lectura específica que pone el acento en el halo cosmopolita que connota otro de sus personajes, Viborita.
La reivindicación local del “penquista más famoso del mundo” ha sido liderada por Yáñez, quien impulsó la campaña Pepo es de Conce en un momento en que se divide la Región del Biobío al crearse la del Ñuble. Esto implicó que los grandes personajes históricos nacidos en la región quedaron en Chillán (Bernardo O’Higgins, Claudio Arrau, Marta Brunet, Violeta y Nicanor Parra…) y Concepción no ha rescatado a los propios. Esta necesidad simbólica la detectó Luis Yáñez con perspicacia y justicia al “devolverle” a la ciudad una figura que no había sido reivindicada localmente con toda la fuerza que merecía: Pepo, el autor de Condorito, es de Concepción. El libro se detiene en el origen, de René Ríos; destaca el aporte de la familia Ríos a la región, recorre sus barrios, las casas de infancia, la universidad de sus primeros estudios. Yáñez escarba en la biografía del artista, sin olvidar su faceta de dirigente gremial de los dibujantes. También está la presencia ejemplificada de Conce en las historietas y el origen de Pelotillehue. Además, asume la historia oficial sobre el personaje más célebre de Pepo. ¿Cuál es el anclaje de la memoria y el rescate patrimonial? En primer lugar, que la ciudad haga suyo al personaje y lo sienta parte de su historia local. Aquello puede expresarse desde “marcar” los lugares significativos hasta un museo sobre la figura y obra. Para el recuerdo cotidiano, Yáñez tiene una queja –exige una explicación– que se convierte en propuesta: en Concepción “no hay ninguna calle, pasaje o avenida que recuerde su nombre, ni una placa en el lugar donde llegó al mundo, ni una estatua de él o de Condorito, que le recuerde a los penquistas quién era este verdadero genio de la ilustración”. Nunca es tarde (recuerdo una manifestación en San Miguel con carteles que defendían a Condorito).
La connotación cosmopolita de la obra de Pepo la encuentra Claudio Aguilera en Viborita. No obstante el conocimiento en el extranjero que logró Pepo gracias a Condorito, paradójicamente uno de sus personajes que tuvo menos salida internacional es el que concentra elementos más interesantes –y vigentes– para una discusión cultural sobre ilustración humorística y género que traspasa nuestras fronteras locales. Discusión en curso, hoy más que nunca.
En las diversas representaciones sociales de la mujer en el humor gráfico, Viborita es un estereotipo especial no solo como figura, ícono, sino por su carácter, la conducta psicológica que el autor le asigna al personaje: tiene lengua de víbora, venenosa. Según Pepo, “una bruja gentil, de labios pintados, que sabe pinchar a cada amiga con un alfiler diferente”. Su misión “consiste en sacarle el cuero a las amigas, ridiculizándolas y aguijonéndolas con sus respuestas lapidarias”. Agresividad ingeniosa, competitiva, de dulce enemiga. Pullas bien construidas –con juegos de palabras, ironía y sarcasmo– en la escritura al pie de la imagen. Discursos asignados por un ventrílocuo masculino. No se hablaba de sororidad ni de bullying en esos años (cuarenta y cincuenta del siglo pasado) cuando la congénere es una rival adorable y los temas que provocan la insidia son la edad, el peso, la moda, la autoestima. Viborita es una niña bien que se porta mal, luciendo una frivolidad de clase; de pituca liberal, indolente, que mantiene un discurso con más arrogancia que sumisión en un sistema en que la mujer ninguneada sale a competir por los espacios públicos. La chispa maliciosa de Viborita es admirable y en ello radica su comicidad, que es principalmente verbal. (Tanto así, que pudo ser representada en la radio en la voz de la admirable actriz Shenda Román).
Virtuoso con el pincel, Pepo da forma al personaje habitualmente en escenas de diálogo. De pelo corto, a veces masculinizada, con pantalones, fumadora, compartiendo un trago. Desafiante. Emancipada. Elegante y occidental europeizada. Claudio Aguilera, junto con abordar la genealogía del personaje, hace una lectura fina de las imágenes, del contexto y las habilidades de Pepo; por ejemplo, en la recurrencia a la moda que mantiene muy chic a su personaje y amigas que “aparecen siempre ataviadas con trajes, sombreros y guantes impecables, muchos de ellos atribuibles a algunos de los diseñadores más importantes de aquellos años, de Coco Channel a Christian Dior, de Elsa Schiaparelli a Givenchy. Tampoco escasean los accesorios como bolsos de mano, pañuelos al cuello, zapatos de altísimo tacón, pulseras y collares, paraguas para los días de lluvia, gafas para los días de sol”. Pepo estaba al día no solo de las chicas de Divito sino también de las revistas magazinescas, de moda y espectáculos como Ecran y Eva. Entre sus modelos, sugiere Aguilera, están las estrellas de cine de la época (Ava Gardner, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe, Joan Crawford) que contribuyeron al imaginario de la mujer fatal. Hermosa e insinuante, de agresividad inteligente, Viborita deja a los machos fuera de la viñeta. El hombre es un lector que se transforma en “un voyerista que se asoma justo en el momento en que la protagonista sale de la ducha, se está vistiendo o desvistiendo”; pero eso era lo de menos en Viborita porque su encanto está en ese glamour que construía Pepo en sus diálogos, íntimos, solo entre mujeres.
Condorito y Viborita permiten revisar paisajes sociales muy diversos, de la marginalidad y la clase alta, de la provincia y la capital, de un Chile que persiste en sus desigualdades donde la generosidad y la competencia coexisten en la sociedad y se reflejan en el humor gráfico y en el arte en general. Por ello, es muy pertinente el prólogo de Aguilera que recuerda la presencia de Condorito en las manifestaciones sociales: “dibujantes anónimos lo pusieron en los carteles de las marchas pidiendo un país más justo”. También en Concepción, porque “Pepo es de Conce”.