“Vaquita”: el quiltro símbolo de la primera línea en Antofagasta
El Vaquita está echado a un costado de la vereda. Duerme o al menos, descansa bajo la sombra que proyectan los muros de los edificios del Paseo Prat. De pronto, levanta las orejas y abre los ojos, dos esferas café apena visibles entre las manchas negras que le cubren la parte superior de la cabeza, como un antifaz… como una capucha. Algo ha escuchado u olido. Algo ha llamado su atención y sin más, se levanta, se sacude y enfila rumbo al Mercado Central de Antofagasta, con la cola erguida, moviendo sin esfuerzo sus 45 kilos.
Cuenta la leyenda que el 3 de enero, una “marcha falsa” logró llevarlo desde la Plaza de la Revolución hasta una clínica veterinaria para que luego de varios días en que este perro callejero evitó su captura, recibiera el tratamiento adecuado a las heridas que presentaba en una de sus patas posteriores producto de perdigones disparados por Carabineros.
La verdad no fue tan romántica, pero tuvo el mismo final feliz.
¿Por qué este hecho llamó tanto la atención de los medios y el público en Antofagasta, buena parte del país e incluso, el extranjero? Este mestizo de color blanco y manchas negras en todo el cuerpo, es uno de los personajes habituales de las marchas y manifestaciones que se llevan a cabo en la ciudad, convirtiéndose poco a poco, en un ícono del estallido social, llegando a ser comparado con el legendario Negro Matapacos y el Rucio Capucha por su fidelidad con los manifestantes y la primera línea, y su arrojo al enfrentarse a la policía. Pero Vaquita no resiste comparaciones: cuando intentaron colocarle un pañuelo rojo al cuello, reaccionó arrancándoselo de las manos a la persona que quería ponérselo y huyó con él en el hocico. Por supuesto, nadie pudo alcanzarlo ni menos, detenerlo.
Callejero y combativo, dándole la pelea a los pacos
“Es un perro revolucionario. Cuando la marcha avanzaba, el Vaquita se iba con ella. Era difícil capturarlo porque cuando sentía que lo querían atrapar, arrancaba o reaccionaba de forma agresiva”, cuenta Luz Echanez, que junto a Leslie (dos comprometidas animalistas) fueron las organizadoras de la “marcha falsa” que pretendía dirigir al can a la clínica Darling Vet para curar sus lesiones. Finalmente fue sedado en la misma plaza por la doctora Bárbara Huerta y trasladado para recibir atención médica.
El diagnóstico no era el mejor. “Tenía una herida en la zona posterior, en el miembro derecho. El tejido estaba muy inflamado, su pata era del doble del tamaño de una pata normal. Hicimos aseo quirúrgico, sacamos el tejido necrótico y pus para reducir la inflamación producto de la entrada del proyectil, pero en ese momento era imposible para nosotros saber si había un perdigón o no, lo que se confirmó en una segunda cirugía que se hizo en el PET (Programa de Esterilización y Tenencia Responsable de la municipalidad). Si hubiera pasado más tiempo, es probable que hubiéramos tenido que amputar”, señala el veterinario Alberto Oviedo.
Vaquita ya era conocido en Antofagasta antes del estallido, sobre todo por animalistas y jóvenes universitarios. Apareció en el Balneario Municipal hace unos cinco años, junto a su hermano. Luego que este murió, migró al centro de la ciudad, frecuentando lugares como el bandejón central frente al mall, el puerto, el Terminal Pesquero y el Mercado Central.
Sebastián y Angie, dos estudiantes de la Universidad Católica del Norte que también han participado de las manifestaciones desde su inicio, recuerdan haberlo conocido en las inmediaciones del centro comercial. “Ahí le hacía cariño –dice Sebastián– y cuando empezó el estallido, caché que esta era el perro que iba siempre a las marchas. Igual, fue loco cuando lo llevaron al veterinario y se convirtió en noticia nacional porque quedó instaurado como otro perro más de la lucha, de la revolución, que está ahí siempre con nosotros, dándole la pelea a los pacos”.
Es tal la pasión de Vaquita por acompañar a los manifestantes que el 31 de octubre pasado recorrió los 10 kilómetros que separan el Balneario Municipal de la playa Trocadero, en el marco de la “marcha más larga”. Luego, nadie volvió a verlo por varios días, hasta que después de una intensa búsqueda, apareció en las inmediaciones de un supermercado en Avenida Pedro Aguirre Cerda, pero fue imposible subirlo a la camioneta en la que Luz, Leslie y otros animalistas fueron a buscarlo. Solo regresó al centro de la ciudad cuando un estudiante se lo llevó… caminando de vuelta otros 10 kilómetros.
“Yo le llevó agüita a él y a otros perros que nos acompañan en las marchas. Una vez lo vimos recibiendo el chorro del guanaco y el Vaquita no se movía, dejaba que le llegara el agua. Él es un quitro y siento que la mayoría de los que vamos a las marchas nos sentimos identificados no tanto por el hecho de vivir en la calle, sino que por el esfuerzo que hacemos. También el pueblo es quiltro, por eso creo que la gente ve al Vaquita y lo ama de inmediato”, dice Angie.
“La primera vez que le llegó un perdigón, todos dimos la cara por él, lo tomamos, los sacamos de la línea para curarlo, tirándole cosas a los pacos para que se alejaran”, relata Sebastián. El doctor Oviedo coincide con Sebastián, en que junto al perdigón más reciente había otra herida anterior anterior, “probablemente de un perdigón que no alcanzó a penetrar en la piel”.
Vaquita pasó de convertirse en un abandonado cualquiera a una especie de celebridad. Hasta hoy, se encuentra en el PET municipal. Aunque la mejor opción para él sería un hogar, el intento ha fallado muchas veces. “Es imposible adoptarlo” asegura Luz, “se arranca, hace tira las puertas. A la primera oportunidad que tiene, vuelve a la calle”.
Pero esta fama tiene sus costos. Luz reconoce que “es bueno que los animales sean reconocidos sea cual sea el motivo. Sin embargo, varias personas me han comentado que temen que como el Vaquita se ha hecho tan popular, le hagan daño. Si al perro le pasa algo, va a sufrir el pueblo, la primera línea y los animalistas, pero no podemos tenerlo encerrado. Es un animalito libre: él está donde quiere estar”.
Los otros perros revolucionarios
Vaquita es el más célebre, pero no el único quiltro revolucionario. Los manifestantes y animalistas reconocen al Orejón, el Blanquito, el Pillín y al Negro. El primero, ya ha debido ser atendido en Darling Vet por los efectos nocivos que le han provocado las lacrimógenas en su organismo.
“Desde el día uno que hemos estado con los perros de la calle. Leslie trajo como tres veces al Orejón, uno de los compañeros de Vaquita que se vio afectado por las bombas lacrimógenas –acota el doctor Oviedo–. Tenemos que recordar que un perro tiene el olfato mucho más sensible que un ser humano. Para ellos una lacrimógena es un traumatismo increíble a la nariz, por eso llegan tan mal”.
Los agradecimientos se multiplican para la labor del PET municipal y de la Clínica Veterinaria Pequeña Sasha, atendida por la doctora Giglia Pinasco, por su compromiso en el tratamiento y recuperación de los animales afectados por la acción policial en las manifestaciones. Sin embargo, no todos han contado con la suerte del Vaquita. El Arturito era un perro viejo que ya acarreaba varias enfermedades, pero luego del estallido social, es probable que los químicos usados por Carabineros hicieran empeorar su condición. Finalmente, debió ser sacrificado.
En los próximos días, el Vaquita será trasladado a un hogar transitorio para terminar su recuperación. No cabe duda que pronto volverá a la calle, aunque traten de impedírselo.