Análisis | Movilidades justas II: la potencia ciudadana
Les activistas ciudadanes se caracterizan por su creatividad, capacidad inventiva y productividad. Con frecuencia están varios pasos adelante de la autoridad, y aunque a veces están en la triste posición de tener que reclamar lo mínimo (como el respeto a los derechos humanos), a menudo ocupan su tiempo aprendiendo, investigando y especializándose para generar conocimientos y propuestas en pos del bien común. Una muestra de esto son los Principios para Movilidad Justas, redactados por el colectivo estadounidense The Untokening, y ahora traducidos al español a través de una colaboración con el colectivo chileno New Indie y con apoyo de Muévete.
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Al acuñar el concepto de “movilidades justas”, estos principios le ponen nombre y agrupan muchas de las inquietudes que hace rato nos ocupan a quienes trabajamos por ciudades sustentables e incluyentes.
Primero, la movilidad no es sólo el desplazamiento entre A y B. Ha dejado claro el último año largo con el 18O y ahora la pandemia, en el centro de nuestras vidas esto de poder movernos (o no) de manera libre está condicionado por factores como nuestra clase social, raza, género, sexualidad, etc.
Segundo, entendemos que la movilidad tiene que ver con temas que van más allá del transporte, como la equidad, segregación, y marginalidad; cuidado y vulnerabilidad; participación ciudadana y democracia; y la valoración de la vida de las personas por encima de las ganancias de privados.
Para ayudar a aterrizar estas ideas en los diversos contextos y experiencias de las ciudades de Latinoamérica, este mes nos reunimos personas de toda la región, además de Latinxs en los EEUU y en Sudáfrica, para dialogar sobre qué significan las movilidades justas para nosotres.
Al tratarse de una propuesta amplia reúne muchos temas. En esta ocasión, se destacaron tres: poner a las personas primero; replantear la “seguridad” hacia una perspectiva del cuidado; revisar los términos de la participación ciudadana. Aquí los comentaré en diálogo con el manifiesto “Principios para movilidades justas”.
Se mueven los cuerpos, no los vehículos
Con frecuencia, la planificación del transporte se centra en los vehículos que mueven a las personas, más que en los cuerpos e identidades de las personas que los utilizan. Las personas habitamos la ciudad en diferentes condiciones de comodidad, seguridad, disfrute, velocidad y vulnerabilidad.
Centrar la atención sobre estas diferencias nos permite ver que, cuando se asume un usuario genérico y universal del transporte, nos olvidamos de las necesidades de todas las personas que no encajan en ese molde. Debemos buscar que todes podamos movernos de la manera más digna y gozosa posible, para lo cual es necesario acercarnos a les otres, observar y preguntar sobre las experiencias y barreras que enfrentan al moverse. Este es el primer paso hacia la movilidad con justicia social, pues implica reconocer y honrar la diversidad y la diferencia. Contrario a la especulación inmobiliaria y a las concesiones de autopistas que han fragmentado el tejido social y territorial para el lucro privado, esta perspectiva pone en primer lugar la vida de las personas, y se opone explícitamente al capitalismo y al modelo urbano neoliberal.
Se mueven los cuerpos, no los vehículos, y lo hacen en diversas condiciones. En la Primera Cicletada familiar, inclusiva y segura de Pudahuel (2018) fue prioridad la inclusión de niñes, adultos mayores, y personas con discapacidad. Aquí, pedalean juntes un voluntario y una mujer con discapacidad visual en una bicicleta tándem. Fuente: Archivo personal, Paola Castañeda.
La policía no me cuida: de la “seguridad” al cuidado ciudadano
La justicia en la movilidad va más allá de generar protección de los autos -- implica revisar qué hace que la ciudad sea hostil para diferentes personas y generar modelos de “seguridad” y equidad más allá de (pero incluyendo) la infraestructura.
La desconfianza en la fuerza policial es común a toda la región Latinoamericana, y no sin razón: noticias de asesinatos, detenciones ilegales, violaciones, golpizas, y mutilaciones cometidas en manos de la fuerza pública han circulado a diario en los diferentes países, aberraciones que persisten puesto que la mayoría permanecen en la impunidad. También hay ocasiones en que la policía no llega cuando debe llegar, o revictimiza a quienes han sido vulnerades.
En otras palabras, la policía refleja y reproduce las desigualdades que han llevado a la gente a movilizarse. Por esta razón, no podemos depender de esta institución como funciona actualmente — sin transparencia ni fiscalización efectiva, ni subordinación a autoridades democráticas. Para muchas personas, la policía significa más violencia e inseguridad, situación que requiere reformas importantes como se discute en Chile hoy.
La exigencia es clara: reformar para transformas a las fuerzas policiales militarizadas en servicios que funcionan en un marco democrático y que rinde cuentas a la ciudadanía. Como vemos en su raíz común, el derecho a movilizarse es tan importante como el derecho a moverse. Con ambos derechos vulnerados, es importante poder unirse bajo la bandera común de las movilidades justas para resistir ante los mecanismos de control y vigilancia que coartan nuestros movimientos y movilizaciones.
Movernos de manera libre y justa significa quitarle el monopolio de la “seguridad” a las fuerzas policiales y mirar hacia modelos basados en el cuidado y las políticas sociales, como ya se discutió en una entrega anterior.
Significa rescatar las relaciones vecinales y otorgarle fondos a organizaciones comunitarias pues, como señalaron dos de nuestros invitados, ha quedado demostrado que las personas se sienten seguras entregándose al cuidado de sus vecines, compañeres de movilización, y aquelles con quienes comparten una identidad territorial.
Como hemos explorado en otras columnas, múltiples estudios subrayan el nexo directo entre desigualdad y violencias de diversa índole. Así, numerosas experiencias nos demuestran que, lejos de invertir en guanacos y tecnologías de represión, son las infraestructuras humanas las que permiten el mayor grado de libertad al habitar y al moverse.
¿Quién se sienta a la mesa?
La participación plena en los procesos de planificación es otro de los ejes centrales de las movilidades justas, ya que es indivisible del principio de poner a las personas primero. El transporte suele verse como un asunto técnico que requiere determinada experticia, pero la experiencia del Laboratorio de Cambio Social ha demostrado aquello con lo que partí esta columna: la capacidad de organización, auto-formación y profesionalización de la sociedad civil no debe ser menospreciada.
Fuente: “Principios para movilidades justas
Menos en Chile, donde casi 30 años de movilización en torno a la bicicleta y el transporte sustentable han significado un gran aprendizaje colectivo y sofisticación, de manera que hoy se reúnen voces inter-generacionales, de diversos sectores, y con variados intereses y conocimientos con mucho que aportar.
Sin embargo, no hace falta ser activista o profesional de la movilidad para participar plenamente. Al contrario, el enfoque de movilidades justas nos llama a generar espacios donde más voces puedan sentarse a la mesa y aportar desde toda clase de saberes y experiencias. Las juntas de vecines y organizaciones comunitarias deben poder acceder a los espacios de discusión y toma de decisión sobre los proyectos de movilidad y planificación urbana.
Puesto de manera más sencilla: son las personas que habitan el territorio quienes mejor lo conocen -- aprovechemos el valor de estos saberes para co-crear proyectos de alto impacto social. En las Mesas de movilidad de Renca e Independencia hay luces sobre el tipo de espacios participativos que nutren a las comunidades.
Debe quedar claro que la socialización ex post no es un verdadero espacio de participación. Por otro lado, los usos de “cuotas” de minorías han logrado incorporar a las personas excluidas por el machismo, el racismo y la colonialidad a las discusiones, pero urge ir más allá. Es importante que, además de ser incluidas y escuchadas, las personas puedan ver un cambio positivo en sus condiciones materiales. Como dijo uno de nuestros participantes, “hay que cambiarlo todo”.
La potencia ciudadana: transporte y justicia social
Conforme la inversión pública continúa favoreciendo los estilos de vida de quienes más contaminan, aumentando así la brecha de la desigualdad social, el transporte se convierte cada vez más en un foco de disputa. Aún así, una de nuestras invitadas nos contó que, buscando implementar el modelo de ciclovías recreativas en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), las autoridades cuestionaron, ¿se trata de un proyecto de transporte o de justicia social? No puede, ni debe, ser o lo uno o lo otro. Ya hay herramientas que nos sirven para evaluar el grado de compromiso con la justicia social en la ciudad. Al Balance de Transporte Justo se suman los “Principios para movilidades justas” como insumos para la caja de herramientas que podemos llevar ante las autoridades y exigir movilidad con justicia social.
Ahora que la pandemia nos obliga a re-pensar los modelos de transporte de la ciudad, la pregunta es, ¿servirán para avanzar hacia la justicia social, o para aumentar la brecha que separa a los cada vez más ricos de los cada vez más pobres? Como escribimos en el prólogo a la versión en español de los Principios para movilidades justas: “aquí, donde los movimientos sociales se mantienen firmes de cara a la violencia estatal, urge una coalición en torno a la justicia urbana y de la movilidad; no sólo de especialistas o élites formadas con pensamiento crítico, sino de todas las personas”. La fuerza creativa emana de nuestros cuerpos para transformar la ciudad latinoamericana.
(Ver la primera entrega sobre movilidades justas aquí)
Y para evaluar cuan justo es el transporte en tu ciudad (Chile), PARTICIPA AQUI
Paola Castañeda. Unidad de Estudios de Transporte (Universidad de Oxford); Investigadora asociada, Laboratorio de Cambio Social