Sebastián Piñera. Un balance político
Sebastián Piñera, qué duda cabe, es la figura más relevante de la derecha chilena contemporánea. No sólo alcanzó dos veces la presidencia de la República, sino que marcó la historia reciente del país al convertirse en el primer mandatario de derecha después de Jorge Alessandri Rodríguez y en el líder que en 2009 logró poner fin a los, hasta entonces, ininterrumpidos gobiernos de la ex-Concertación. Su muerte, sorpresiva y trágica, nos obliga a realizar un balance ponderado de su lugar en la política chilena.
Ahora bien, el juicio en torno a una personalidad de relevancia en la vida de un país no puede efectuarse con independencia del proceso político en su conjunto y de los problemas más urgentes que nos desafían. Así, ubicados en ese lugar, es posible iniciar este análisis sosteniendo que su muerte ocurre en un momento particularmente delicado, en el que asistimos al ascenso de derechas autoritarias que, como no habíamos visto antes, se valen de mecanismos formalmente democráticos para dinamitar las instituciones, conculcar derechos y libertades e imponer regímenes que atentan contra consensos básicos que creíamos alcanzados.
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En nuestro continente, por poner solo los ejemplos más notorios, es el caso de Nayib Bukele, de Javier Milei y de Jair Bolsonaro. Sebastián Piñera, habiendo sido un hombre de derechas, no es equiparable a estos nuevos liderazgos y, en estas circunstancias, los matices son necesarios.
Para entrar en materia, es preciso reconocer que Piñera no representaba a toda la derecha y que, a pesar de la alianza política que lo llevó dos veces al poder y que sostuvo sus mandatos, fue un personaje incómodo para el pinochetismo enquistado transversalmente en la derecha chilena, incluida su propia tienda.
Basta recordar algunos hitos de su carrera política que fueron criticados abierta y rabiosamente por buena parte de sus correligionarios: su opción por el No en el plebiscito de 1988, el cierre del penal Cordillera, el reconocimiento de la pasiva complicidad de los líderes civiles de la derecha con las violaciones a los derechos humanos y la firma del Documento de Santiago propuesto por el presidente Gabriel Boric en el marco de la conmemoración de los cincuenta años del Golpe de Estado mientras la derecha entera desplegaba -y sigue desplegando- una política de obstrucción sin tregua al gobierno, son algunos ejemplos.
Por otro lado, Piñera tensionó a la derecha conservadora, a la Iglesia Católica y a los sectores evangélicos, reavivando la pugna entre liberalismo y conservadurismo. Bajo su segundo mandato se aprobaron leyes fundamentales en materia de igualdad de género como el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, proyectos que, si bien venían periodos anteriores, Piñera apoyó pese a la resistencia y rechazo de amplios sectores de la derecha que vieron en esta agenda una traición a sus valores.
Sin embargo, también es preciso señalarlo, el esfuerzo de Piñera por construir una derecha no-pinochetista no le impidió aplicar políticas marcadamente represivas en sus dos gobiernos. La represión desatada contra las protestas estudiantiles de 2011 que, entre otras consecuencias, acabó con la vida del joven Manuel Gutiérrez, la creación del “Comando Jungla” para enfrentar la violencia en La Araucanía, el asesinato de Camilo Catrillanca y la masiva violación de derechos humanos en el periodo del estallido social son muestras elocuentes y suficientes.
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Si bien para sectores de la derecha que consideran que el respeto irrestricto a los derechos humanos es un escollo para garantizar el orden público -y que no habrían trepidado en provocar una masacre invocando razones de Estado- el gobierno de Piñera fue blando y permisivo, lo cierto es que la actuación de las fuerzas de orden en el estallido social dejó como saldo la mayor crisis de derechos humanos que haya vivido el país desde la recuperación de la democracia, y que su propia responsabilidad en estos hechos, dada su calidad de presidente de la República es, hasta el día de hoy, materia a en investigación y debe esclarecerse a pesar de su muerte y de la solicitud de sobreseimiento presentada por su defensa.
Insoslayable también a la hora de hacer un balance de la figura de Sebastián Piñera es la relación entre política y dinero y el grave problema de la determinación empresarial de la política, factor central en el malestar ciudadano y la desconfianza que se fue acumulando por décadas y que estalló abruptamente en 2019.
Ciertamente este problema no se aloja solamente en la derecha, pero Piñera condensa como ningún otro la figura del gran empresario que alcanza la primera magistratura atravesado por conflictos de interés personales -los casos Dominga y Exalmar están ampliamente documentados y lo demuestran- o que gobierna favoreciendo intereses empresariales como ocurrió en la Ley de pesca en la que además se confirmó la existencia de soborno y cohecho.
Pero la relación entre política y dinero no solo debe pensarse a partir de los excesos y abusos, sino también del tipo de hombre de empresa que Piñera representa en un momento en que nuestro país requiere un salto en desarrollo que permita realizar un avance en bienestar para amplias capas de la población. En ese empeño, en que el mundo empresarial debe tener un lugar protagónico, el tipo de negocios privilegiados por el ex-presidente no parecen ser los más alineados con esos objetivos necesarios de alcanzar.
Ahora bien, la búsqueda tenaz de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición y el reconocimiento de la opaca relación entre política y dinero, no debiera impedirnos hilar fino y realizar distinciones necesarias. Sebastián Piñera y la derecha que intentó articular no es equivalente a los sectores pinochetistas transversales de Chile Vamos ni a la alternativa levantada por Republicanos. La derecha no es un campo homogéneo.
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Esta distinción es útil sobre todo para quienes consideramos que nuestra principal tarea en este periodo es impedir el avance de la derecha extrema y el surgimiento de liderazgos autoritarios capaces de capturar el descontento de franjas de ciudadanos desencantados de la política y ávidos de soluciones a sus problemas cotidianos. Basta mirar lo que ocurre en Argentina y El Salvador para calibrar el peligro que enfrentamos y hacer todo lo posible para evitar que en Chile ocurra algo similar. Con esa prioridad en el horizonte, es posible afinar las estrategias y ordenar los juicios, incluidos aquellos relativos a la figura de Sebastián Piñera.
No es exagerado afirmar que la derecha no-pinochetista ha perdido a su líder más importante y que su destino, como sector y como proyecto, dependerá de la determinación y claridad política de quienes se consideran parte de ese esfuerzo. Sin embargo, las señales no son claras. Cada vez que se han cuadrado detrás de Republicanos, y estas ocasiones no han sido escasas, se aleja la posibilidad de que en Chile emerja y se consolide una derecha moderna, genuinamente liberal y decididamente democrática. Por la salud de la política de nuestro país, esperemos que sea una derecha de este tipo la que, finalmente, prevalezca.