Cambalache
Después del “plebiscito de salida”, la confusión de ideas, juicios y conceptos en nuestra conversación política ha sido enorme. Ya la campaña del Rechazo había reemplazado afirmaciones y declaraciones de la propuesta constitucional por juicios especulativos sobre las mismas. La confusión ha adoptado progresivamente un carácter moral, con expresiones aberrantes, como la declaración de Johannes Kaiser diciendo que el golpe de Estado de 1973 fue “justo y necesario”.
Se manifestó también en la inauguración de la Teletón, nuestro Te Deum laico, donde la sociedad chilena elabora sus culpas, dolores y deseos utópicos de integración social. La presencia de la llamada “música urbana” en el teatro Teletón incorporó los valores de la cultura del narcotráfico a la liturgia celebrada por Mario Kreutzberger, donde convergen la caridad popular y los grandes negocios. Es lo que Patricio Navia llamó en Twitter “el modelo que tan bien ha funcionado” en Chile. Modelo que, para alegría de Navia, será defendido en sus bases institucionales por el “acuerdo razonable” de las fuerzas políticas para elegir próximamente una “Convención con bozal y camisa de fuerza”.
La actuación musical de Pailita en la Teletón (“Parcera”, “Na, na, na”) reivindicó la cultura del narcotráfico ante las máximas autoridades nacionales: lujo —autos deportivos, helicópteros, mansiones, marcas exclusivas como signos de identidad—, drogas, armas, machismo, juventud, dinero y poder. Recordé cuando el año 2007 una trabajadora sexual llamada María Carolina ofreció donar parte de su trabajo a la campaña. “Serán mis propias 27 horas de amor”, dijo. Y agregó: "En mi página web va a estar impreso el boleto del depósito, para que la gente no vaya a creer que me voy a quedar con la plata". Olvidando que María Carolina hacía lo mismo que otros empresarios al promover su negocio por medio de una donación con publicidad, Kreutzberger declaró: “Esto podría llegar al infinito y alguien puede anunciar que va a cogotear a cinco personas para donar. Yo no puedo respaldar eso”. Y agregó: “Cada uno puede hacer lo que quiera, pero si alguna persona me dice que hará algo ilegal o vender droga por 27 horas, yo no lo puedo alentar. La Teletón se hace dentro de márgenes legales y morales”.
Con la expresión “márgenes legales y morales”, Kreutzberger trazó una línea roja para separar lo que considera moralmente aceptable e inaceptable. Debajo de la línea quedó el trabajo sexual, junto a los cogoteos y la venta de drogas. Sobre la línea, el resto de los negocios, incluidos los del grupo Penta (socios estables en la campaña y símbolos de la corrupción empresarial en Chile) y, ahora, la cultura del narcotráfico.
Hace unos días, Cristian Warnken, niño símbolo de la campaña de Rechazo —los “niños símbolo” son otra creación de la Teletón— señalaba a la salida de la mesa de negociación del proceso constituyente que en Chile “se está instalando una suerte de dictadura de facto, eso son los caminos populistas”. Con estas palabras Warnken aludía al acuerdo al que estaban arribando los partidos políticos para que el órgano encargado de elaborar una nueva Constitución fuera íntegramente elegido por la ciudadanía.
De acuerdo a los “márgenes legales y morales” propuestos por Warnken es inmoral que la ciudadanía elija a quienes elaborarán una nueva Constitución. La alternativa propuesta por “Amarillos” fue que el Congreso designara la totalidad de las y los constituyentes, pues sólo el Parlamento sería el “órgano representativo y democrático” para adoptar estas decisiones. No tuvieron reparos, sin embargo, para firmar el acuerdo constituyente, a pesar de no estar inscritos en el Servel, ni tener amplia representación parlamentaria como los partidos políticos que suscribieron el acuerdo. El mismo Warnken había señalado: “Somos un partido en formación, no tenemos ninguna posibilidad de elegir convencionales”. Pero “Amarillos” actuó “de facto” como si fuera un partido político más. La línea roja propuesta por Warnken es todavía más confusa que la de Kreutzberger. Como dice el tango “Cambalache”:
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor (...)
Los inmorales nos han iguala'o
Si uno vive en la impostura y otro afana en su ambición
Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos
Caradura o polizón.
Una característica del discurso televisivo de Mario Kreutzberger, a través de su personaje Don Francisco, es que reemplaza toda diferencia política, económica o cultural relevante por distinciones que ensalzan lo pintoresco. No habla de machismo, racismo, clasismo, homofobia o misoginia, los actúa.
Máxima autoridad televisiva en la sublimación de estereotipos, Kreutzberger creó una escuela de animación que no sólo ha copado todos los espacios televisivos con un discurso prejuicioso y obsecuente con el poder económico y político. Su “estilo” se ha propagado a la conducción de matrimonios, festivales y fiestas en oficinas, colegios y universidades. A través de chistes de doble sentido desarrolla un discurso despolitizador que reproduce estereotipos y prejuicios, eliminando toda reflexión crítica sobre nuestras relaciones sociales. Su populismo chovinista e ignorante del aporte que realiza la cultura popular al desarrollo de las ideas, se reproduce en la voz de los animadores del festival de Viña del Mar, los titulares de los diarios, los guiones de programas de radio y televisión, las redes sociales y, a ratos, también en los discursos de la política institucional.
Cuando Cristián Warnken inició en televisión su programa “La belleza de pensar”, algunos respiramos aliviados. Un entrevistador informado que estaba dispuesto a seguir el punto de vista de sus entrevistados. Que no imponía sus categorías de interpretación e invitaba a exponer ideas con libertad para luego reflexionar conjuntamente sobre ello. Una manera ética y estéticamente distinta de hacer televisión. Una forma entretenida de conocer las ideas de personas que mantienen una relación reflexiva con la cultura.
Pero un grupo de jóvenes llamó “amarillo” a Warnken por las críticas que había realizado a la violencia callejera en su columna de El Mercurio. La herida narcisista cambió su tono. Poco a poco comenzó a defender una versión política del mismo discurso populista, chovinista y negador de nuestras diferencias económicas, políticas y culturales que caracteriza a Mario Kreutzberger. Lo hizo a propósito de la discusión constitucional. Warnken, el político, se transformó en la negación de Warnken, el entrevistador.
Argumentó que no era aceptable hablar de plurinacionalidad si podíamos hablar de multiculturalidad, una distinción que, a diferencia de “plurinacionalidad”, no nos interroga por la democratización de las instituciones y las formas de gobierno. Sin distancia crítica, se sumó a la campaña del “rechazo” en la que se proponían nuevos “márgenes legales y morales” al país. ¿Recuerda usted el video de un trabajador sexual que por un “acto de amor” había decidido no demandar a un cliente que le disparó? Lo daban junto al spot en el que Warnken rechazaba la propuesta constitucional de la Convención. Esa Constitución que asignaba expresamente un lugar a la justicia y otro a la solidaridad, sin confundirlas con el modelo de la caridad popular y los grandes negocios popularizado por Mario Kreutzberger. Porque la solidaridad y la justicia estatales se desarrollan por medio de la acción política colectiva, no pertenecen a las contingencias de los mercados del trabajo y las donaciones.
En su libro Contra el fascismo, Umberto Eco identifica el populismo cualitativo como una de las características más repetidas de los discursos y prácticas fascistas. Lo define así: “Los individuos en cuanto individuos no tienen derechos, y el ‘pueblo’ se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la ‘voluntad común’”. Y agrega que hoy se está fraguando un “populismo cualitativo” en los medios de comunicación, donde “la respuesta emotiva de un grupo seleccionado de ciudadanos puede presentarse o aceptarse como la ‘voz del pueblo’”. El pueblo es, entonces, una ficción teatral: “Habiendo perdido su poder de mandato, los ciudadanos no actúan, son llamados sólo pars pro toto a desempeñar el papel de pueblo”.
“¡Y qué dice el público!”, grita Kreutzberger en sus programas de televisión. “Lo que el pueblo quiere”, dice Warnken, para afirmar seguidamente que es necesario proteger a ese pueblo de sí mismo a través de un grupo de “expertos” que decidan por él. Los “sabios de la tribu” les llama, olvidando que su tribu no es necesariamente la de los demás. Pero a él le parece peligrosa la plurinacionalidad. Warnken transforma al pueblo en el público de un espectáculo en el que él es el protagonista. Lo que partió como una defensa del diálogo y la racionalidad termina en la imposición absoluta del punto de vista de los poderosos de siempre. Los mismos que financian a “Amarillos por Chile”. El círculo se cierra sobre nuestro cuello:
Igual que en la vidriera irrespetuosa
De los cambalaches se ha mezcla'o la vida
Y herida por un sable sin remaches
Ves llorar la Biblia junto a un calefón.