Una moneda de dos caras: Pueblo, derrota y advertencia autoritaria en la segunda vuelta chilena
La segunda vuelta fue una derrota estrepitosa para la coalición que llevaba a Jeannette Jara como candidata presidencial, cuestión que de rebote toca también al actual gobierno. No fue ninguna sorpresa que ganara José Antonio Kast. La cuestión era por cuánto podría ganar. Simbólicamente estar sobre 40% aunque sume solo dos puntos más, aminora el desastre, pero sigue siendo un desastre.
Pero ¿cómo podemos interpretar sociológicamente estos resultados? Parto diciendo que esto se puede leer como una moneda de dos caras que condensa la crisis política que vive nuestro país. En una cara observamos la incapacidad de un proyecto de izquierda para convocar a una mayoría social; por otro lado, la emergencia de una derecha que ha realizado un desplazamiento hacia posiciones más autoritarias, pero que ha sabido capitalizar el malestar existente, el cual proviene de la revuelta del 2019. Entonces tenemos que ambas dimensiones no solo coexisten, sino que se explican mutuamente.
Para dar cuenta de esto se podría recurrir a explicaciones que ponen el foco en errores coyunturales de campaña o evaluaciones morales del electorado entre otras, pero creo que eso es erróneo. Es claro que estamos en un giro copernicano de la política, pero como diría un cientista social como Polany, estos giros deben entenderse como respuestas sociales frente a crisis de protección simbólica y material. Cuando esto ocurre, emergen proyectos que prometen orden seguridad y restauración.
Pero hilemos más fino respecto de la campaña de Jara. Lo primero que hay que decir en relación con los resultados es que no se trata simplemente de un rechazo programático, sino que es más profundo. Es la incapacidad de Jara y su equipo, de construir un “pueblo” (Laclau), o sea, un sujeto político amplio.
Hay que entender, con Laclau, que la categoría “pueblo” no es preexistente sino el resultado de una operación hegemónica que articula la diversidad de demandas sociales en una identidad común. En la campaña de Jara existían las demandas, pero no se logró articular un nosotros común.
Lo que se observó fueron tres discursos: i) un discurso técnico-programático; ii) otro normativo de derechos y, iii) uno de carácter moral, pero ninguno se convirtió en un “significante articulador”, o sea, un punto de anclaje que articulará demandas heterogéneas y que diera paso a una identidad colectiva. En palabras de Laclau: un “pueblo”. Lo que se tuvo fue una articulación fragmentada que servía para los convencidos, pero no para construir mayorías.
Años atrás, Lechner nos advertía que no basta la corrección institucional para sostener una legitimidad política, sino que la política debe producir sentido y reconocimiento. Así, grandes sectores no se sintieron identificados con la campaña de Jara porque no veían un proyecto común, solo políticas bienintencionadas, pero alejadas de sus vidas cotidianas. Tampoco se recurrió a los afectos/emociones.
Hay que entender que la política no solo es racionalidad racional o programática, es tener también la capacidad de mover emociones, las cuales sostienen las identidades políticas. Este vacío lo supo ocupar Kast, el cual, con diagnósticos ultra simples, logro activar miedos y certezas.
El triunfo de Kast se puede entender dentro de esta lógica. Lo que se observó, fue la construcción de un pueblo, pero de forma reactiva. Esta construcción de pueblo no está cohesionada en función de un programa transformador, sino en una reacción al desorden, a la inseguridad y a una élite progresista que se evaluó como lejana.
Así, cuando la promesa democrática se percibe como fallida, las articulaciones autoritarias prosperan. De esta forma, la eficacia de Kast no está en la solidez de su programa sino en formular una frontera política y emocionalmente clara, cuestión que las derechas radicales modernas saben hacer muy bien.
¿Qué tareas se vienen? Es claro que algo a dilucidar es si Jara será capaz de alzarse como uno de los referentes de la izquierda, cuestión que es compleja cuando tendrá al frente al expresidente Boric. Por otro lado, hay que evitar caer en la tentación de recuperar rápidamente el poder.
Hay que entrar en un proceso de reflexión sobre lo que significa un proyecto de izquierda después de esta derrota, que, en mi opinión, pone la lápida al proyecto actual de esta izquierda. En el fondo es ver cómo se reconstruye un bloque contrahegemónico. Por lo tanto, se debe realizar un proceso profundo de reflexión que se transforme en un aprendizaje colectivo. Las derrotas pueden ser momentos fundacionales.
Por otro lado, Kast no lo tiene tan fácil. No logró mayoría en ambas cámaras, por lo tanto, esto podría operar como un freno institucional pero también para exacerbar los conflictos y la legitimación democrática. La disyuntiva entonces es moderar su agenda o entrar en una confrontación permanente apelando a la opinión pública.
Por último, puedo señalar que estamos entrando en un momento en que el orden previo ha perdido legitimidad sin que uno nuevo logre consolidarse (Gramsci). Así, la moneda continúa girando. No hay que negar el resultado electoral, sino entrar en un proceso de reflexión para poder comprenderlo.
Ahora, esto no es tarea fácil y tampoco es algo que se puede resolver en tiempos cortos. Es lo que deberán enfrentar aquellos que declaran pertenecer a lo que se denomina izquierda si quieren volver a ser gobierno. Así hay que pasar de una política reactiva tipo Kast a una política inventiva que parte de experiencias concretas para construir lógicas de participación más que de representación y así construir un “pueblo” que los vote.