
Carlos Cabezas y 40 años de música: "Cuando se le pone estrategia a la creación, pierde todo lo genuino"
En una casa comercial de la plaza de Ovalle, donde vendían de todo, como en cualquier negocio de provincia chileno en el siglo XX, había un rincón improbable: discos de vinilo. Ahí un niño Carlos Cabezas encontró el Smash Hits de Jimi Hendrix y el Goodbye Cream. "¿Cómo llegaron esos discos ahí? Son rarísimos. Se producían unos desajustes en la matrix que permitían esos hallazgos, y eso te volaba la cabeza", recuerda el músico. Esa curiosidad de niño provinciano, ese hambre por descubrir lo que estaba más allá de Ovalle, marca hasta hoy su manera de hacer música.
Cuarenta años después de fundar Electrodomésticos, Carlos Cabezas prepara "Mil Cabezas", un show que reunirá el próximo 18 de octubre en el Teatro Municipal todas las vertientes de su carrera: desde los Electrodomésticos con Edita Rojas, Valentín Trujillo y Masiel Reyes, hasta La Banda del Dolor, el proyecto Cordillera, su repertorio de boleros y distintas experimentaciones sonoras. Una treintena de discos, producciones musicales, bandas sonoras y colaboraciones conforman su trayectoria. El premio Pulsar 2025 a Mejor Álbum Rock por Mirar La Luz confirma que sigue vigente.
"La música y el arte transmiten en un espacio, en un plano de comunicación distinto al racional. Esa es la clave de comunicación que tiene el arte", dice Cabezas en esta conversación donde defiende el juego, la intuición y el instinto frente a la sobreintelectualización del arte.
Sobre el legado y los 40 años de carrera
—Con esta celebración de 40 años, la reedición de La Nueva Canción Chilena, la regrabación de El Resplandor, ¿sientes que ya hay un legado establecido tuyo en la música chilena?
Esa es una pregunta compleja. Esas percepciones, esos análisis no le corresponden a uno hacerlos, sino que son perspectivas que se ven mejor desde afuera. Los músicos, los artistas en general, tenemos puntos ciegos con nuestro trabajo, y es bueno que existan. Si uno tiene mucha conciencia de lo que hace, si hay mucha cabeza en lo que crea, la música nace distinta. Cuando se le pone inteligencia, estrategia y astucia, pierde todo lo genuino que tiene el espacio creativo. La música y el arte transmiten en un espacio, en un plano de comunicación distinto al racional. Esa es la clave de comunicación que tiene el arte. Para mantenerlo hay que tener eso alejado. Nunca he pensado en el legado.
El proceso creativo y la originalidad
—¿Cómo haces para seguir renovándose después de todos estos años? Los últimos discos de Electrodomésticos siguen sonando actuales
Manteniendo la cabeza afuera del proceso. Y manteniendo ese espíritu de juego con el que partimos con Electrodomésticos. Lo pasamos bien todos los días juntos. Una pandilla desarrollando un lenguaje, un humor interno, como cualquier otra pandilla puede dedicarse a jugar fútbol. Como aprendimos así, ninguno de nosotros estudió música, hay un espacio mucho más suelto y amplio, basado en esa curiosidad infantil de buscar cosas. Muchas ganas de explorar cosas distintas. Eso me ha llevado a meterme en espacios distintos en términos de lenguaje musical.
—Has desarrollado Electrodomésticos, La Banda del Dolor, los boleros, música para cine. Mantener ese juego permite desarrollarte en distintas vertientes...
Exactamente. En el contexto de la dictadura había un espacio enorme, no había discográficos, entonces todo el mundo se atrevía mucho más. Artistas de distintos ámbitos: pintores, músicos. Arturo Duclos, el diseñador, hizo el primer logo de Electrodomésticos con letra cirílica. Todo el mundo se atrevía. Eso marcó una manera de enfrentar la expresión artística. Te atreves a meterte en música de película, eso te lleva a los boleros, después vienen los covers de Joy Division. Eso amplía el entendimiento de tu identidad musical. Uno al principio tiene una noción estrecha de la identidad musical, que se refiere al tipo de música con el que te enamoraste cuando eras joven.
Pero en esas circunstancias se abrieron mucho más los espacios. Te das cuenta que todo lo que escuchaste cuando eras niño —en las fiestas, los matrimonios, la feria— te queda grabado de manera inconsciente y es parte de tu identidad. No hay que tenerle miedo a eso, te enriquece mucho más.
La democratización de la música
—¿Es más difícil ahora atreverse a cruzar géneros que en los años ochenta?
Ahora está todo mucho más especializado. Cada área tiene su especialización: productores, ingenieros. Nosotros teníamos que hacer muchas más cosas. Había una cuestión de autodidacta que te permitía cruzar límites. Ese chasquillismo al género se potenciaba en contextos tan especiales. Se activaban ciertos instintos de supervivencia, como cuando viajas solo y todos los sentidos están atentos. Ahora está todo más ordenado, más específico, pero hay otras ventajas: la tecnología le da acceso a todo el mundo a tener una expresión musical. Eso no existía antes.
—¿Qué te parece que ahora cualquier persona con un computador pueda hacer música?
Me parece increíble. La música por mucho tiempo estuvo arrinconada en un elitismo, en requisitos de destreza instrumental. Hace 40 años dedicarse a la música era como meterse a un convento. Tenías que desarrollar una destreza en un instrumento, capacidades académicas. Había una idea de virtuosismo que ahora ha ido desapareciendo. La música es ahora una cosa mucho más doméstica. En buena hora perdió esa noción elitista del arte.
El sonido es lo primero que escucha el ser humano en el vientre de la madre. La primera comunicación con el exterior es el sonido del corazón. Es un lenguaje universal y es bueno que se haya democratizado. Ahora, hablar de los contenidos de eso es otro tema, que pasa por análisis más antropológicos, más sociológicos. La típica pregunta sobre la música urbana. Pero que los jóvenes tengan voz, que todo el mundo tenga voz, es importante. Esas diferencias de percepción social son las que producen brechas sociales y problemas sociales.
—¿Cómo te relacionas con las nuevas tecnologías a la hora de componer? ¿Has experimentado con autotune, con inteligencia artificial?
Las sonoridades que busco ya no dependen tanto de la tecnología. Me he acercado al diseño sonoro últimamente, bloques de sonido. La tecnología ayuda, pero ya hay suficiente material y herramientas para perderse ahí sin problema. No hay mucho más, salvo la inteligencia artificial, que es otro mundo.
—¿Te gustaría experimentar con inteligencia artificial?
No me resulta atractivo. Eventualmente puede ser una herramienta en alguna parte del proceso creativo, pero no como fundamento. El temor es que pueda reemplazar a músicos, periodistas. No tengo ese susto. La inteligencia artificial, por muy sofisticada que sea, no va a llegar a la profundidad de la comunicación musical. La música se comunica en otro plano, sensorial, no el plano racional de la inteligencia artificial. Puede ser una herramienta interesante, pero actualmente no me llama la atención.
Los orígenes en Ovalle
—Eres de Ovalle, viviste ahí hasta octavo básico. ¿Qué recuerdos tienes de ese Ovalle y de tus primeras inquietudes musicales como niño de provincia?
Ha sido fundamental haber nacido en Ovalle. Cuando naces en un lugar así, nada está por sentado. Sabes que estás en un lugar remoto y que hay mucho por recorrer. Eso te carga de una energía buena, porque no tienes todo dado como en Santiago. Tienes un montón de cosas menos resueltas, estás en un lugar donde se habla en un lenguaje más puro, más simple, y eso te carga de curiosidad. La Serena ya era como ir a otro mundo. Eso es formativo. Te carga con un hambre, con ganas de comerse el mundo y una curiosidad constante, porque sabes que hay una carencia y que allá afuera hay mucho por descubrir. Tengo muy buenos recuerdos de Ovalle en general.
—¿Qué música escuchabas en esa época que te marcó?
Mi madre escuchaba música clásica en el living, Rachmaninoff. Y en la cocina se escuchaban boleros. Estaban Los Clavos Torcidos, Los Demons, las bandas ovallinas que tocaban en esa época. Era música popular de fiesta, de Año Nuevo en la plaza, en los ferroviarios.
Pero había una casa en la plaza de armas, al lado del teatro, un comercio donde se vendía de todo. Había un sector donde vendían discos y ahí compré el Smash Hits de Jimi Hendrix y el Goodbye Cream en vinilo. ¿Cómo llegaron esos discos ahí? Son rarísimos. Era como las casas de acá, la Faradero. Se producían unos desajustes en la matriz que permitían que llegara ese disco ahí, y eso te volaba la cabeza.
El viaje iniciático a Inglaterra
—Después vino Inglaterra, un viaje iniciático que te mostró que era más fácil de lo que uno cree tener una banda, hacer música...
Jugábamos, ensayábamos, íbamos a la sala de los instrumentos y tocábamos música un rato. Era parte normal de la vida. Pero vi este concierto de Kraftwerk en Hammersmith, con el Computer World. Fueron estos cuatro músicos ahí con sus máquinas, y eso cambió básicamente la idea del protocolo de una banda. Guitarra, bajo, batería. No había batería, porque no había un baterista. Encontrar un baterista con batería era difícil. No había salas de ensayo, nada de eso.
Eso refrescó, amplió la manera de entender un grupo. Pasaban la calculadora en el público, y el público digitaba ahí, en el concierto. A la vuelta de eso, ya no pasé diez años preguntándome si podía hacer esto. Estaban las opciones de hacerlo. Después trabajé en la Torre de Control de aeronáutica, y ahí empecé con Electrodomésticos.
El Resplandor y el trabajo solista
—El Resplandor, tu disco solista, es un hito que quizás no se releva tanto. Recientemente salió un libro de Sergio Cancino sobre ese disco. ¿Qué te provoca escucharlo ahora?
Fue un disco fundamental. Presentarse como solista cambia la sensación de estar en una banda. En una banda eres una voz dentro de una idea colectiva. Plantarte solo en un escenario aumenta la vulnerabilidad, estás más expuesto. Son tus propias ideas musicales. Tiene que haber coherencia, y eso es bueno en términos de exigencia, pero es una carga mucho más grande de enfrentar.
También marca esta idea de colectividad, de trabajo colectivo que nos llevó a armar Constantinopla, el estudio donde se hicieron tantas cosas, donde hubo tantos cruces de músicos, donde esta idea de apoyarnos entre nosotros y buscar espacios autónomos se concretó. Grabé el disco como cuatro años después de instalar el estudio. Obviamente uno instala el estudio para hacer su disco, pero fue tan tremendo lo que pasó ahí que se demoró, pero fue nutritivo por lo colectivo, por todo el espacio que se desarrolló.
La gente esperaba un disco de electrónica. La prensa te pregunta qué pasó con la electrónica. Pero lo que hice salió en forma instintiva, para el otro lado. Hay un lado ahí analógico, de guitarra y rock, que apareció naturalmente y estuvo bueno.
Proyectos diversos y el futuro
—Después vinieron La Banda del Dolor, Los Boleros. ¿Cómo fue proyectarte en esos otros estilos musicales?
Son espacios que aparecieron, muchos en la música para películas, y que generaron curiosidad que se ha mantenido activa. Se expandió porque hay un tema con las discográficas que no publican, hay mucho material perdido de bandas de esa época que no están en las plataformas. El Resplandor original no está en plataformas, entonces decidimos hacerlo como un statement, para recuperar el material de cada uno. Ahora Los Santos Dumont hicieron algo parecido. La industria te abrió espacios para desarrollar distintas áreas, todo se entrecruza, y eso te mantiene despierto y activo.
—¿Qué se viene en el futuro? ¿Algo nuevo con Electrodomésticos?
Hay material esperando que haya tiempo para trabajarlo, cuatro o cinco canciones, pero este proyecto de ahora ha tomado todo el tiempo, la mitad del año. Hay material nuevo, hay ganas de hacer algo con La Banda del Dolor. Publicamos un EP de cuatro canciones y quedó material pendiente. Están esos dos espacios ahí. Se vienen hartas cosas.
