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Folclor, comunidad y fiestas patrias
Foto: Agencia Uno

Folclor, comunidad y fiestas patrias

Por: Belén Fierro Saldaña | 18.09.2025
El folclor es mucho más que una danza o una canción: es una herramienta pedagógica y social que conecta educación física, memoria cultural y ciudadanía (...) resulta urgente que los futuros liderazgos reconozcan la importancia de la educación cultural y física como pilares del desarrollo integral de todas las generaciones. Invertir en estas dimensiones no es un gesto nostálgico, es apostar por un Chile con identidad, cohesión y futuro.

Cada septiembre, nuestro país se viste de fiesta. Las escuelas celebran con danzas, canciones y actividades que permiten a los estudiantes conectarse con sus raíces, mientras las fondas y ramadas en plazas y barrios convocan a adultos y familias a compartir música, baile y tradiciones que se extienden por varios días. Volantines que cruzan el cielo, juegos de rayuela, carreras en saco y el infaltable trompo.

La gastronomía también ocupa un lugar central: empanadas, anticuchos, choripanes, mote con huesillos y chicha en cacho forman parte de un repertorio que no solo alimenta, sino que también reúne en torno a la mesa. En este contexto, el folclor escolar y comunitario no solo es entretenimiento: constituye un espacio formativo y social clave para construir identidad y fortalecer la cohesión social.

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En los colegios, la enseñanza de cueca, tonadas y danzas típicas desarrolla habilidades motrices, coordinación y ritmo, al tiempo que fomenta valores como cooperación, respeto e inclusión. Cuando un grupo de niños ensaya una danza de Rapa Nui, o cuando estudiantes del sur interpretan una pericona chilota, están reconociendo que el folclor es tan diverso como el propio territorio nacional. Estas experiencias no solo transmiten cultura, sino que también enseñan a convivir en la diferencia, a trabajar en equipo y a respetar tradiciones que forman parte de la memoria viva del país.

En la vida comunitaria, las fondas y ramadas funcionan como espacios de encuentro, donde las personas se reencuentran con amistades, vecinos y familiares en un ambiente que combina música, baile, juegos típicos y gastronomía. Allí se mezclan generaciones, aunque no siempre de manera armónica ni constante.

No todos saben bailar cueca ni todos participan en competencias de juegos, pero sí existe un sentido compartido de celebración que rompe, aunque sea por unos días, con la rutina y el aislamiento. Estas fiestas, que muchas veces duran tres, cuatro o hasta cinco días, permiten reforzar lazos sociales en contextos donde habitualmente predomina el individualismo.

Sin embargo, no podemos idealizar sin crítica. En muchas escuelas, estas prácticas quedan reducidas a una actividad de septiembre, más cercana a una obligación festiva que a un componente sistemático de la formación cultural.

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Del mismo modo, las celebraciones comunitarias suelen sostenerse por el esfuerzo de vecinos y organizaciones sociales, más que por un apoyo decidido de las políticas públicas. Lo que debería ser una estrategia nacional de educación y cultura sigue dependiendo de la voluntad popular y de tradiciones que se transmiten con dificultad en un país cada vez más marcado por el consumo rápido y el desapego a lo colectivo.

Hoy, mientras los debates presidenciales concentran la atención nacional, es relevante preguntarnos cómo los candidatos abordan la educación, la cultura y la formación ciudadana. Las decisiones sobre el currículo escolar, el financiamiento de actividades culturales, el fortalecimiento del deporte y la promoción de espacios de participación social inciden directamente en la capacidad de las nuevas generaciones de valorar y preservar sus tradiciones.

Sin un apoyo sostenido desde las políticas públicas, el folclor y nuestras tradiciones corren el riesgo de quedar confinado a una postal de septiembre, perdiendo su potencial educativo y social durante el resto del año.

En definitiva, el folclor es mucho más que una danza o una canción: es una herramienta pedagógica y social que conecta educación física, memoria cultural y ciudadanía. Mientras los debates presidenciales delinean la agenda del país, resulta urgente que los futuros liderazgos reconozcan la importancia de la educación cultural y física como pilares del desarrollo integral de todas las generaciones. Invertir en estas dimensiones no es un gesto nostálgico, es apostar por un Chile con identidad, cohesión y futuro.

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