
Dormir bien se ha convertido en un lujo que no todos pueden permitirse
Soñar nunca había costado tanto…Y sí. No les hablo de viajes en primera clase ni de cenas exclusivas, sino de una necesidad humana esencial como cerrar los ojos y descansar sin interrupciones. En pleno siglo XXI, las horas de sueño digno están definidas por la billetera y el barrio en el que se habita.
Es así como el ultraliberalismo económico postula que bienes sociales como salud y educación dejen de ser concebidas únicamente como derechos universales y pasen a estar apalancadas por la capacidad de pago individual, el descanso también se ha transformado en un bien desigual. Y no basta con tener el favor del tiempo para dormir, se necesita mucho más, por ejemplo, un entorno adecuado, silencio, seguridad y estabilidad laboral.
Quien tiene mayores ingresos puede blindar su descanso con viviendas amplias en sectores tranquilos y con grandes áreas verdes, camas de calidad sin resortes enterrados en la columna, habitaciones aisladas de ruido de disparos y pirotecnias que hoy se hacen costumbre en ciertos sectores o, incluso, tecnología de última clase diseñada para optimizar el sueño.
En contraste, quienes viven con menores ingresos enfrentan jornadas maratónicas, múltiples empleos, turnos nocturnos y hacinamiento, además de condiciones en su barrio-ambiente que erosionan sistemáticamente sus horas de descanso. Dormir adecuadamente, entonces, deja de ser una necesidad básica y universal y se transforma en un lujo social.
El concepto de “desiertos de sueño” lo explica con claridad: barrios periféricos mal diseñados donde el ruido de las calles nunca cesa, la inseguridad obliga a permanecer en alerta y los largos trayectos al trabajo roban horas de descanso; se convierten en espacios donde dormir bien es casi imposible (Attarian, Mallampalli & Johnson, "Sleep deserts: A key determinant of sleep inequities").
Mientras algunos sectores pueden “comprar” silencio, áreas verdes y comodidad, otros quedan atrapados en este vacío de descanso y bienestar. Así, la desigualdad actualmente no solo se mide en salarios o educación, sino también en algo tan fundamental como la posibilidad de cerrar los ojos y soñar.
Como enfrentar un nuevo día si el anterior nunca finaliza, y terminamos encerrados en un bucle infinito de rumeo mental, cansancio, estrés e incertidumbre. Ese espacio donde se aloja un espiral de emociones negativas, ansiedad y malestares sociales.
¿Cómo desconectar el cuerpo de un sistema que no visualiza el descanso como factor de bienestar y mejor productividad? Una sociedad donde dormir bien se ha convertido en un lujo que no todos pueden permitirse.
Si la justicia social busca garantizar mínimos sociales, como acceso al techo, salario y educación, entonces conviene preguntarnos: ¿por qué no incluimos también el derecho a dormir bien?
Porque, al final, la brecha del sueño es una grieta silenciosa en nuestra sociedad que revela con claridad quién goza de bienestar y quién solo sobrevive, si el descanso es un derecho biológico, es hora de reconocer que la desigualdad no solo se mide en dinero, sino también en minutos de sueño robados por la precariedad.