
La Ley de las Mitades en “Cuerpos en la arena” de Ramón Díaz Eterovic
En más de un sentido
el crítico es el investigador y el escritor es el criminal.
Ricardo Piglia.
Cuerpos en la Arena es un conjunto de cuentos que se ejecuta como una seguidilla de levantamientos de historias y sus respectivos cuerpos, tantos materiales como simbólicos, recordándonos la técnica criminalística que se ejerce para retratar la escena del crimen, recortes en el sitio del suceso que despiertan desde el inicio, la atención del lector para insistir en la pregunta oscura o elíptica de abrigar alguna duda como señuelo de algo oculto en cada historia del volumen. Ricardo Piglia decía que el crítico literario se asemeja al detective que tiene que descubrir los entramados de la historia que propone el escritor.
“En más de un sentido el crítico es el investigador y el escritor es el criminal. Se podría pensar que la novela policial es la gran forma ficcional de la crítica literaria. O una utilización magistral por Edgar Poe de las posibilidades narrativas de la crítica. La representación paranoica del escritor como delincuente que borra sus huellas y cifra sus crímenes perseguidos por el crítico, descifrador de enigmas. La primera escena del género en «Los crímenes de la rue Morgue» sucede en una librería donde Dupin y el narrador coinciden en la busca del mismo texto inhallable y extraño. Dupin es un gran lector, un hombre de letras, el modelo del crítico literario trasladado al mundo del delito” Ricardo Piglia (Crítica y ficción, 1986)
Con esta notable idea de Piglia, me he sumergido en los textos de Eterovic, uno de los escritores más destacados de la novela negra, subgénero del policial o neopolicial; autor que exhibe una extensa y sólida trayectoria en Chile y en América Latina en los últimos 38 años.
Retomando los postulados de Piglia, este conjunto de cuentos no solo propone algunas premisas del género, sino más bien, son un conjunto de escenas del crimen, de intrigas que conectan con la cultura local de cierta idea de pueblo chico. Es decir, hay paisajes próximos donde podemos observar el rumor familiar hasta al murmullo del vecindario y los fantasmas que todos hemos vivido en ese paramo del secreto familiar, amoroso, laboral o barrial.
Eterovic, dispone de una genealogía donde sus personajes adquieren cierta dimensión fantasmal. En este conjunto de cuentos el autor cita las pequeñas historias ocultas del barrio, del veraneo en la playa en sepia rural, de las obsesiones inútiles de los recuerdos infantiles del colegio. Aquí no entra el relato hollywoodense espectacularizado de la aldea chica donde los personajes son reconocidos dicotómicamente en blanco y negro (villanos y victimas). El autor opera con el cruce de tradiciones literarias, oteando el mundo de la provincia, el espacio burocrático del funcionario a lo Kafka o el policía del pueblo en el fin del mundo, que está en la frontera del secreto ominoso. Quizás se percibe cierta estética de Twins Pinks (ese pueblo infernal de David Lynch) a lo chileno, donde nadie sabe nada supuestamente, pero como en pueblo chico todos ya lo saben. En Cuerpos en la arena, el autor nos provoca cierta atractiva indolencia de la provincia en un territorio abierto y desolado donde cada uno responde a un papel de la vida que le tocó vivir.

Un asesino a sueldo en un avión al sur del mundo, la condena publica desde un programa radial en un pueblo chico, un policía al borde del abismo que descubre una asesina en aquel recuerdo inútil almacenado en su cabeza obsesiva, o el folletín familiar que expone la ferocidad del castigo publico anteponiéndose el amor filial. En otro vértice, reconocemos el reflejo paranoico de un personaje gestionando una multitud de identidades atrapadas en una casilla de correos. Todas ellas, historias del fracaso, de la ruina familiar, de la envidia laboral o de una ingenuidad infantil que desarma el mundo. Ramón Díaz Eterovic nos introduce no solo en el secreto familiar, más bien realiza un scanner detallado de grupos humanos encerrados, enclaustrados, donde la rutina y la intriga repentina son el único guión posible de seguir.
Por otra parte, insistiendo con Piglia respecto al público de los textos o para quien se escribe, el autor argentino señala: “¿Un destinatario concreto? No creo. Uno siempre escribe para alguien, pero nunca sabe quién es. Aparece quizás un destinatario, un lector, presente en el momento de corregir, una especie de doble social desde el cual se corrige y se reescribe” Ricardo Piglia (Crítica y ficción, 1986).
En ese camino, uno podría pensar que los personajes de Cuerpos en la arena de Díaz Eterovic son una especie de fantasmas que no perciben todavía quien realizó sus propios crímenes. Cuando leemos los textos nos arrebata una sensación de voyerismo policial contado por un narrador próximo, local, a veces sarcástico, otro frío o a la sumo sutilmente comprensivo. Las voces de sus personajes se vuelven susurros en los oídos para entender esa aldea, abultando un crimen imperfecto, cubierto de los prejuicios familiares que lo hacen un secreto precario, pero revelador de cierta identidad o una inquietante epistemología del secreto vecinal, barrial, amoroso y de la plaza pública. Epistemología donde las culturas cerradas habilitan que los secretos tengan larga vida. En ese sentido, el autor opera notablemente la luz tenue en la sombra, como permitiendo al lector la posibilidad de mirar a través de esa sombra, la venganza de una niña castigada por el arribismo social, historia que puede verse como una versión rural del Thriller norteamericano “The Girls Most Likely to…” de Kino Lober (1973) historia de una chica universitaria que cobra venganza de la violencia que vivió en manos de sus compañeros.
En otra historia, esa luz tenue en medio de la sombra recaerá en un personaje bulímico que se alimenta de identidades, fagocitando desde una casilla de correos vidas de otros que él quiere vivir. Díaz Eterovic maneja no solo la intriga o el suspenso en clave neo-policial, gestiona además cierta lectura psicoanalítica de sus personajes, performances de mascaras para el teatro de la conciencia donde navegan.
En este conjunto de historias, el autor nos dibuja asertivamente personajes que se movilizan en historias diseñadas como cajas chinas, es decir, narrativas enclaustradas en el secreto que cada personaje guarda teniendo una parte del relato.
Hay una lectura sobre Edipo Rey de Foucault que me parece altamente pertinente y productiva para pensar las técnicas de investigación criminal o de suspenso que comparecen en este conjunto de cuentos. Foucault señala en su libro La verdad y las formas jurídicas (1978) que se propone demostrar cómo la tragedia de Edipo Rey puede leerse en Sófocles como representativa de cierta relación entre poder y saber. La tragedia de Edipo es fundamentalmente el primer testimonio que tenemos de las prácticas judiciales griegas, señala el autor francés. La tragedia de Edipo es, por lo tanto, para él, la historia de la investigación de la verdad y obedece exactamente a las prácticas judiciales griegas de esa época. Ahora bien, el mecanismo de verdad en Edipo se relaciona con la ley de las mitades. Es decir, el descubrimiento de la verdad se lleva a cabo en Edipo por mitades que se ajustan y acoplan al transcurrir la historia. Ya sabemos cómo Edipo cruzará trágicamente su designio para asumir una verdad ya despojado de su visión. En el caso de Cuerpos en la Arena de Ramón Díaz Eterovic, la ley de las dos mitades se cumple en estos cuentos cuando en algún momento de las historias, los personajes en su insistencia en el juego de la verdad entienden que una parte de la historia se cierra con su mirada. El caso del cuento que da el título al conjunto de relatos se activa solo a través de un momento particular en una cita al tiempo pasado donde se deposita la otra mitad y que, en algún momento, solo fue una imagen fugaz.
Me parece fundamental el tono y la estética de los cuentos que nos presenta el autor, eficacia de la bruma que tapa débilmente lo oculto, del recuerdo, de la elipsis o del excesivo detalle que dibuja la obscenidad de un secreto. En otro sentido, Javier personaje del cuento “Ese otro en el espejo”, opera sobre su reflejo con una melancolía que nos recuerda cierto abandono de su propia subjetividad. En esa perspectiva el cuento se cierne sobre su identidad en franco proceso de destrucción o de cambio. Quizás Díaz Eterovic a través de su narración nos deja husmear sin culpa el personaje que auscultamos morbosamente igual que Javier leyendo las cartas de sus “otros yo”. Probablemente la mitad de la historia donde se concreta el asesinato de sí mismo sea el cumplimiento de un devenir que solo se abrió al arrendar esa casilla de correos un día de invierno.
Finalmente, este conjunto de cuentos en manos de Ramón Díaz Eterovic nos incita a testimoniar desde la soberanía del lector, los posibles juegos de ficción que buscan convertirnos en los testigos del crimen, procedimiento que configura el secreto que todxs guardamos. Quizás cada lector tiene sus propios cuerpos en la arena con la garantía que son singularmente inaccesibles hasta reconocerse en los otros.