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Nadie se salva solo: Colaboración, inclusión y calidad educativa
Agencia Uno

Nadie se salva solo: Colaboración, inclusión y calidad educativa

Por: Cristián Miquel Munizaga | 16.06.2025
Es crítico que los sostenedores, incluida la Dirección de Educación Pública como parte del Ministerio de Educación, sean oportunos en su orientación al sistema sobre la correcta comprensión de qué es el trabajo colaborativo entre docentes, profesionales y asistentes de la educación dentro de las escuelas, orientado a mejorar la respuesta a los desafíos que el sistema enfrenta y también aprovechar las oportunidades que entregan las aulas diversas

A raíz de los efectos de la pandemia y la implementación de la ley de autismo, se han exacerbado los desafíos que enfrenta el sistema educativo para construir comunidades educativas inclusivas.

Durante marzo de este año supimos de casos desafiantes que involucraron desregulaciones emocionales desencadenando agresiones contra docentes, siendo uno de los hechos más notorios el que afectó a una profesora en un liceo de Trehuaco.

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Al respecto, me llamó particularmente la atención una carta al director publicada por La Segunda el pasado 26 de marzo, donde Peter Loch, Director de Fundación Wazu, afirmaba que en lugar de unión y búsqueda de una mejora sistémica, el debate se desarrolló entre bandos. Por un lado los que defendían al adolescente, por otro a la profesora y otros los padres, como si fuera una competencia.

La forma en que reaccionó la sociedad, como lo muestra Loch en su carta, da cuenta de la necesidad de mejorar nuestra aproximación a estos hechos. Lo mejor de la práctica docente en la historia se caracteriza por su realismo y no por un excesivo moralismo, pues es el profesorado el que históricamente ha sido la “punta de lanza” frente a los cambios culturales y los desafíos más profundos de la sociedad chilena.

No nos bastará la “condena enérgica” tan propia del político moralista y bien intencionado pero que no soluciona nada ni cambia la escuela, sino que necesitamos reforzar el rol docente y de la política educativa que buscan entender las aristas de la realidad que se le presenta, para abordarla hacia la mejora.

Frente a esta realidad, es el profesorado en terreno, con las herramientas que entrega el vasto ámbito de regulación chileno, quienes tienen una posibilidad de avanzar frente a estos desafíos pedagógicos y sociales. La visibilización de nuevos grupos de estudiantes es una oportunidad. Estos estudiantes siempre han estado en el aula, pero hoy son entendidos desde otro lente y tienen nombre.

El desarrollo progresivo de la idea de “inclusión” en el sistema educativo chileno puede rastrearse tan atrás como en la Ley General de Educación de 2009. Este paradigma ha tenido una bajada desde la teoría a la práctica que aún está en proceso de concreción en las escuelas. Este proceso es esperable para cambiar un sistema educativo que tiene múltiples desafíos y que requiere de un proceso gradual de cambio cultural.

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Podemos enumerar muchos elementos para la concreción del paradigma de una educación inclusiva, tales como disponer con recursos suficientes para la contratación de profesionales de apoyo específico que complementen el trabajo esencial de los docentes, contar con infraestructura adecuada, disponer de formación continua de profesionales, tener apoyo del nivel intermedio en un rol activo para la gestión del cambio, emitir oportunas orientaciones al sistema, entre otras. Pero en esta columna quisiera hablar de un elemento que es condición para el logro de mejores experiencias de aprendizaje, este es el trabajo colaborativo dentro de la escuela.

Un hito importante para lograr que la inclusión pase de un objetivo general de la política a una experiencia de la escuela, es el decreto Nº 170 de 2010. Este regula la subvención de educación especial, pero también tiene un contenido técnico-pedagógico para avanzar a cumplir el objetivo de una escuela inclusiva.

El “170” continúa el desarrollo del concepto de trabajo colaborativo que es esbozado en otras normas, tal es el caso de la propia Ley General de Educación al declarar que la comunidad educativa es una agrupación de personas inspiradas en un propósito común, y el Sistema de Desarrollo Profesional Docente donde se menciona el trabajo colaborativo en la definición de las actividades curriculares no lectivas como uno de sus componentes de estas actividades, marcando un camino de instalación de la colaboración en el corazón de la escuela de un modo real y concreto, fijando en el 170 al menos tres horas semanales de trabajo colaborativo por curso.

La carta al director que dio inicio a esta columna, finaliza diciendo que para una real inclusión, necesitamos colaboración, capacitación y empatía. En este sentido es crítico que los sostenedores, incluida la Dirección de Educación Pública como parte del Ministerio de Educación, sean oportunos en su orientación al sistema sobre la correcta comprensión de qué es el trabajo colaborativo entre docentes, profesionales y asistentes de la educación dentro de las escuelas, orientado a mejorar la respuesta a los desafíos que el sistema enfrenta y también aprovechar las oportunidades que entregan las aulas diversas, inclusivas y que representan al espectro humano de una sociedad democrática.

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