
Emprender desde la inconsistencia: Juventudes chilenas entre el mérito y la precariedad
Durante las últimas dos décadas, el emprendimiento se ha instalado con fuerza como una narrativa de progreso en Chile, particularmente dirigida a las juventudes. Desde programas gubernamentales hasta discursos educativos, se presenta como una vía auténtica de movilidad social, independencia económica y autorrealización.
Pero ¿qué sucede cuando esta promesa choca con la realidad concreta de miles de jóvenes que, a pesar de sus esfuerzos, siguen atrapados en la precariedad? Para entender esta tensión, es necesario analizar cómo se entrecruzan los discursos de mérito con la estructura social chilena, y cómo el concepto de "inconsistencia posicional" (Araujo & Martuccelli, 2011) puede ayudarnos a desentrañar las paradojas del sujeto emprendedor.
Juventud, promesa y contradicción estructural
En su texto "La inconsistencia posicional", Araujo y Martuccelli (2011) definen este concepto como la situación en la que un individuo ocupa posiciones contradictorias en distintas dimensiones de la jerarquía social.
Por ejemplo, jóvenes con alto nivel educativo pero bajo acceso a empleo formal o estabilidad económica. Esta condición genera tensiones subjetivas y malestar, al contradecir la expectativa de que el esfuerzo y el mérito personal se traducirán automáticamente en movilidad social.
En Chile, estas contradicciones son especialmente agudas en la juventud. Las reformas educativas de las últimas décadas ampliaron el acceso a la educación superior, pero no necesariamente su calidad ni su pertinencia laboral. Al mismo tiempo, el mercado del trabajo se ha vuelto más flexible, fragmentado e inestable. Es en este escenario donde emerge con fuerza la figura del emprendedor joven como modelo de adaptación.
El emprendimiento como narrativa de salvación
Autores como Karina Araujo (2017) han descrito la subjetividad neoliberal en Chile como una mezcla de apegos y rechazos. Por un lado, existe un deseo de autonomía, autorrealización y control sobre la propia vida. Por otro, una desconfianza creciente hacia las instituciones, el mercado y las promesas no cumplidas del modelo. El emprendimiento encarna esa doble condición: se ofrece como herramienta de liberación individual, pero a menudo funciona como sustituto de derechos sociales negados.
La figura del "sujeto emprendedor" responde al modelo de Estado descrito por Bob Jessop (1993) como el "Estado de trabajo asistido Schumpeteriano" (Schumpeterian Workfare State), donde el énfasis ya no está en la protección social universal, sino en la inserción flexible al mercado bajo lógicas de competitividad e innovación. En ese marco, las políticas públicas promueven el emprendimiento juvenil no como elección libre, sino como adaptación obligatoria a un contexto de alta incertidumbre.
El rol del Estado: entre apoyo simbólico y omisión estructural
Como señala Lahera (2004), las políticas públicas son cursos de acción deliberados para resolver problemas públicos. Sin embargo, en muchos casos, las políticas de emprendimiento juvenil en Chile parecen responder más a imperativos simbólicos (mostrar modernización, fomentar la autonomía) que a diagnósticos integrales sobre las necesidades reales de la juventud.
Subirats et al. (2008) agregan una dimensión clave: las políticas públicas deben entenderse como procesos complejos y relacionales, en los que intervienen actores, intereses, saberes y estructuras. Desde esta perspectiva, promover el emprendimiento juvenil sin abordar las condiciones estructurales (desigualdad territorial, exclusión de género, falta de redes) es insuficiente. Más aún, puede reforzar el imaginario de que el éxito depende solo del esfuerzo individual.
Género, territorio y exclusiones múltiples
El documento de Guzmán y Montaño (2012) evidencia que, en América Latina, las instituciones de género son débiles, fragmentadas y a menudo desconectadas de las políticas económicas. Esto tiene consecuencias directas en las mujeres jóvenes que emprenden: enfrentan mayores dificultades para acceder a financiamiento, redes de apoyo y capacitación pertinente. La promoción del emprendimiento sin enfoque de género refuerza brechas históricas.
Asimismo, los jóvenes rurales o migrantes también quedan frecuentemente fuera de los circuitos institucionales del emprendimiento. La visión centralista y tecnocrática del Estado chileno sigue reproduciendo lógicas de exclusión que contradicen el discurso de inclusión emprendedora.
Reflexiones para una agenda transformadora
Si queremos pensar en un ecosistema emprendedor, que contribuya realmente a la movilidad y la justicia social juvenil, es necesario un giro paradigmático.
Debemos tener presente aspectos como superar la mirada tecnocrática de las políticas de emprendimiento y abordar los determinantes estructurales de la precariedad juvenil; incorporar una perspectiva interseccional (género, territorio, clase) en el diseño de instrumentos y apoyos; fortalecer redes de colaboración entre actores estatales, educativos, comunitarios y productivos para construir soluciones contextualizadas; reconocer que el emprendimiento no puede ser la respuesta universal a todos los problemas sociales. No todos quieren ni pueden emprender.
El problema no está solo en la falta de "espíritu emprendedor", sino en la manera en que estructuramos nuestras respuestas como sociedad. Es hora de dejar de romantizar al joven emprendedor como héroe solitario, y empezar a diseñar políticas que reconozcan sus contradicciones, apoyen sus capacidades y transformen sus condiciones de base para que puedan así contribuir a un Chile mejor.