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Chile y el océano: Liderazgo internacional y contradicción interna
Agencia Uno

Chile y el océano: Liderazgo internacional y contradicción interna

Por: Juan Pablo Orrego y Michael Lieberherr | 21.05.2025
El Mes del Mar no puede limitarse a actos simbólicos y discursos vacíos, debe ser un momento crítico para preguntarnos qué futuro queremos para nuestro océano y territorio -maritorio y territorio entreverados indisolublemente- y qué decisiones tomaremos para protegerlo y conservarlo.

Mayo es el mes del mar, una oportunidad para volver a mirar mares y océanos no sólo como paisajes, sino como sistemas vivos que contribuyen a sostener toda la biosfera y, por ende, nuestras vidas. Chile, país de extensas costas por naturaleza, es reconocido internacionalmente por su liderazgo en conservación marina.

Se celebran nuestras áreas marinas protegidas -44% de nuestras aguas jurisdiccionales bajo protección, que nos ubica como el tercer país del mundo en este sentido–, se aplaude nuestra diplomacia ambiental, y se valora que seamos parte de las voces que piden detener la minería submarina antes de que comience.

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Pero mientras todo esto ocurre, al interior mismo de nuestra casa sigue instalada una contradicción que es difícil de explicar: el propio Estado chileno mantiene 408 concesiones salmoneras dentro de parques y reservas nacionales, cerca de un 30% del total de las concesiones.

Los océanos son mucho más que una vasta extensión azul de agua salada. Son uno de los principales protagonistas en la regulación del clima planetario. Generan más de la mitad del oxígeno de la atmósfera que respiramos todos los organismos terrestres.

Son los principales sumideros de carbono del planeta en virtud de la asombrosa biodiversidad que alberga, ya que todos los organismos somos capturadores de carbono en nuestra materia. Las aguas marinas están repletas de microorganismos, bacterias -entre ellas las cianobacterias que son fotosintéticas-, virus y otros. Se estima que en cada litro de agua de mar hay mil millones de bacterias.

Cumplen un rol “metabólico” crucial para el equilibrio, salud y productividad de mares y océanos, similar al rol de nuestra microbiota intestinal en la salud humana. Por entreveramiento sistémico, la salud marina redunda en la salud y homeostasis de los ecosistemas terrestres, generando oxígeno y nubes, por ejemplo, e influyendo directamente en los sistemas climáticos de los territorios continentales e insulares.

Los océanos sustentan también vastas cantidades de macro y microalgas, miles de especies, algunas fotosintéticas, como las diatomeas, de colores y geometrías alucinantes, consideradas como el componente más importante de la bomba biológica de carbono, sumiendo el carbono del CO2 de la atmósfera en su materia. Estas microalgas, con su muerte y hundimiento producen la nieve marina que sustenta la vida en las profundidades oceánicas. Todo natural y virtuosamente interconectado.

Así, los océanos absorben entre un 25% y 31% del dióxido de carbono que emite la humanidad, lo que provoca su acidificación, con complejas consecuencias para la vida marina y terrestre. Su rol potencial para la recuperación del sistema climático es insustituible. Tecnología biosférica, lejos la mejor… Pero no hay océanos plenamente funcionales sin ecosistemas costeros funcionales, y es aquí donde las decisiones internas fallan en nuestro país.

Chile cuenta hoy con más de 1,3 millones de km² bajo alguna categoría de protección marina, una cifra que equivale a más del 40% de su zona económica exclusiva. Esta cifra ubica al país entre los líderes mundiales en conservación marina en términos de superficie. Pero si bajamos la mirada al nivel local, la realidad está lejos de la protección y conservación real. La pesca industrial excesiva está degradando los mares y océanos. La pesca artesanal enfrenta múltiples desafíos. Los casos de sobreproducción en la industria salmonera se multiplican y su invasión de áreas protegidas no cesa.

Un ejemplo claro es la empresa Australis Seafoods, según una investigación de Terram evidenció que entre 2013 y 2024, esta empresa acumuló 92 casos de sobreproducción de salmones por 135.972 toneladas producidas por sobre lo autorizado en los permisos ambientales de 46 centros de cultivo.

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De estos, 35 se ubican dentro de áreas protegidas: 16 en la Reserva Nacional Las Guaitecas y 19 en la Reserva Nacional Kawésqar, en las regiones de Aysén y Magallanes, respectivamente. Sitios prioritarios para la conservación son afectados por la sobreproducción de la industria salmonera, sin consecuencias legales, lo que ha permitido que se convierta en una práctica sistemática.

Más allá de lo legal, el problema es sumamente práctico, empírico. La industria salmonera ha crecido de forma exponencial en los últimos 30 años. En 1990 se cosechaban menos de 50 mil toneladas de salmones al año; en 2023, esa cifra superó las 1.046.000 toneladas (CR2. Marea Roja y Cambio Global, op. cit.).

Este crecimiento descontrolado y desregulado ha traído consigo impactos serios: eutrofización por exceso de materia orgánica y proliferación de ciertos organismos y algas en desmedro de la biodiversidad potencial natural, con disminución de oxígeno en la columna de agua y en los sedimentos residuales que se depositan en los fondos marinos. A esto se suma el aumento de temperatura de los mares, culminando en brotes de marea roja.

La industria produce contaminación con combustibles, aceites, residuos plásticos y otros. Finalmente, se suma entonces la sobreproducción no autorizada y los escapes masivos de salmones, con efectos aún más severos sobre la fauna nativa -y toda la biodiversidad marina entreverada con la terrestre- y los modos de vida de las poblaciones costeras.

Desde hace un tiempo han surgido amenazas a los mares y océanos provenientes desde la minería, partiendo por la disposición de residuos mineros con emisarios submarinos, hasta las proyecciones de la minería submarina. Chile ha tenido un rol relevante en foros internacionales pidiendo una moratoria global frente a esta práctica, que busca extraer minerales del fondo marino con tecnologías aún poco probadas.

Investigadores han advertido que la minería en zonas como la dorsal de Nazca podría provocar efectos catastróficos sobre especies aún desconocidas, sedimentos, y procesos biogeoquímicos claves para el planeta. El océano profundo no es una mina: es un ecosistema marino clave para los océanos y mares en su conjunto, en gran medida inexplorado, claramente más importante -vital- para el clima del futuro y de toda la vida en la Tierra, que toneladas de litio o cobalto.

Entonces, ¿a quién o qué protege realmente la política oceánica de Chile? En el escenario internacional hay discursos y compromisos, pero en el interno lo que se observa es permisividad, vacíos legales, débil fiscalización y una mirada extractivista de mares y océanos. Es tiempo de alinear la coherencia: no se puede proteger el océano mientras se entregan concesiones industriales dentro de áreas protegidas, entre otras prácticas nocivas.

El Mes del Mar no puede limitarse a actos simbólicos y discursos vacíos, debe ser un momento crítico para preguntarnos qué futuro queremos para nuestro océano y territorio -maritorio y territorio entreverados indisolublemente- y qué decisiones tomaremos para protegerlo y conservarlo. Chile tiene la oportunidad, deber y responsabilidad, de convertir su liderazgo internacional en una política interna consecuente que esté a la altura de los desafíos culturales, sociales, ecológicos y climáticos que enfrentamos.

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