Izquierdas y municipalismo: El desafío de la afantasía política
“Se creó la comuna autónoma para poner en manos del pueblo el derecho de administrar, por pequeños territorios, sus intereses, en una forma casi directa”. Esto decía Luis Emilio Recabarren hace exactos 120 años atrás. A propósito de los resultados de las recientes elecciones municipales, que hizo retroceder al Frente Amplio y al Partido Comunista, creo importante comentar críticamente el asunto de los gobiernos locales, más allá del fervor de la coyuntura electoral.
En el contexto de una profunda crisis hegemónica del Estado, radicalizada en 2019 y agudizada en 2024, a propósito del caso Hermosilla, los gobiernos locales se han convertido en el principal espacio institucional de organización y representación de la vida en común, esto, pese incluso a ser ampliamente investigados por casos de corrupción.
Aun con los más de 200 procesos judiciales contra municipalidades, corporaciones, autoridades comunales y funcionarios, presentados por el Consejo de Defensa del Estado, la propia crisis de Estado no termina de cerrarse en el ámbito municipal, lo que permite que, desde lo local, se pueda aún acumular una legitimidad política difícil de construir desde el Estado central (de allí que sean cada vez más los candidatos presidenciales provenientes de municipios).
No obstante la posibilidad municipal, la institucionalidad actual, osificada, moribunda, aún con gestiones impecables, y con la legitimidad que puedan alcanzar ciertas figuras políticas, no alcanza para transformar profundamente la vida de amplios sectores sociales. Ni a nivel central ni a nivel local; no mientras no haya redistribución radical de poder. De allí que imaginar y accionar política más allá y más acá de lo institucionalmente dado, en pos de la disputa de poder, sea imperativo.
Pero vienen los peros. La crisis política es multifactorial, y uno de sus componentes es precisamente una aguda dificultad de imaginación. Afantasía es la enfermedad relacionada a la incapacidad imaginativa. En este caso, la afantasía política es parte de la enfermedad del sistema y, como era de esperar, toca principalmente a los sectores transformadores, que, por antonomasia, son los que más imaginación deberían desplegar para su praxis.
La afantasía política en las izquierdas ha terminado produciendo en los últimos cuatro años un círculo vicioso, sobre todo en quienes ocupan hoy un cargo de representación: mientras menos imaginación, más es el confort que producen los espacios políticos con delimitaciones claras (como el estatal); mientras más la comodidad del espacio político dado, menos incentivo a pensar e imaginar una alternativa de poder.
Lo que quiero decir es que, para los sectores transformadores oficialistas, que están hoy en el gobierno local o en el Estado central, la tentación de habituarse a un espacio político delimitado, con un manual de instrucciones de antemano dado, donde no haya que desafiar la imaginación, es alta.
Es lo que, estimo, ha pasado con la mayoría de las representaciones frenteamplistas o comunistas: su imaginación, y, por lo tanto, capacidad transformadora ha sido domesticada por la rutina de lo que este sistema estima como posible.
Uno de los resultados de esta domesticación es situar el éxito del desempeño representacional exclusivamente en la gestión. Sin imaginación política transformadora, el carácter estratégico de los sectores transformadores, en el municipio o en el Estado central, termina entonces redundando únicamente en la capacidad de gestión.
Revertir el desfalco municipal de las derechas corruptas mediante buena gestión, como en el caso de Tomás Vodánovic en Maipú, es loable, tal como lo es invertir en mejor infraestructura, áreas verdes, educación, salud y vivienda para las y los vecinos, como en varios gobiernos locales comunistas o frenteamplistas. Pero esto por sí mismo no es transformador si no desafía, más allá y más acá del propio municipio, la repartición del poder, como ya decía.
Si bien en los últimos gobiernos locales de izquierdas han habido políticas transformadoras interesantes, como el sistema de cuidados, en el gobierno de Irací Hassler en Santiago, o la inmobiliaria y farmacia popular en el de Daniel Jadue en Recoleta (siendo estas las más avanzadas en términos de disputa de poder), no ha habido en los sectores transformadores una definición conjunta, en bloque, del carácter estratégico del municipio y de sus tácticas a la hora de disputar y transformar.
Más bien, de lo que se ha tratado, es de iniciativas particulares de cada gobierno local que, por más valerosas que sean, poco se entraman en un movimiento municipalista que pueda actuar ofensivamente y de forma unificada como bloque (de hecho, en los albores del Frente Amplio, allá en 2016, se hablaba de la preponderancia de disputar los gobiernos locales antes que de quemar el grueso de los cartuchos en el Estado central; pues bien, adivinen: con la experiencia gubernamental de Apruebo Dignidad, se terminaron quemando el grueso de los cartuchos precisamente en el Estado central).
En este escenario, veo por una parte con esperanza la victoria electoral de Matías Toledo en Puente Alto, una alternativa a la domesticación de buena parte de los sectores transformadores oficialistas basada en organización social, pero también lo veo con cautela, en tanto que una victoria electoral no es sinónimo de victoria política. Esta última se juega durante el periodo.
“¿No cree el pueblo que habría más paz y más mejoramiento moral y material al encargar la atención de todos los servicios locales a los municipios, porque ellos están inmediatamente bajo de nuestra fiscalización? -se preguntaba en 1904 Recabarren-. Pues entonces, -respondía- entremos a obrar; principiemos por unirnos, sigamos por olvidar toda rencilla y concluyamos por elegir a nuestros representantes de nuestro propio hogar”.
Veremos si a cuatro años de nuevas elecciones municipales, y ad portas de nuevas elecciones presidenciales y parlamentarias, los sectores transformadores oficialistas, asumiendo las condiciones del periodo actual, se darán el espacio reflexivo y la pausa silenciosa para sentarse, analizar, criticar y llegar, en una de esas, a redirigir sus objetivos, pensando en el enorme potencial de las ligas locales antes que en la tentadora pero impotente liga nacional.