El pan y circo de la (in)justicia chilena: El escándalo sexual en tiempos de crisis del sistema
En una conjunción macabra, Chile se ve sacudido de súbito por serias denuncias de abuso sexual que comprometen tanto a un exfuncionario de gobierno como a una estrella del fútbol nacional. De repente, se desvanecen los cuadros de las maniobras y risas discretas de Luis Hermosilla o de jueces narco-indulgentes, de Andrés Chadwick y Marcela Cubillos (para algunos emblemas literales de la mala educación) mientras comienzan a resonar los "yo no fui" de Monsalve y el 'Mago' Valdivia.
No se pretende restar importancia a la gravedad de las acusaciones que comprometen a estos últimos, sino advertir cómo la cobertura mediática -deliberadamente o no -transforma la percepción colectiva, favoreciendo a quienes desean evadir reformas urgentes al sistema judicial.
Una sociedad auténticamente libre no debería reducir la libertad al simple arbitrio individual, sino orientarla hacia una moralidad de emancipación compartida, porque, quiérase o no, la libertad es una institución que nos involucra y debemos cuidar todos.
Es esto lo que está fundamentalmente en juego en los usos y malusos del Poder Judicial: ser honrosamente libre no puede estar disociado de la construcción conjunta de una base que catapulte el libre albedrío de cada uno. La libertad de los pillos no es más que jugar al carcelero siendo prisionero, mover artificiosamente lo dado, sin ensanchar los límites de la propia humanidad.
En este contexto, cobra fuerza una frase célebre, erróneamente atribuida al filósofo ilustrado Voltaire pero de origen en Kevin Alfred Strom: "Para saber quién te controla, basta descubrir a quién no puedes criticar". Aunque su autor es un personaje polémico -e incluso criminal -, no debe esto disuadirnos del hecho de que el dictum ofrece una valiosa reflexión sobre un sistema que, en su origen, debía salvaguardar a las víctimas, pero que ahora protege a quienes lo explotan en su favor, y cuya crítica pierde notoria y convenientemente intensidad de golpe. ¡Vaya!
La manipulación de la opinión pública puede actuar como un eficaz mecanismo de control, desviando la crítica hacia los operadores del sistema judicial o sus clientes privilegiados. Esta táctica no es nueva; ya Portales, en los albores de la política moderna chilena, recomendaba administrar “palos y bizcochuelos" oportunamente a las masas. Desde la Antigüedad romana se ha perfeccionado esta estrategia de desviar el foco mediante el morbo, perpetuando así los vicios estructurales de la civilización.
Es un arte sutil que se extiende a todas las esferas de la vida. Mientras los medios se centran en casos individuales, se aleja el foco de una justicia desigual y condicionada por intereses personalistas. En este escenario, las recientes denuncias no deben desestimarse, pero sí es fundamental no perder de vista la manipulación narrativa como una hipótesis teórico-filosófica plausible.
El viejo adagio latino de "Pan y circo" sigue más vigente que nunca. La historia, la literatura y la ficción en todos sus formatos han mostrado hombres y mujeres poderosos que manipulan la opinión pública para mantener el statu quo. El reto aquí y ahora es, por lo tanto, mantener la atención en una reforma del poder judicial y un castigo ejemplar a quienes lo malversan y distorsionan.
En medio de la dispersión de la atención, es imperativo preguntarnos si estamos ante una maniobra que frena la transformación que la sociedad anhela. ¡Ya no puede ser tan corta y ciega la lógica cotidiana con que damos cara a esta efímera vida y que hace posible ese olvido rápido y vergonzoso!
La justicia no solo debe ser una meta, sino una conditio sine qua non la convivencia democrática no es legítima ni posible. En este escenario, la opacidad y la distracción jamás son aliadas de la verdad.
Por ello, el rol del periodismo ético es clave para transformar sociedades, especialmente en Occidente, donde a menudo el dinero compra y vende almas a expensas de intereses que realmente hagan de la vida algo valioso y trascendente para las generaciones que vienen. Confío, pues, en que El Desconcierto sabrá honrar este esencial del periodismo genuinamente democrático.