Masacre, de Charlie Becerra: “Extraviados y vetados de cualquier redención”
Lo que se podría anticipar como un ilegible acto de reconstrucción judicial, en las manos de Charlie Becerra se convierte en una breve novela, ágil de leer, en la que se cargan los tintes a lo testimonial y se enlaza su progenie literaria con el Truman Capote de A sangre fría (1965). Y es que los relatos policiales oscilan muchas veces entre el relato más artificioso —estéticamente hablando— y la crónica roja. Aquí Becerra opta por acercarse a esta última, pero también es muy cuidadoso en cómo salpica al público lector la sangre de la brutalidad de este crimen. Aún con el fuerte rango referencial que domina la elaboración del texto, siempre estamos bajo las condiciones de la ficción, la que establece la comunicación con el género policial latinoamericano. También es un policial como el que Daniel Link vincularía con el caso Giubileo y la línea narrativa del malogrado autor argentino Rodolfo Walsh de Operación masacre, aunque desde una perspectiva marginal dentro de lo ya provincial.
Masacre de Charlie Becerra continúa con la línea de exploración testimonial y criminal, del autor. Donde éste investiga, analiza y da forma literaria a un caso brutal y difícil de digerir: el asesinato a machetazos de tres ancianos, y la violación reiterada de una mujer de avanzada edad con su consecuente muerte. Ante estos cruentos actos, Becerra adopta una perspectiva donde pone en palabras lo macabro del suceso, sin despojarlo de la indignación, reconstituyendo sus fases y mostrado la arbitrariedad y abandono que nos llevará al desastre.
Sin embargo, aunque la obra se encuentra muy lejos de exculpar a los tres asesinos o justificar sus acciones, se contextualiza, reflexionando sobre la maldad y como esta parece no originarse sobre alguna distorsión intelectual o una predisposición genética, sino que brota en la concatenación de hechos azarosos, mezclados con un torcido mandato de masculinidad —siguiendo los postulados de Rita Segato—, y un consumo problemático de alcohol y drogas, que terminan por desatar la barbarie implícita en un objetivo: el brutal y precario hedonismo de un par de horas.
Los propios delincuentes saben que caerán rápidamente y que incluso serán violentados sexualmente en prisión, como sucede con al menos uno de ellos. Esto último se vuelve un ajusticiamiento dentro de las contradicciones endriagas —término acuñado por Sayak Valencia— o monstruosas de lo que significa ser un asesino y un violador, pobre, sin privilegios, completando el círculo de deshumanización con la humillación del agresor bajo sus mismas lógicas, al sumirlo en condiciones de feminidad (usar una falda y convertirlo en víctima) que se perciben como debilidad entre estos otros hombres violentos (aunque menos que los protagonistas) que también cumplen largas condenas en los centros penitenciarios de la precariedad.
De esta manera, Masacre no refiere los misterios del policial anglosajón ni la belleza sofisticada del enigma en Edgard Alan Poe, Junichiro Tanizaki o Jorge Luis Borges sino la brutalidad, el abandono y la miseria de un gallinero alejado del orden de los centros. La muerte a golpes de machete y la destrucción del cuerpo presumen un mundo caído donde la pobreza, la estigmatización y el delirio alcohólico instituyen una prosa despojada de adornos que cabalga en la elaboración de la crueldad. La reciente incursión de Charlie Becerra en los meandros de su Trujillo ficcional, logra seguir organizando un relato criminal de su zona literaria y vital pero ahora en la investigación periodística de un asesinato que no debió acontecer. Un crimen estúpido, cruel, banal de una historia como otras muchas de la atrocidad en la provincia peruana; pero que al ser narrativizada por Becerra para el resto del continente, obliga a pensar en que no han existido los Hannibal Lecter continentales sino la miseria, la ignorancia, el descuido y la arbitrariedad más absoluta. Es un relato en que se desata otro espiral de violencia en las cárceles peruanas de recepción de los criminales como señala muy bien el autor al sintetizar la vida en el presidio en el epílogo de esta historia de sujetos caídos, extraviados y vetados de cualquier redención.