El nuevo conservadurismo sexogenérico y la cuestión trans

El nuevo conservadurismo sexogenérico y la cuestión trans

Por: Juan Pablo Correa Salinas | 21.07.2024
Para mi sorpresa, un nuevo conservadurismo reinstala hoy la interpretación de sexo y género como unidad inseparable. Sólo plantea un matiz al pensamiento de mis abuelos: ahora es el género el que debe moldear la condición sexuada del cuerpo.

¿Tiene el pene la voluntad secreta de regular el uso de la corbata? ¿La duplicación del cromosoma X genera el deseo de usar maquillaje facial? ¿Las hormonas, gónadas, genitales, cromosomas o características sexuales fenotípicas especifican el género de los seres humanos?

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¿Es el género una estrategia no confesada de apoderarse de la condición sexuada de los cuerpos, modelando a su gusto las características fenotípicas, con un puñado de estereotipos como referencia?

¿Son sexo y género una dupla inseparable en la que una de las dos categorías debe controlar a la otra y determinar su sentido?

En la práctica, mis abuelo(a)s respondieron que sí a esta última pregunta, aunque nunca pensaron mucho en el asunto. Nacieron y crecieron en una sociedad cisnormativa (del prefijo latino “cis”, que significa “de este lado”, a diferencia del prefijo “trans” cuyo significado es “del otro lado”).

Creían que nacer con un cuerpo macho o hembra nos hace crecer como hombres o mujeres respectivamente. Pensaban que las leyes de la naturaleza y de la cultura se confabulan, generando la unidad de sexo y género en la condición de hombres-machos y mujeres-hembras. Las categorías de sexo y género estaban mutuamente implicadas. En su opinión, el cuerpo sexuado comandaba la relación y subordinaba la condición de género. Consideraban obvia la prioridad de la “ley natural”.

Mis antepasados conocían la existencia de personas cuyas actuaciones de género no se ajustaban a las expectativas hegemónicas. Pero les parecía una anomalía. Preferían no pensar mucho en el asunto o hacer chistes para conjurar la ansiedad que la situación les provocaba.

Aunque consideraban “natural” la unidad de sexo y género, trataban de anudarla por medio de la socialización. “Los hombres no lloran” decían, o “las mujeres se sientan con las piernas cruzadas”. Su estrategia de afirmación de género empleaba la cultura, las instituciones y las leyes.

Una vez mi abuelo me dijo: “estoy tan acostumbrado a usar corbata que si salgo a la calle sin ella, me siento desnudo”. Años después entendí que Paul B. Preciado se refería a eso cuando afirma en su Manifiesto contra-sexual que el género es prostético, es decir, que se adhiere a nuestro cuerpo como una prótesis.

Modula nuestros gestos, nuestros actos y nuestra corporalidad, nuestros sentimientos y nuestra sensibilidad. Pero sigue siendo género, esto es, mantiene su plena independencia de la condición sexuada del cuerpo.

En el Informe de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (1995) Naciones Unidas hizo la distinción entre sexo y género y recomendó a los Estados miembros adaptar su legislación a la misma. La afirmación de Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1947): “no se nace mujer, se llega a serlo”, se había transformado en un acuerdo internacional.

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Para mi sorpresa, un nuevo conservadurismo reinstala hoy la interpretación de sexo y género como unidad inseparable. Sólo plantea un matiz al pensamiento de mis abuelos: ahora es el género el que debe moldear la condición sexuada del cuerpo.

Esta manera de pensar se impuso en Chile a través de la ley Nº 21.120, donde, desgraciadamente, no se distingue con claridad entre sexo y género. Como afirma una guía del poder judicial, la ley “tiene como objetivo dar respuesta a un gran problema que las personas trans en Chile han debido enfrentar por años: la falta de reconocimiento legal de su identidad de género cuando no corresponde con el sexo asignado al nacer”.

Pero ¿cómo podría “corresponder” la identidad de género (si la persona se identifica como hombre o mujer) con el sexo asignado al nacer (macho o hembra)? ¿O será que el legislador cree que efectivamente existe una relación de sentido no arbitraria, esto es, necesaria, no contingente, entre el pene y la corbata o entre la duplicación del cromosoma X y el maquillaje facial?

Una consecuencia de este error son las “terapias de afirmación de género” que el Estado de Chile ha comenzado a ofrecer a niños, niñas y adolescentes “nacido(a)s en un cuerpo equivocado”. El nuevo conservadurismo piensa que es el cuerpo sexuado el que a veces se debe regular.

La retórica empleada en las “terapias de afirmación de género” juega con un doble uso del prefijo “trans”. Por lo general se habla de transgénero, pero a ratos se introduce de manera implícita la idea de transexualidad (cambio de sexo). Evidentemente, sólo en la transexualidad (a veces motivada por la disforia que deberíamos llamar de sexo, no de género) tiene sentido la intervención hormonal o quirúrgica del cuerpo.

La “solución” propuesta para los “cuerpos equivocados” son las terapias hormonales que bloquean la pubertad en la niñez y la administración de hormonas cruzadas en la adolescencia y adultez. Por supuesto, también existen cirugías para transexuales adultos.

A propósito de esta situación, me hago cuatro tipos de preguntas:

1. ¿Necesitamos esencializar el género separando con total claridad lo que corresponde a hombres y mujeres? ¿No es mejor aceptar que siendo el género un juego de lenguaje binario, las actuaciones de género entrañan siempre dosis significativas de ambigüedad?

2. ¿No será que el proyecto de transito de género que se plantean cada vez más niños, niñas y adolescentes, tiene poco que ver con la modificación hormonal o quirúrgica del cuerpo? ¿No estará asociado, más bien, al deseo de escapar de estereotipos cargados de violencia, esto es, de la represión de sus conductas femeninas en el caso de los hombres y de la sobreexposición sexual de su cuerpo -conectada a experiencias de abuso sexual- en el caso de las mujeres

3. ¿Podemos ofrecer a nuestros niños, niñas y adolescentes la exploración permanente, libre y lúdica del género, con toda su ambigüedad y diversidad, en vez de la afirmación del mismo en uno de sus polos (hombre / mujer) con o sin tránsito previo?

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4. ¿Habrá llegado el momento de considerar que las “terapias de afirmación de género” no salvan a quienes nacieron “en un cuerpo equivocado” (porque no existen los cuerpos equivocados) sino que reinstalan autoritariamente la falsa unidad de sexo y género en el imaginario social?

Crédito de la foto: Agencia Uno