Perros y pudúes
Si queremos hablar del ecosistema y de especies invasoras, el fallido proyecto de ley que permitía la caza de perros asilvestrados se presenta como una excelente oportunidad para empezar a abordar estas temáticas. Y, en esa línea, lo que quiero hacer en esta columna es demostrar cómo los que estaban a favor de dicha ley muchas veces jugaban con la ambigüedad y apelaban a supuestos que ellos dan por evidentes. Partamos por las ambigüedades.
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La primera es que los partidarios de la caza de perros dan a entender que los motiva un amor y una preocupación por el bienestar de los animales nativos. Eso se hace especialmente evidente cuando comparten imágenes de pudúes muertos a manos de las manadas de perros. A través de las redes sociales se palpa la indignación y rabia. La lectura más inmediata y compartida por muchos es que esos actos constituyen una injusticia y un mal que no podemos tolerar. Es, en última instancia, un remezón a nuestras conciencias, un llamado a actuar. ¿Quién no quiere salir a defender un pudú?
Pero a los ecologistas y conservacionistas que impulsan este tipo de ley no les importa la vida del pudú como individuo. Su vida única es irrelevante. Entonces, aunque aparezcan defendiendo animales, no lo están. Sin embargo no nos dicen eso. Es decir, juegan a mantener cierta ambigüedad porque les juega a su favor. “Pobre pudú”, dicen. Pero en realidad piensan, “pobre especie”.
Esta no es una diferencia menor, pues sobre este punto descansa el apoyo a medidas que buscan “controlar plagas” por medios violentos y muchas veces crueles (envenenamientos, capturas con trampas y otros). Si un animal sufre, su sufrimiento está al servicio de un bien mayor. Y si un animal muere, su muerte está al servicio de un bien mayor. El juego de los ecologistas consiste en decir que les preocupa la vida y el bienestar de los animales, mientras le niegan el valor a cada individuo y desplazan el valor al grupo, a la especie.
Es como decir, “necesitamos una cantidad “x” de pudúes. Da lo mismo qué pudúes. Saquen uno, coloquen otro, reemplacen estos 10 por otros 10, da lo mismo. No me interesa la subjetividad o la vida de cada pudú. Sólo me importa que tengamos a lo menos “x” pudúes viviendo en esta área”. Si piensan esto de los pudúes que dicen defender, no cuesta mucho entender por qué están dispuestos a matar perros todas las veces y en tantas oportunidades como sea necesario.
Una coherente preocupación por la vida de los animales implica reconocer el valor de cada individuo. Ningún pudú es igual a otro. Y ningún perro es igual a otro. Esto último lo saben todos aquellos que han perdido un perro y han buscado, vanamente, reemplazar la pérdida con otro perro. Esto, simplemente, no se puede hacer.
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La acusación de que somos “mascotistas” es risible. Muchos de los que levantan esta acusación comen carne y consumen productos de origen animal que llegan a sus mesas gracias al sufrimiento de miles de animales. Al mismo tiempo, estas personas valoran la vida de sus mascotas y no dudarían en alzar sus voces si alguien abusara de ellas. Aquí sí hay una expresa preferencia por sus mascotas en desmedro de todos los otros animales.
Por eso, ellos son los verdaderos mascotistas, no aquellos que defendemos perros, pudúes, vacas y pollos entre otros. Si los que estaban a favor de esta ley creen que la vida de un pudú vale más que la vida de un perro, pues tienen que ser más explícitos y transparentes sobre este punto.
Esto me lleva al último punto que quisiera mencionar. El de los supuestos. Los defensores de esta ley apelan a la extendida idea de que lo “nativo” y lo “original” tiene un valor superior a lo extranjero y foráneo. En especial si lo foráneo es violento y agresivo, pero no importa si lo nativo también es violento y agresivo puesto que, al ser nativo, goza de impunidad.
Esta misma lógica se puede ver en casos de migraciones humanas. Sin embargo, si la condición de nativo otorga privilegios, pues hay que ver qué razones hay para ellos. Una seria consideración ha de demostrar que no existen buenas razones para valorar la vida de un animal nativo por sobre la vida de un animal foráneo.
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Los ambientalistas, claro, saben esto pero no se presenta como un problema para ellos. Esto se debe a que, como vimos más arriba, para ellos esto no se trata de vidas animales. Se trata de sistemas y comunidades. Entonces, aunque dicen defender la vida de los pudúes, hay que leer la letra chica.