Unificación del Frente Amplio: ¿Y ahora qué?
Hace un mes la militancia del Frente Amplio aprobó la consolidación de la coalición como un único partido, aportando así -entre otras materias- a mitigar la fragmentación política en la izquierda. Con dicho proceso de unificación, el Frente Amplio se convertirá en el partido más grande de la izquierda chilena, con una proyección aproximada de 62 mil militantes.
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Un Frente Amplio que actualmente no se encuentra exento de dificultades, pues dicha fusión -y con ello su rearme político y orgánico- se da a la par con el encuentro constante de obstáculos que representa el ejercicio propio de la política institucional.
El tránsito entre ser un ente impugnador del modelo a administrar el mismo, con tan rápido éxito, es complejo y genera contradicciones que fácilmente podrían tener como sinónimo más de una crisis en la misma medida que la fusión puede representar una gran oportunidad.
¿De qué forma podría establecerse que el resultado de fusión es exitoso? En año electoral, medir el éxito o no de un proyecto en torno a números de representantes electos por votación a través de un ejercicio comparativo de cuánto tenías y cuánto conseguiste resulta seductor, mas no es suficiente y no puede ser una única o la más importante vara de medición.
No es que no sea relevante, sino que suele ser costumbre que en la necesidad de justificar las decisiones propias y a la vez el éxito de las directivas o cuadros políticos que encabezan las apuestas, el aferrarse a lo aritmético resulte tentador.
La inmediatez de la política en escenarios donde existe una muy amplia crisis de confianza hacia la misma es un principal embrollo práctico a sortear, más aún siendo partido de gobierno. El proyecto de partido debe ser soporte de gobierno pero a la vez superarlo. Y en ello no basta lo declarativo, pues en ello el consenso difícilmente no existirá, sino que es en la acción concreta donde se devela cuánto pensamos el partido como herramienta a futuro.
Una condición de existencia para un proyecto transformador es tener claro el objetivo de disputa de sociedad, pero también poder mantenerla en el tiempo.
Parte del éxito del proyecto se da de la mano, entonces, del cumplimiento de los objetivos políticos del Frente Amplio. La pregunta es, entonces, ¿cuáles son dichos objetivos?. Para eso es vital tener claridad sobre nuestra historia, recordar de dónde y por qué nacemos, para no perdernos en el adónde vamos.
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El Frente Amplio debe reconocerse para sí como un espacio confluencia de distintas luchas sociales y de una amplia vertiente socialista que tras distintos cauces hoy confluyen en un único instrumento. No es sentido de apropiación, es sentido de pertenencia. Pero esto es un piso, y no puede acabar allí: ¿cuál es el socialismo que quiere construir el Frente Amplio?
La respuesta a esta pregunta está en la síntesis de las tradiciones históricas y las diversas luchas sociales levantadas en el último tiempo, para reconstruir un proyecto socialista que hable esencialmente hacia el futuro mediante un horizonte de vida en común imaginable, del que se pueda apropiar como proyecto la población chilena, de sentido común.
Ahora bien, no basta el sentido de historia cuando este se habita desde la individualidad. Podemos entender cosas distintas sobre ello. Las declaraciones de principios son un marco común, pero no necesariamente una hoja de ruta. En un contexto donde la premura electoral es tan necesaria como absorbente, la fusión debe convivir con la necesidad de materializar un Congreso Ideológico que se vislumbre como un primer espacio para delinear el paso a paso común hacia la meta, una política definida.
Darle periodicidad, metodología y evaluación. Y también de sincerar posiciones. Hablamos del pasado y del futuro, ¿y el presente? Parte elemental de poder levantar un proyecto duradero está en reconocer las limitantes de nuestro propio andar como también la derrota estratégica que fue el fallido proceso constitucional. Las lecciones se aprenden no para claudicar, sino para corregir y enmendar.
En este Congreso Ideológico deben darse también debates difíciles pero necesarios. Al ser una fusión de distintas fuerzas orgánicas, el escenario interno de tendencias o los mal llamados lotes puede recrudecer. Un partido para Chile debe hablar públicamente a nuestro país sin ropajes.
¿Por qué no evaluar hacer públicas dichas tendencias, si son espacios de ideas? Primero, para que así sean tales y no espacios para la toma y reproducción del poder como verdaderas élites; y, segundo, para que efectivamente resulten de la legitimidad del debate de ideas, y no de disputas internistas que castiguen o censuren.
De eso ya conoce la historia de la izquierda en Chile. Hay que mirarse con la crudeza suficiente para que la disputa de la hegemonía interna no se dé de forma tal de que justifique las peores prácticas. El rival está al frente, no adentro.
El avance de la disputa ideológica en base a la conquista del sentido común, la regionalización y la urgente construcción o fortalecimiento del proyecto en la periferia y ruralidad, la inserción territorial y con ello la construcción definidamente prioritaria de proyecto en las comunas donde habita el sujeto político que queremos representar, deben ser tan relevantes como otros criterios de medición para el avance del proyecto.
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Y no se construyen aisladamente o por el azar, son decisiones políticas tomadas en conjunto con la militancia a lo largo y ancho de Chile, militancia que entrega cuerpo colectivo y que requiere de liderazgos generosos que levanten el bien común como bandera dentro y fuera del instrumento. No sólo se puede, sino que se debe, y hacia allá vamos.