Cambiar el relato, divulgar la verdad sin miedo
Hace unos días, en una hermosa ciudad del norte de España, llevamos un automóvil antiguo de mi suegro para que fuera dado de baja. Este trámite, que en principio no tiene nada destacable, se transformó en una experiencia algo desagradable, incluso triste, como decía mi mujer.
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Ocurrió que la persona que hizo el trámite administrativo, una mujer con acento latinoamericano, más precisamente chileno, ante la pregunta de mi mujer de si efectivamente era chilena y cuándo había venido a España, relató, sintéticamente, lo siguiente: “Me vine hace más de 30 años, porque me enamoré de un español. Ahora estoy muy triste por mi país, ya no lo reconozco. Mi país no era así. Seguramente tenga que ver con la llegada de muchos extranjeros. Tiene que venir alguien que ponga orden. Cuando vino el plebiscito decían que todo iba a mejorar, pero todo ha empeorado. La última vez que estuve en Chile todos los días veía coches que se paraban y salía gente que disparaba, no se puede ir por la calle, porque te asaltan. No se puede vivir en Chile”.
Esta mujer en un par de minutos explica, a quien la quiera escuchar, que viajar a Chile, su querido país, es arriesgadísimo y que esta situación de inseguridad generalizada no se solucionará si no es con “alguien que ponga orden”, “con mano dura”.
En solo un par de minutos esta señora se hizo eco de una suerte de campaña del terror que una parte de la prensa y sectores políticos conservadores de Chile están interesados en difundir, al tiempo que demanda la vuelta de un régimen autoritario como el que, desde septiembre de 1973 hasta precisamente la celebración del plebiscito, llevó a Chile a una época oscura de terror y miles de desaparecidos, que instauró un sistema de previsión social que enriquece obscenamente al sector privado a través de las AFP, etc.
Realmente resulta muy desagradable, para quienes conocemos bien y visitamos Chile con frecuencia, escuchar un discurso alarmista que sabemos está muy alejado de la realidad. Como indicábamos en enero pasado (El Desconcierto, 01/01/2024), en 2022 Chile era uno de los países con más baja tasa de homicidios registrados en toda la región (4,6); y según últimas estadísticas (InSight Crime, 2023), la tasa de homicidios en Chile sigue siendo de las más bajas del mundo.
¿Por qué, entonces, se ha ido consolidando un discurso tan negativo sobre la seguridad? Probablemente existen dos causas que subyacen -y prevalecen- en este estado de alarma que se vive al interior del país y que, desgraciadamente, también se hace presente fuera de Chile.
La primera es que en un país tradicionalmente tranquilo como Chile, la violencia vende, mejora los ratings, a lo que se suma la demagogia -que muchas veces resulta socialmente muy rentable- con la que muchos presentadores de TV se erigen en representantes de la ciudadanía, para interpelar al Gobierno demandando acciones eficaces de lucha contra la delincuencia.
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Desde los matinales de TV se transforma la anécdota en estadística, de tal manera que si a un carabinero, en un operativo de control de venta ambulante de comida, le cae aceite caliente, dicen frases como “en el centro de Santiago a los carabineros los queman con aceite hirviendo”, o en casos de asaltos muy violentos, “asaltantes armados no solo roban, sino que rematan a sus víctimas en el suelo”.
En un encuentro de profesionales de la comunicación en Madrid, una periodista chilena comentó que en su país una parte importante de los programas de TV basan su audiencia en las crónicas de sucesos. De esta manera se genera alarma y se alimenta el morbo ante imágenes crudas, de esas que pueden herir la sensibilidad de los espectadores y que, claro está, tanto aumentan el rating.
La segunda causa de la fama que está alcanzando Chile como país peligroso es el fenómeno de las mentiras vertidas en las redes sociales, las fake-news, muchas veces producidas -y esto es lo más grave- por líderes de opinión, personas influyentes y políticos sin escrúpulos. Y es que en la actualidad mentir sale gratis y, de paso, se consigue apoyo. Las fake-news tienen un efecto devastador, consiguen llegar a muchísima gente con mensajes simples y crear lo que se ha dado en llamar posverdad, es decir, una mentira que es convertida en “verdad” porque la mayor parte de la gente reconoce como segura, pero que no deja de ser una mentira.
Y esto no solo ocurre por la globalización de la información, sino porque en la actualidad una autoridad pública -un presidente, un diputado o un senador- puede mentir descaradamente sin que esto conlleve costos electorales o de apoyo social significativo.
De esta manera se puede, como hizo la mujer del relato con el que comienza esta columna, tergiversar y exagerar la realidad hasta el punto de construir una nueva verdad sobre la seguridad ciudadana en Chile. Y lo más relevante es que la señora de la anécdota no es quien ha vertido las fake-news en las redes, sino que ella informa de “la verdad que conoce”; una verdad falsa, pero que ya es la posverdad que ella vive.
Valdría la pena que todos hiciéramos un esfuerzo por divulgar sistemáticamente la verdad. Aunque cueste, porque es sabido que actualmente es más fácil que se difunda más y más rápidamente una afirmación falsa, que una verdad contrastada y contrastable, nunca en la historia mundial ha habido tanto acceso a la información y, en cambio, existen grupos organizados de personas que creen ¡y sostienen! que la Tierra es plana.
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Pero que muchos estúpidos crean eso no es grave, allá ellos. Lo malo es cuando la posverdad consiste en crear opinión, en influir en las decisiones que deben tomarse de manera correctamente informada, como es votar para elegir un gobernante con “mano dura” e ignorar que los problemas sociales, todos ellos, requieren de atención e intervención preventivas, de reflexión compartida e inteligencia.