Calibremos las celebraciones: Desmitificando el SIMCE
El Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE) ha sido un tema de debate constante en el ámbito educativo chileno. A menudo se le atribuyen propósitos pedagógicos y mejoras en la calidad educativa que debemos analizar detenidamente. Es hora de desmitificar el SIMCE y entender su verdadero impacto en la educación de nuestro país. En función de las investigaciones que hemos realizado podemos concluir lo siguiente:
- Mito 1: El SIMCE tiene un fin pedagógico y sirve para retroalimentar la gestión de la escuela
Se suele argumentar que el SIMCE proporciona información valiosa para mejorar la práctica educativa y orientar la gestión escolar. Sin embargo, esta afirmación se desmorona al examinar la naturaleza misma del SIMCE. Si bien ofrece datos sobre el rendimiento en áreas específicas como matemáticas y lectura, su enfoque limitado no refleja la totalidad de los aprendizajes ni proporciona información detallada sobre el progreso individual de los estudiantes. Es una prueba estandarizada de lápiz y papel, que deja fuera la mayor parte de las habilidades del currículum porque son difíciles de medir.
Es importante destacar que el SIMCE no ofrece información sobre el avance o progreso de los estudiantes, lo cual es crucial, especialmente en un contexto pospandemia, donde sabemos que hubo mermas en los aprendizajes. Tampoco proporciona datos a nivel individual, lo que dificulta que los docentes puedan ajustar su práctica pedagógica para atender las necesidades específicas de cada estudiante.
- Mito 2: El SIMCE sirve para mejorar la calidad educativa en nuestro país
Otro mito común es que el SIMCE contribuye a elevar la calidad educativa en Chile. Sin embargo, la evidencia sugiere lo contrario. Estudios han demostrado que las políticas de rendición de cuentas basadas en el SIMCE no han tenido un impacto positivo significativo en los aprendizajes de los estudiantes ni en los procesos de mejora internos de las escuelas.
Los resultados del SIMCE no muestran una mejora sostenida en el tiempo, lo que pone en duda la eficacia de esta política en el largo plazo. Además, se ha observado que las escuelas en situación de mayor precariedad tienden a experimentar efectos negativos, como el estrechamiento curricular y la reducción de la capacitación docente, en lugar de impulsar procesos de mejora reales. Al ser una medición anual con serias consecuencias para las escuelas, incentiva medidas de parche en el corto plazo y desincentiva mejoras profundas y de largo plazo.
- Mito 3: El SIMCE sirve para reducir las brechas educativas
Se argumenta que el SIMCE ayuda a reducir las brechas educativas al proporcionar datos comparativos entre escuelas. Sin embargo, esta visión ignora el impacto negativo que tiene la clasificación de las escuelas según sus resultados SIMCE. En lugar de promover la equidad, estos rankings y clasificaciones contribuyen a la estigmatización de las escuelas más vulnerables y desfavorecidas.
Además, el enfoque excesivo en el SIMCE puede actuar como una barrera para atender las necesidades diversas de los estudiantes. Los docentes pueden sentirse presionados a centrarse únicamente en aquellos aspectos que se reflejan en la prueba, descuidando otros aspectos importantes del proceso educativo que no se reflejarán en la evaluación.
Por todo lo anterior, consideramos que es hora de repensar el papel del SIMCE en nuestro sistema educativo. En lugar de perpetuar mitos sobre su utilidad y eficacia, debemos enfocarnos en desarrollar políticas educativas que realmente promuevan la equidad, la inclusión y el aprendizaje integral de todos los estudiantes.
Autores de la columna
- Patricia Guerrero, académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile
- Felipe Acuña, académico Universidad Católica Silva Henríquez
- Javier Campos, académico Universidad Austral de Chile
- Paulina Contreras, académica Coordinadora del Magíster en Psicología Educacional, Universidad de Chile.
- Manuela Mendoza, académica Universidad de O'Higgins.