El temor a Alemania
Los que vivimos en Alemania tenemos hartas razones para temer. No es solo el auge de la ultraderecha y un lento proceso de derechización de esta sociedad que, a pesar de las bien intencionadas protestas de la población en contra del partido de ultraderecha AFD, parece ser un proceso imparable. Más bien es ver cómo, casi a paso lento, el fascismo tecnócrata vuelve por la puerta trasera de la mano de un Estado cada vez más represivo y vigilante.
Si ocupo palabras tan fuertes para definir esta situación es por una buena razón. Sobre todo para caracterizar la irresponsabilidad y el provincialismo de los gobernantes de este país. Vemos como el Estado de bienestar comienza a ser reemplazado por una economía de guerra, mientras que los medios alineados con la política del gobierno -cada vez más desvergonzados en sus tergiversaciones-, han creado un cuco interno y externo: la amenaza rusa y el anti-semita.
Con respecto a la primera figura, el clima de guerra ya comenzaba a sentirse con el comienzo de la invasión a Ucrania, con una clase política unánime en condenar a Rusia, mientras que Zelenski es tratado como defensor de la libertad de Europa. Los medios han jugado un papel primordial en estas caricaturas del villano y el héroe.
Primaba el relato de que hay que defender a Ucrania prolongando la guerra para acabar con Rusia (sin hablar de los innumerables rasgos de impresionante racismo anti-Ruso que comenzaba a exhibirse en toda Europa). No importaba que el aislamiento de Rusia era uno de los principales motivos geopolíticos de Estados Unidos y no de Europa, que hasta entonces seguía haciendo negocios con Rusia. En ese contexto de guerra, los que estábamos a favor de una solución negociada sin apoyar el envío de armas a Ucrania éramos tachados de “títeres de Putin”. El relato ya estaba hecho, y los frentes bien demarcados. En el mas burdo lenguaje de propaganda, el occidente “libre” se enfrentaba al malvado dictador, imperialista y asesino.
Con respecto a la segunda figura, con el ataque de Hamás el 7 de Octubre de 2023 y el comienzo de la ofensiva Israelí en suelo Palestino, hemos visto que la política y medios alemanes propagan la versión cada vez más insostenible de la autodefensa Israelí como acto legítimo para salvaguardar su propia seguridad. La figura del anti-semita no es nueva, y surge cada vez que habrá que justificar lo injustificable.
Las protestas que claman por un alto al fuego denunciando la complicidad de los gobiernos europeos, son denunciadas en los medios alineados como “anti-semitas” o “simpatizantes de Hamás” y si no, de manera indirecta, esto siempre queda en entredicho.
De esta manera en este país se acepta tácitamente la política de exterminio sistemático que Israel aplica ya hace años al pueblo Palestino. No solo en Gaza sino también en el West Bank (donde no está Hamás), mueren Palestinos cada día, por el asedio, represión, tortura y aprisionamiento como practicas sistemáticas de un terror de Estado que harían palidecer a George Orwell por tanta crueldad.
Pero todo eso es ignorado en este país.
Peor aún, la prensa alemana no ahorra calificativos para denunciar cualquier protesta o voz crítica por pacifica que esta sea. Como si detrás del acto de protesta en contra de un genocidio en curso, se esconde alguna maliciosa intención racista y genocida del que denuncia justamente estos actos. Sin duda, es un juego de proyecciones digno de psicoanálisis.
Esta aceptación acrítica que repite las falsedades de la propaganda de la Fuerzas de Defensa Israelí no solo es preocupante en un mundo y una época donde las imágenes hablan por si solas, sino que donde el hecho de negar, ignorar, y silenciar esta realidad raya en un tipo de locura muy especial.
Esto tiene efectos políticos aún más preocupantes en vista de la elite gobernante (y la oposición también) que tiende cada vez más hacia una política beligerante -frente a la “amenaza Rusa”- mientras que busca crear los mecanismos que faciliten la persecución hacia el que piensa diferente. Esto significa que aquellos que protestamos alzando la voz nos hemos vuelto una amenaza que el Estado alemán se ha propuesto perseguir.
Ya existen numerosos casos de censura, silenciamiento, persecución jurídica, y amenazas hacia activistas, académicos y artistas, con algunos casos ya celebres, como el ataque mediático a Greta Thunberg por unirse a las protestas pro-palestinas, lo que significó el cisma del movimiento FFF alemán; el caso del investigador Ghassan Hage que fue removido del Instituto Max Planck por su crítica a Israel, y la autora Ruso-judia Masha Gessen, censurada por comparar Gaza con el gueto de Varsovia.
Casos ya célebres que demuestran no solo el provincialismo de lo que es finalmente la manifestación del supremacismo blanco que da lecciones de moralidad al mundo, tachando de antisemita a toda voz -entre ellas también muchas voces judías- que se atreven a decir las cosas por su nombre: hablamos de genocidio, apartheid, y limpieza étnica de un Estado que desde siempre se ha sabido impune.
Estos denominativos incomodan mucho en este país. Claro, si se observan los acontecimientos de manera descontextualizada y completamente deshistorizadas como lo han pintado los medios occidentales, pareciese que el ataque de Hamás salió de la nada, motivado únicamente por la maldad humana. Esto da pie al famoso argumento de la auto-defensa, cada vez menos sostenible en vista de un proceso de limpieza étnica.
En Alemania la (sin)razón de este alineamiento, es el manejo de una imagen fetichizada del holocausto, su excepcionalismo y por tanto el excepcionalismo del propio Israel, proyectado en su calidad de eterna víctima. Pero como diría el anarquista Alfredo Bonano en su Palestine, moun Amour, no es primera vez que un pueblo perseguido y humillado se convierte en persecutor y perpetrador de los peores crímenes.
El mito fundacional de este Estado evidentemente colonial proyecta las virtudes de la libertad y la democracia occidentales en un ambiente marcadamente hostil, lo que justificaba su increíble militarismo, vigilancia y crueldad de mantener a raya al pueblo ocupado de Palestina. Según el investigador Patrick Wolfe, hay una relación directa entre colonialismo de asentamiento y genocidio, cuya realización la vemos cada día.
Los gobernantes alemanes han afirmado que la seguridad de Israel es “razón de Estado”. Lo que significa que Alemania, su gobierno, clase política, y medio de comunicaciones alineados buscan defender los actos de Israel a cualquier precio. Aunque esto en el fondo signifique dejar visible su increíble arrogancia neo-colonial y traicionar sus supuestos valores. De esta manera, esta ”culpa” que arrastra Alemania le significa la lealtad al proyecto sionista, que hoy es visiblemente colonial y genocida.
En un artículo reciente, un estudiante de la Freie Universität amenazado de ex matriculación por participar de un acto de protesta a favor de Palestina en su universidad llamaba a este proceso “lavado de culpa”. Idea muy acertada para definir lo que estamos viviendo. El ex ministro de finanzas griego Yanus Varufakis, también viene denunciando la complicidad europea, al preguntar “¿cuánta sangre palestina tiene que correr para lavar la culpa de Europa?” ¿De otra forma cómo entender este silencio cómplice, y la creciente deshumanización a que es sometida el pueblo palestino? Nada más para justificar una matanza injustificable.
Desgraciadamente, en Alemania asistimos a una lógica aún más perversa, en la que la cultura de la memoria está siendo utilizada para fines políticos de corte racistas e islamofóbicos. Como chileno, hijo de exiliado nacido en Alemania, soy muy consciente de la importancia de la cultura de la memoria. Y siempre he apreciado el consenso social general respecto a la Shoah en este país, especialmente por mantener vivo el recuerdo del horror, por doloroso que pueda ser. Pero hoy la remembranza del holocausto es utilizada para justificar otro genocidio y los que denunciamos este hecho somos tachados a su vez como anti-semitas, simpatizantes de Hamás, o hasta genocidas.
Finalmente, ¿cómo conecta la guerra en Ucrania con el genocidio en Gaza? La conciencia de esta conexión es lo que fundamenta mi temor. Este es, que en nombre de la defensa de valores supuestamente “democráticos” surjan nuevas tendencias totalitarias, impulsadas principalmente por una elite política cada vez más desquiciada y cegada ideológicamente.
Por eso creo que debemos entender lo que está pasando en su dimensión radicalmente geo-política, en el intento de construir nuevas amenazas para justificar futuras guerras (“guerras preventivas”), o ampliar la capacidad de reprimir y perseguir voces disidentes al interior del país.
La historia enseña que el mundo debe temer si Alemania comienza armarse. Y lamentablemente, este proceso ya ha comenzado, movido por la rusofobia y el miedo a la amenaza interna.